El llamado de la selva
En el siglo XXI, la historia del homo sapiens es clara; en cambio, la de las mujeres, confusa.
En el siglo XXI, la historia del homo sapiens es clara; en cambio, la de las mujeres, confusa.
¿A pesar del salto inmenso que estas dieron en solo un siglo al conquistar sus derechos de forma tan clara y contundente?
Cecilia Moyoviri Moye primera senadora Indígena por el Departamento del Beni en el Estado Plurinacional de Bolivia, en este mayo de connotaciones humanas en crisis, donde el territorio en el que habitamos a su vez se debate entre la vida, la democracia y la muerte, simplemente sabe y con claridad que es una hija de la tierra. Y que esta vez la selva; la suya, la llama.
Y aunque a Cecilia, hija del Tipnis, mujer de las tierras bajas, hermana de los bosques amenazados hoy a muerte por las políticas de Estado de un gobierno progresista, la Historia le vaya susurrando al oído que este es en verdad el tiempo en que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, intuye que esto no es tan simple y duda y se pregunta si esta igualdad alguna vez será —al menos para ella— una certeza…
¿Por qué?
Cecilia cierra con fuerza los ojos y aprieta los labios: “Porque las mujeres somos la tierra y amamos lo que crece en ella. Por que nuestras raíces se amarran a las de los árboles y nuestras manos han aprendido de nuestros mayores a cocer el barro y a tejer nuestras mantas y a proteger con ellas a nuestros hijos. Porque nuestros padres y abuelos nos contaron que solo siendo respetuosos de la vida de nuestros bosques y de sus animalitos que viven en él, tendremos paz y viviremos bien, pero… hoy no vivimos como debe de ser. Hoy… no tenemos justicia y no logramos ser felices”.
Bolivia en el nuevo siglo
De 1492 a 2021, ha pasado un tiempo largo. Y cuando los estudios de las etnias y las comunidades hincan el diente en el laberinto del tiempo pasado en este territorio, solo encuentran escarnio para las féminas, porque si en el mundo era natural su relegamiento; ahí, su exclusión era una ley.
¿Era…?
Es probable que el pasado se una hoy todavía al presente, porque el tema de género no es una doctrina concluida, ni tan siquiera un tema cerrado. Ahora sus connotaciones van al interior mismo de su sociedad; un conglomerado social nativo que creció antes de la conquista ibérica ya bajo la sombra cruel del incario que esclavizó a sus súbditos y mucho más a sus mujeres, dejando a los yanaconas como un modelo de servidumbre que prevaleció a lo largo de la colonia y que ya en la república siguió con el mismo tono de violencia racial, económica, política y social ensañada con ellas, un tiempo largo hasta el momento preciso en que la revolución del 52 les otorga sus derechos ciudadanos.
¿Nuestros derechos? ¿Y… eso con que se come? dice mucho más de mitad de siglo después la mayoría del país con escarnio.
Yo como, tú comes, ellos comen, ¿nosotras comemos? Ciertamente las mujeres indígenas nunca aprendieron a conjugar a cabalidad el verbo comer, porque simplemente de tan escaso lo que se comía no alcanzaba y ellas ponían en su plato las sobras de los padres y de los hijos y siempre aceptaron como cosa hecha el yacer con sus hombres sin ser todavía mujeres, tener hijos sin decidir si los querían o no; trabajar en inviernos y primaveras y servir sin descanso el año entero sin llegar a preguntarse si merecían, alguna pequeñísima vez, ser felices. Por ello, cuando el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario, después de una lucha armada y feroz, parece lograr el cambio que necesitaba Bolivia después de la guerra del Chaco y decide otorgar el “voto universal” a todos los bolivianos sin exclusión alguna y con la Reforma Agraria también repartir la tierra, sin duda la población queda anonadada: los terratenientes heridos en sus máximos intereses y los que no los habían tenido nunca, incrédulos. Pero la realidad siguió sometiéndolos porque la tierra a lo largo de las décadas siguientes no fue tema de interés a dilucidar en los gobiernos de turno y menos se repartió entre los que la trabajaban, convirtiéndose, eso sí, en el fruto codiciado por todos.
El 21060
“Un día, recuerda con gesto triste Cecilia, llegaron a nuestro territorio unos extraños: llegaban de las tierras altas porque el gobierno con el decreto 21060 había cerrado las minas, indemnizado a los mineros y concedido nuestras tierras para que ellos viniesen a vivir en ellas; sembrando y cosechando. Entonces nuestra comunidad quedó en alerta pues estos venían a habitar lo que era y había sido siempre, nuestro. Y ese fue el comienzo del avasallamiento porque ellos no sembraron piñas o papayas, sino chaquearon los bosques, arrasaron y sembraron coca. ¡Claro, es más fácil sembrar, cosechar y vender al narcotráfico! Y en un tiempo corto vimos cómo la comunidad fue perdiendo su identidad y hoy está sometida tristemente a la globalización, olvidando que siempre habíamos tejido, cocido cerámica y trenzado nuestras canastas como nuestros abuelos lo habían hecho; dejando atrás como una labor sin beneficio, sin sentido y sin valor a nuestras ferias: la artesanía del Beni.
La paridad y la alternancia
El cielo de mayo es azul. “Cielo de otoño, que no calienta sino más bien remueve los corazones”, dicen. Aunque para Cecilia no es extraño el tener el corazón inquieto, como lo tuvo en Chaparina cuando el gobierno arremetió con toda su furia a las comunidades del Tipnis que se oponían a la gran carretera que rompería definitivamente su vida. Y Cecilia ahora y en un instante vuelve al 2011 y la gran marcha de los indígenas enrumbando para la sede de gobierno. La marcha de los pies sangrantes y la sed caminando bajo un sol de plomo. La marcha de los sesenta días hasta llegar a La Paz y recibir flores, abrazos y comida de sus habitantes y policía y gases y sañudo amedrentamiento de un gobierno de identidad dizque indígena que se negó a dialogar con ellos, que no admitió de forma alguna sus derechos a la tierra que les vio nacer.
“Estuve ahí, dice Cecilia trémula. Y ese espacio de combate y de resistencia ante la violencia de quienes querían apropiarse del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure me señaló como la voz de defensa de mis ancestros”
Por eso hoy, en este mayo de 2021, Cecilia Moyoviri Moye tiene decisión y poder y es una mujer indígena con plena capacidad para dictar leyes en una Asamblea Legislativa que tiene claramente paridad y alternancia entre mujeres y hombres… pero, esto… ¿cómo así?
El siglo XX sin duda ha escrito en la Historia de la humanidad no solo el acaecer de las dos guerras mundiales, sino también ha narrado —aunque con aspavientos— acerca de los logros femeninos para acercarse a lo que nosotras llamamos igualdad de género y que precisamente en la década de los ochenta, e impulsada por el neoliberalismo, trae a Latinoamérica la teoría de género y desarrollo para implementarse como política de Estado.
Bolivia, que hasta entonces había carecido de doctrinas feministas que impulsaran el ser ciudadanas con igualdad en derechos, obligaciones y decisiones y que sí había avanzado en la búsqueda de igualdades o por lo menos ciertos avances en sus demandas económicas a través de los sindicatos, primero de obreras y gremialistas y luego de mineras, encontró en estas políticas de género y en la creación de los viceministerios de la mujer, sin duda una posible respuesta a sus necesidades de tener un mejor desarrollo como familia, pero como mujer(es)…¿qué? Los movimientos de mujeres sin embargo alentaron las expectativas de las redes barriales y comunitarias que se iban creando juntamente a los espectros políticos partidarios del momento y de a poco estos se tornaron en clientelistas, y corruptos, y, como por casualidad, arrastraron a las mujeres con ellos.
¿Es que la paridad< hombre y mujer> en las listas de los partidos políticos y la Alternancia< Una mujer de titular y un hombre de suplente, o al revés> en dichas listas, hacen presumir que ciudadanos y ciudadanas son iguales ante Dios y ante las leyes. ¿Qué hombres y mujeres son tomadores de decisión y poder en igualdad de condiciones?
Cecilia, en este mayo, sabe que no es así, que la lucha es partidista y que el enemigo principal no solo es patriarcal y misógino, sino esencialmente cínico y rastrero, y que la corrupción acecha siempre y en todo momento y ruega a este mismo Dios para que la conserve distinta. Para que la gente de su comunidad se eduque ante todo y entienda y asuma las autonomías, para que la Participación Popular sea un hecho en su territorio, para que en verdad la tierra sea para el que la trabaje y para que ella escriba en la Asamblea Plurinacional su ser mujer, su ser del Tipnis, su ser de mujer indígena •
(*) Comisión Tierra Territorio, Recursos Naturales y Medio Ambiente.