Colquechaca: las ciudades perdidas
Pocos lugares existen en Bolivia con tanta historia, tradiciones y leyendas como Colquechaca, la ciudad que prosperó al influjo de la plata, aunque, como veremos en la primera de dos entregas
Pocos lugares existen en Bolivia con tanta historia, tradiciones y leyendas como Colquechaca, la ciudad que prosperó al influjo de la plata, aunque, como veremos en la primera de dos entregas, es la consecuencia de dos ciudades previas, correspondientes a dos asentamientos de los que ahora solo quedan ruinas.
Esta semana hablaremos precisamente de esos dos asentamientos que no son otras que las ciudades perdidas de piedra.
Ubicación
Colquechaca está ubicada en la región norte del departamento de Potosí, en el municipio del mismo nombre, en la primera sección de la provincia Chayanta y a una altura aproximada de 4.173 metros sobre el nivel del mar.
Los ancestros de los pobladores de Colquechaca tuvieron que pasar por varias facetas, por el transcurso del tiempo, hasta establecerse en el lugar que ahora conocemos como Colquechaca de la que ahora describiremos de esta manera:
Su primer asentamiento
Los primeros pobladores de Colquechaca se asentaron en la cordillera de Quimsa Cruz donde surge el pico de una montaña mineralizada a la que el imaginario colectivo le dio el nombre de Cerro Hermoso. En su cima se encuentra la mina más antigua de plata, Jankonasa (nariz blanca), un enclave inca en territorio aimara, situada a una altura aproximada de 4.510 metros sobre el nivel del mar. Imaginamos el denominativo por los ricos y puros yacimientos de plata ubicados en el lugar, que en su momento de auge fueron explotados por propios y extraños; es decir, su usufructo es desde los aimaras o quizás más antes, posteriormente por los incas. Para ellos, la explotación de estos yacimientos era solo con fines decorativos, pero la faceta cambió cuando estas tierras fueron ocupadas por los españoles para fines monetarios y, con el fin de tener una mejor administración y un control a las vetas ricas, los españoles instalaron su cuartel realista.
Este asentamiento dejó vestigios con edificaciones de desarrollo urbano industrial que en su momento fue una población minera estable. Entre las construcciones más destacadas, que quedaron en ruinas, está el templo de San Gabriel.
La tecnología urbana es prehispánica, como puede observarse en sus viviendas y edificios administrativos. Quedan respiraderos de antiguas minas, trabajadas rústicamente en piedra con una forma circular, vestigios de huayrachinas y el cementerio que utilizaban primeramente los habitantes de Jankonaza y posteriormente Aullagas, donde sus habitantes enterraban ahí a todos los que bailaban el tinku diablo, una danza que precedió al tinku y la diablada.
El cementerio general de Colquechaca se creó por la necesidad imperiosa de enterrar los difuntos de Colquechaca ya que antes de la república solo se enterraba en el cementerio de Aullagas y, por la topografía que era muy accidentada hasta el lugar, posteriormente se creó el cementerio de los españoles, tanto de niños y adultos. Después de un tiempo, tuvieron que crear un nuevo cementerio por la gran cantidad de gente a finales del siglo XIX, para personajes como los masones y sectas religiosas de los templarios. A Colquechaca tuvieron que llegar las legendarios sectas religiosas como los templarios y masones, sectas religiosas de poderoso económico en todo Europa.
En 1776, el cumplimiento de las reformas borbónicas provocó la separación del territorio de Charcas y, por ende, las minas de plata del Perú, para entregarlas al recientemente creado virreinato del Río de la Plata. En la época de las rebeliones indígenas, se combatió a los ejércitos de Dámaso y Nicolás Catarí.
Las vetas de plata desaparecieron notoriamente, lo que provocó el abandono de Jankonasa, trasladándose el campamento minero a unos mil metros de distancia.
A fines del siglo XIX se produjo la baja del precio de la plata, lo que provocó la migración masiva de mineros rumbo al mineral de Uncía y de Llallagua.
Segundo asentamiento
El segundo asentamiento de los colquechaqueños fue Aullagas, cuyo nombre deriva de: Allyu – Acas, Awlla-Jasa, Awllagas… denominativos aimaras y quechuas que con el tiempo han quedado como Aullagas. En quechua, awlla significa “grande” y jasa “tierra blanda”, mientras en aimara, allyu quiere decir “clan familiar y “acas” significa “este o está”.
Aullagas se sitúa en las faldas de los cerros “Quivilmasa” y “Cerro Hermoso”. En su tiempo de auge fue unos de los distritos mineros más concurridos durante la colonia y el periodo republicano.
Aullagas de Bolivia, emporio de plata explotada por los incas con fines puramente ornamentales para la decoración de sus templos y palacios. Cuenta la leyenda que los conquistadores españoles llegaron a este centro minero entre 1535 y 1536. Al pedir el rescate por la liberación de Atahuallpa, obligaron a los incas a que los conduzcan hacia estas vetas, siendo este lugar una de las primeras poblaciones españolas en Bolivia.
En el periodo colonial, la economía se sostenía en el mineral de Aullagas junto a las minas de Porco y Potosí. Con una altura aproximada de 4.556 metros sobre el nivel del mar, la mina colonial de Aullagas reemplazó a Janckonasa y cobró importancia con el rico yacimiento productor de este metal, atrayendo aventureros españoles. Aullagas fue el centro donde convergían miles de mitayos reclutados de tierras alejadas y una urbe importante con una población que superaba los 10.000 habitantes. Pese a su clima frío de montaña, moraron allí importantes personalidades como Adolfo Costa Du Rels e incluso el príncipe de la Glorieta, Francisco Argandoña, que obtuvo también su riqueza de estas vetas creando el primer Banco en Bolivia ubicado en Aullagas.
Actualmente, Aullagas es conocída como “la ciudad perdida de los andes”, debido a que no tiene un solo habitante. Aquellas casas que acogieron a gente laboriosa son simplemente ruinas y escombros como la iglesia de San Miguel de Aullagas, olvidada y abandonada conforme va pasando el tiempo.
Aullagas fue, en su época, el orgullo de la minería de la plata, que se expresa en una urbe construida íntegramente en piedra laja. Si bien se trata de una ciudad colonial, por su trazo y distribución de callejas debidamente empedradas con un sistema de drenaje pluvial muy efectivo, en la construcción recoge generosamente la herencia prehispánica de su antecesora, sintetizada en la tecnología de doble pared, siempre en piedra.
La doble pared, una interior y otra exterior, era la mejor respuesta del minero de esas épocas para combatir a las inclemencias del tiempo, que hacen a la mina inhóspita en extremo, pues casi siempre tiene temperaturas bajo cero a la sombra.
No existen calles perpendiculares a la avenida principal, solo los callejones que comunican a los patios interiores de las viviendas mineras. Sobresalen, en este complejo, los arcos coloniales de medio punto, a diferencia de las viviendas en Jankonasa, donde prevalecen las típicas puertas prehispánicas en forma de trapecio. La zona de influencia de Jankonasa y Aullagas abarca un amplio y extenso territorio que llega hasta los confines de Pocoata y Macha, pueblo emblemático este último, donde se inició el levantamiento de Tomás Katari, un verdadero héroe regional. Sus hermanos Dámaso y Nicolás asolaron la región, asaltando el cuartel realista, quemando poblaciones íntegras y pasando a degüello a los blancos de estas minas y haciendas.
Los hornos de fundición de michita huayco (hueco del gato) servían para fundir la plata nativa, la millma barra y el rosicler extraídos de las minas cercanas de Aullagas. Estos hornos eran utilizados exclusivamente para moldear la plata extraída y de esta manera elaborar los objetos ornamentales de azogue, como ser utensilios de cocina, entre ellos platos, cucharas, soperas hasta inclusive los ornamentos litúrgicos, etc. Es de gran importancia resaltar el perfilado de la vestimenta del tinku diablo, puesto que los mismos estaban elaborados a base del metal argentífero y con sumo cuidado se las confeccionaba los bordados de plata en la ropa.
Aullagas tuvo su época de auge a fines del siglo XIX. Cuando las vetas empezaron a desaparecer, la gente abandonó el lugar y se dirigió hacia Colquechaca •
(*) Shirley Cruz es socia postulante de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí..