Dramas entre las bombas
En una cama de hospital, en Gaza, Mohamad al Hadidi sostiene en brazos, tembloroso, a su bebé Omar, el único miembro de su familia que sobrevivió al bombardeo israelí que mató a su esposa y a sus otros cuatro hijos.
En una cama de hospital, en Gaza, Mohamad al Hadidi sostiene en brazos, tembloroso, a su bebé Omar, el único miembro de su familia que sobrevivió al bombardeo israelí que mató a su esposa y a sus otros cuatro hijos.
"Ya no me queda nada, solo te tengo a ti", le dice a su hijo una y otra vez este lunes el hombre, un palestino de 37 años, observándolo atentamente mientras duerme.
Entre los escombros de la vivienda de unos familiares en la que pasaban la noche, y que fue destruida por un misil israelí, los rescatistas hallaron al niño de cinco meses, agarrado con fuerza a los brazos de su madre, muerta.
Tanto ella, Maha Abu Hattab, como sus otros cuatro hijos, Suhayb (13 años), Yahya (11 años), Abderrahman (8 años) y Osama (6 años), perecieron en el bombardeo del sábado.
"Se fueron a reunirse con Dios y nosotros no queremos permanecer aquí más tiempo. ¡Dios reduce nuestro sufrimiento!", implora el hombre.
La familia había decidido pasar la noche del Aíd al Fitr, la fiesta que marca el fin del ramadán, en casa de unos primos.
"Los niños se habían puesto su ropa más hermosa por el Aíd, tomaron consigo sus juguetes y fueron (a casa de los primos) para la fiesta", explica Mohamad.
"Me llamaron para preguntarme si se podían quedar a dormir allí (con su madre) y yo dije que sí", cuenta a la AFP.
"NO QUEDABA NADA"
Mohamad al Hadidi volvió solo a casa y se acostó. Se despertó en mitad de la noche, agitado por el estruendo de una explosión que hizo temblar su barrio, en el campo de refugiados de Al Shati, uno de los más poblados de los ocho campos que hay en la Franja de Gaza.
Un vecino lo llamó para decirle que era la casa de su cuñada la que había sido alcanzada por el misil.
"Me fui corriendo hacia allí lo más rápido que pude pero cuando llegué no quedaba nada... solo ruinas", indica.
Entre los cuerpos que recuperaron, también se encontraba el de su cuñada y los de sus cuatro hijos, los primos de Omar.
Dos días después de la tragedia, el pequeño todavía tiene la cara hinchada y una triple fractura en su pierna izquierda, en la que lleva una escayola que parece demasiado grande para él.
Su padre lo acuna entre sollozos, le acaricia la cabeza, llena de cicatrices todavía enrojecidas, y no le aparta la vista.
"Todos mis otros hijos tomaron el pecho, salvo Omar, que no quiso desde el primer día", comenta, de repente. "Dios nos estaba preparando".
"¿QUÉ HICIERON?"
Impotente, el padre de familia explota, rabioso por intervención del ejército israelí, que ha matado en una semana a al menos 200 palestinos, incluyendo al menos 59 menores, y causado más de 1.300 heridos.
Mohamad acusa al ejército de apuntar intencionadamente contra civiles.
"¿Qué hicieron para merecer que los bombardearan, sin ninguna advertencia, sin que les pidieran que evacuaran la casa?", insiste, pues es bastante común que el ejército israelí avise de que va a atacar un edificio de viviendas para que los habitantes salgan.
En cuanto al bombardeo contra el campo de Al Shati, el ejército asegura que iba dirigido contra "altos responsables" del movimiento islamista Hamás, en el poder en Gaza, que se encontraban -según los militares- en un apartamento.
Pero los servicios de rescate palestinos solo dieron cuenta de los ochos niños y las dos mujeres al informar de las víctimas.
El ejército, por su parte, afirma que quiere "examinar el acontecimiento".
Desde el 10 de mayo, el ejército israelí bombardea sin cesar el enclave palestino, sometido a un bloqueo, en respuesta a una salva de cohetes lanzado por Hamás contra Israel.
Las organizaciones de defensa de los derechos humanos han condenado sin descanso esos bombardeos contra mujeres y niños, y más aun teniendo en cuenta que los dos millones de habitantes de Gaza en general no tienen acceso a refugios ni ningún lado adonde huir.
Omar, por su parte, todavía tendrá que pasar varias semanas en el hospital principal de Gaza.
En brazos de su padre, el bebé, hinchado por los medicamentos, termina por abrir los ojos, con semblante ausente.
Su padre lo mira y hace una promesa. "Cuando vuelva a casa, me ocuparé de él y lo criaré, solo".
La batalla por las viviendas
Textos: Daniella Cheslow
Israa Jarbou ha dejado de ir a trabajar durante toda una semana por temor a ser agredida por judíos en el autobús en Jaffa, localidad mixta donde viven judíos y árabes, al sur de Tel Aviv.
"Van a darse cuenta de que soy practicante, asegura esta cajera de 27 años, bajo su hijab, velo musulmán que cubre la cabeza. "No hay ninguna seguridad".
David Shvets, estudiante judío de 24 años, salía el jueves de su escuela talmúdica Meirim Beyafo, ubicada en el mismo barrio donde vive la joven árabe israelí. Shvets cuenta que le tiraron piedras, y que el coche de un amigo y una sinagoga fueron incendiados.
"Nos movemos en grupo, con escolta policial para volver a nuestras casas por la noche" se lamenta, mientras califica la situación de "jungla".
Esta ciudad portuaria, con bares de moda y restaurantes repletos, vive hoy al ritmo de calles cerradas por la policía montada, mientras las fuerzas de seguridad patrullan, con fusiles automáticos.
El estado hebreo intenta así evitar los enfrentamientos en varias ciudades mixtas entre las comunidades judía y árabe, que representa el 20% de la población total de Israel.
Hay ataques contra sinagogas, mezquitas, cementerios, automóviles, incluso contra un teatro. Al menos un hombre ha muerto.
VIEJOS AGRAVIOS
Estos enfrentamientos estallaron tras el inicio del 10 de mayo de los combates más intensos desde 2014 entre Israel y grupos armados de Gaza, en especial el movimiento islamista Hamás, en el poder en el enclave.
Israa Jarbou vive en un exiguo apartamento, con nueve personas, entre ellas su marido, sus dos hijos y su suegra Etaf.
Pero el barrio cambia rápidamente: sus vecinos árabes, pobres, son expulsados de sus viviendas sociales, para ser reemplazadas por lujosos apartamentos al alcance de judíos israelíes.
La familia Jarbou libra una pelea con el administrador público de viviendas sociales, Amidar, que intenta sacarla de ahí.
"Quieren expulsarnos" se lamenta Etaf Jarbou, la matriarca de 57 años.
Para Tony Copti, director de cine y librero, la amargura de los árabes nació con la creación de Israel en 1948.
Antes, la ciudad portuaria estaba repleta de médicos, ingenieros, escritores.
"Para los árabes palestinos, Jaffa era la capital de la educación, del teatro, del cine, de la prensa" relata Copti. "Era un país por sí solo"
De los 70.000 habitantes árabes en la época, solo quedaron 3.000 en 1948. Los demás huyeron o fueron expulsados, según Zochrot, asociación israelí de documentación de las comunidades palestinas.
Según Amir Badran, nacido en Jaffa y consejero municipal de Tel Aviv, la mayoría de los inquilinos actuales de Amidar en Jaffa son árabes, y más de un tercio de ellos están amenazados de expulsión.
Amidar "ignora el hecho que estas propiedades era originalmente palestinas (...) y no toma en cuenta que los árabes no tienen los medios para comprar estas propiedades", según la asociación.
El administrador ordenó la expulsión de los Jarbou en 2018, alegando alquileres impagados durante más de 30 años.
ORDEN ANULADA
La orden fue anulada debido a la larga presencia de la familia en esta vivienda, a su mala salud y a sus bajos ingresos. Su abogado espera ahora obtener para ellos el derecho de comprar la vivienda o, al menos, poder vivir en ella con un alquiler accesible.
Las relaciones con Amidar ilustran las discriminaciones que los árabes dicen sufrir en Israel, lo que ha reforzado su solidaridad hacia los habitantes de los Territorios palestinos.
La situación en Sheij Jarra en Jerusalén Este—cerca de 500 palestinos amenazados de expulsión en beneficio de colonos judíos— tiene gran eco en la casa de los Jarbou.
"Jerusalén Este me rompe el corazón" dice Etaf Jarbou.
Varios centenares de habitantes árabes y judíos protestaron el domingo en Jaffa contra la política israelí y en favor de la coexistencia. Algunos portaban ramas de olivo, bajo la mirada de los policías antidisturbios israelíes.
"Los árabes de Israel no dijeron nada durante las tres últimas guerras de Gaza. Pero ahora, con la discriminación, ya estamos hartos" comentó Muhamad Mansour, manifestante e ingeniero de 34 años.