El tío Fidel, símbolo de Sucre

El máximo representante de la bohemia chuquisaqueña contemporánea, Fidel Torricos, fue uno de los personajes más queridos y admirados de Sucre. Los habitantes de la ciudad le llamaban tío y, para el gran maestro del piano, todos eran su familia.

El tío Fidel, símbolo de Sucre

El tío Fidel, símbolo de Sucre Foto: Cedida

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El tío Fidel, símbolo de Sucre Foto: Cedida

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    Evelyn Campos López ECOS
    Ecos / 06/06/2021 20:32

    El máximo representante de la bohemia chuquisaqueña contemporánea, Fidel Torricos, fue uno de los personajes más queridos y admirados de Sucre. Los habitantes de la ciudad le llamaban tío y, para el gran maestro del piano, todos eran su familia. ¿Qué sucrense no bailó, cantó y se alegró con música alguna vez? 

    Es recordado por haber recopilado y difundido la música chuquisaqueña. Según varias publicaciones, logró registrar 170 bailecitos, muchos de ellos con más de cien años de antigüedad. También dejó un legado de más de 200 melodías, entre cuecas, taquiraris, kaluyos, pasacalles, yaravíes y chuntunkis.  

    Su música es reconocida como un ícono de la capital de Bolivia. Fidel también es recordado por su célebre sentido del humor. “Era simpatiquísimo, chistoso, liviano y simple. Era una persona muy linda para convivir como hija, pero no como pareja”, relata a ECOS Gabriela Torricos, su sucesora quien brinda detalles inéditos sobre la vida del eximio pianista. 

    Dice que en su casa ya había problemas porque siempre le visitaban sus amigos, abrían una botella de whisky y luego eran dos y se armaba la fiesta, el baile, el canto y la gente se apostaba muy alegre alrededor del piano.  

    “Le besaban las manos a mi papá, se armaba un ratito de felicidad en torno al piano y el pianista”, rememora. 

    Alejandra cuenta que Fidel le dio colerinas a su mamá, por la bohemia que lo rodeaba, hasta un día antes de su muerte. Aunque ya no atendía su botica, seguía yendo a manera de distraerse y en el camino saludaba a una y otra persona. 

    Al retornar pasaba por el Club de la Unión y “casualmente” bajaban sus amigos y lo subían cargado. Entonces llegaba a casa a las 23:00 o 24:00 y su esposa lo esperaba furiosa.  

    Fidel le decía: “Ha bajado el Juani Auza (el forzudo del grupo) y cargado me ha subido…”. 

    “Casualmente, los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes lo subían cargado al Club de la Unión y siempre era el forzudo o “el fisicudo” del grupo. No sé si realmente lo subían o no, pero a él le gustaba el whisky y el piano. Tenía ese espíritu bohemio y siempre estaba rodeado de gente. Yo creo que se alimentaba del calor humano y amor que siempre buscó”, detalla Gabriela, al recordar al pianista más célebre y querido de Sucre. 

    Un poco de su vida  

    El “tío” Fidel tuvo tres hijos: Jorge Fidel, María del Carmen y Gabriela, la menor, que afirma que la vida al lado de su padre era de color de rosa porque todo era liviano, no había problemas y el cotidiano transcurría entre chistes. 

    Gabriela dice que su progenitor marcó un hito en su vida así que, cuando partió al más allá, ya nada fue igual para ella. “Ha sido muy duro”, manifiesta. 

    Recuerda que su padre no se hacía problema de nada, fue una persona muy perspicaz e inteligente. Por ejemplo, Gabriela ingresaba al colegio a las 8:00 y, como era una dormilona, pudo haber sido motivo de fricción hacerla despertar. 

    Sin embargo, la niña no contaba con que su progenitor tenía una estrategia simple para hacerle despertar sin mayores dramas: Fidel ingresaba al cuarto del piano situado al frente de la habitación de Gabriela, a las 6:30, y empezaba a tocar intensos arpegios en el instrumento de teclas de ébano y marfil. 

    Ella despertaba al instante sobresaltada y de inmediato cumplía con todo lo que le correspondía, y luego se iba al colegio para llegar puntual. “Yo no me daba cuenta entonces, pero era su estrategia para levantarnos a todos”, evoca emocionada.  

    Pese a que Fidel fue un eximio intérprete del piano, ninguno de sus hijos heredó su talento. Aun así, nunca fue motivo de conflicto para él: aceptaba las cosas tal como eran, quizá esa era la clave de su felicidad, conjetura Gabriela.  

    La que sí exigía a sus hijos que aprendan a tocar el instrumento era su mamá, Carmen Taborga, cochabambina de nacimiento y profesora de filosofía y literatura. “Mi mamá fue la que lo aguantó 50 años”, cuenta sonriendo. 

    Creció huérfano de padre y madre 

    Cuando Fidel ya había muerto, Gabriela recién se enteró de que su padre creció huérfano, al ver la lápida de sus abuelos que estaba en un túmulo cercano al del músico. La que lo crió fue su hermana mayor, Bertha Torricos, también farmacéutica de profesión. 

    El excelso músico nació cuatro meses después de la muerte de su padre, Fidel Torricos, médico y “boticario” propietario de la farmacia Lourdes. Su madre, Rita Cors, murió cuando Fidel tenía tres años. 

    “Él nunca dijo que era huérfano. Mi papá era gentil con todos, no hacía distinciones y lograba hacerse querer con cualesquiera. Eso le llenaba el alma y alimentaba su espíritu al mismo tiempo. Yo deduzco que buscaba amor”, sostiene la benjamina. 

    Su hermana Bertha contrató al reconocido profesor de piano Mario Estenssoro para que le enseñe a tocar el instrumento musical a Fidel.  

    Si bien aprendió a interpretar música clásica con Estenssoro, el niño era rebelde. Entonces, el maestro optó por dejarlo encerrado en el cuarto donde estaba el piano, cuyas paredes eran de color verde. Fidel odiaba ese cuarto y dejó de tocar algunos años. 

    Cuando llegó a su adolescencia, era amiguero, bochinchero y fiestero. Empezó a salir en grupo con sus amigos a molestar a las chicas y darles serenata.  

    “Voltearon las llaves del cuarto verde y empujaron el piano hasta sacarlo a la calle. Iban a dar serenata llevando el piano a cuestas… El novio de turno se ponía de rodillas, apoyaba los brazos en el piso y servía como de banqueta de Fidel”, refiere Gabriela. 

    Fidel amaba a Sucre, a su gente, las calles, el clima y transmitió a su familia la pasión que sentía por la ciudad.  

    Los últimos años de su vida ya no quería salir (aunque siguió haciéndolo), quería que la muerte lo pesque en cualquier ciudad, menos en Sucre. 

    “La mejor muerte” 

    Gabriela relata que Fidel interpretó el piano hasta los últimos días de su vida y, en su criterio, tuvo la muerte más linda que cualquier ser humano desearía tener: un paro cardíaco súbito.  

    “Noche antes de su fallecimiento había salido a la plaza a encontrarse con sus amigos del alma, llegó a casa, cenó y se acostó. Al día siguiente se levantó y sufrió un paro cardíaco. Murió en 30 segundos. No podíamos creer… estaba muerto; ha sido lindo para él, pero difícil para el resto, porque nadie esperaba algo así”, confiesa su hija.  

    Gabriela informa que donó todo el legado musical de su padre en disquetes al Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB), donde está segura que estará bien preservado y al alcance de los que estén interesados en investigar la obra de Fidel. 

    “La verdad es que todas sus cosas nos conmueven, es muy duro. Todavía tengo una maleta llena de reconocimientos que recibió en vida. Lo querían tanto que había personas que hasta le regalaban sus objetos personales cuando se encontraban con él en la calle. Es que él hacía todo con amor y pasión”, manifiesta. 

    Anuncia que, después de ordenar los reconocimientos, los entregará al ABNB. “Quisiera que esté cerca de don Gunnar, él fue su mejor amigo. Pienso que ha tenido una vida muy feliz, provocaba dar amor y lo conseguía. Yo creo que buscaba lo que no tuvo de niño”, concluye Gabriela. 

    Los restos del tío Fidel reposan en un túmulo del primer patio, lado izquierdo del Cementerio General de Sucre. Un poco más allá está el túmulo de sus padres •

    Su perfil 

    Fidel Torricos Cors nació en Sucre el 31 de diciembre de 1917 y falleció el 25 de junio del 2002, a los 85 años.  

    Hizo primaria en la escuela Daniel Sánchez Bustamante y secundaria en el Colegio Nacional Junín.  

    Fidel fue bioquímico-farmacéutico de profesión.  

    Fungió como catedrático en la escuela de Farmacia de la Universidad San Francisco Xavier. 

    También fue gerente propietario de la farmacia Lourdes. 

    Fue un intérprete magistral del piano, folclorista, investigador y compositor.  

    La profesión que escogió fue la de Farmacia y Bioquímica, pero su legado tiene que ver con la música que investigó y difundió.  

    Gracias a su labor consiguió decenas de reconocimientos de autoridades e instituciones de La Paz, Sucre, Potosí y Salta (Argentina). 

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