Las lloronas de la muerte
Una curiosa y muy extravagante costumbre de antaño tiene, como muchas otras costumbres y tradiciones en América, origen autóctono y europeo, es decir, mestizo. Y esta costumbre está muy relacionada a la religión católica-andina, especialmente con las procesiones litúrgicas de Semana Santa, las misas
Una curiosa y muy extravagante costumbre de antaño tiene, como muchas otras costumbres y tradiciones en América, origen autóctono y europeo, es decir, mestizo. Y esta costumbre está muy relacionada a la religión católica-andina, especialmente con las procesiones litúrgicas de Semana Santa, las misas de difuntos, los cortejos fúnebres, entre otros actos y rituales en los que era infaltable la presencia y el acompañamiento de las famosas lloronas, plañideras o lamentatrices, que eran muy solicitadas para estos menesteres y contratadas especialmente para estos actos. Y su tarea, oficio o trabajo, consistía en nada menos que llorar, gritar, recitar, cantar, hacer acto de dramatismo extremo y de mostrar dolor y pena para el difunto propio y ajeno, o santo devocional, dependiendo de la fecha o ceremonia.
En el sur y la parte central de Bolivia, en las ciudades como Potosí, Sucre o Tarija, La Paz, han desaparecido casi por completo, quedando algunas reminiscencias y resabios en las actitudes y actuares de la sociedad popular y costumbrista, que se resisten a perderse y que en esa resistencia cultural se entremezclan con las costumbres actuales. Ese podría ser, por ejemplo, el origen de los niños cantores que recorren en grupos la ciudad de Potosí, en la conmemoración de Todos Santos y ofrecen sus melodías y oraciones a cambio de masitas que, gracias a eso, reúnen en gran cantidad.
Las lloronas precolombinas y la costumbre del Purucaya
Entre la civilización inca se conocía una costumbre que seguramente fue practicada siglos antes por otras culturas andinas antecesoras, y que se denominaba Purucaya que, según cronistas del siglo XVI, la instituyó Tupac Yupanqui. Pero más parece que este soberano en realidad readaptó y reglamentó una costumbre ya antigua para ellos mismos.
Respecto al significado de esta construcción lingüística, nos remitimos a lo que dice Diego González Holguín en su “Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua qquichua o del Inca” (1608):
“Puru ccayan. Vn llanto comun por la muerte del Inga, lleuando su bestido, y su estandarte Real mostrandolo para mouer a llanto caymi saminchic caymi marcanchic ñispa”.
Por lo que siguiendo a Holguín y su interpretación; el Puruncaya o Puru ccayan, se traduce en que es la manifestación de un llanto o lamento especial que se lo practicaba en ceremonias importantes como la muerte de un Inca. Y esto se extendía en otras regiones, a los señores o reyes regionales de las distintas naciones de los Andes.
Incluso se tiene noticias que cuando los españoles estaban en su afán de adoctrinamiento religiosos y ponían en práctica la funesta extirpación de idolatrías, estos exhumaban, profanaban y confiscaban momias incas y de otros reyes regionales. Y cuando los exhibían por las villas y ciudades a las que eran trasladadas para su destrucción; al verlos, los indios o autóctonos rompían en dramáticos llantos y lamentos, provocando gran alboroto y miedo entre los españoles, al presenciar a sus reyes y señores momificados. Estos llantos eran acompañados por recitaciones y poemas, cantos y alegorías que recordaban las hazañas y anécdotas de estos gobernantes momificados de los Andes.
Las lloronas en potosí y charcas
En la época de la colonia o virreinal, esta costumbre de las lloronas se entremezcló gradualmente con lo autóctono y europeo hasta fusionarse entre ambas. Por ello no era raro apreciar, cuando fallecían personajes notables o poderosos y ricos señores, que en su cortejo fúnebre estuvieran acompañados junto a los deudos, estas escandalosas plañideras. Y mientras más rico y potentado era el difunto, mayor era el número de plañideras y mayor el alboroto y llanto para estas ocasiones.
Bartolomé Arzáns de Orsuá y Vela en su Historia de la Villa Imperial de Potosí, refiere algo de estas costumbres en varias partes de su magna obra. Sobre todo, las practicadas en las exequias de los monarcas españoles.
En una de estas, nos refiere sobre los funerales del rey Felipe II, en el que, como ya era costumbre en la sociedad potosina, la ostentación y lujo no reparaba en gastos económicos valuados en oro y plata.
Las ceremonias y procesiones se componían de lo más alto de la sociedad potosina entre españoles e indios nobles o de alcurnia, generalmente kuracas e Incas. Todos ataviados de luto estricto para la misa y procesión, con sincronización de rezos. Asimismo se armaban túmulos (que son los antecedentes de los armados de tumbas de Todos Santos en Potosí), arcos de platería, protocolos varios, etc. y, por su parte, los aborígenes acompañaban con sus ancestrales cánticos en los que seguramente no faltaban las plañideras o las lloronas, tanto indígenas como españolas.
El gran tradicionista don Antonio Paredes Candia en su obra: Tukusiwa o la Muerte, menciona que en la región de Charcas: “A las mujeres que en España se las conocía por plañideras, en el Alto Perú recibía el nombre de lloronas, también alaraquientas y ayeadoras.”
Por otra parte, Gustavo Adolfo Otero en: La Vida Social en el Coloniaje, respecto a esta costumbre menciona que: “Alquilar los servicios de mujeres que lloraban tanto en la casa del difunto como en el acompañamiento al entierro se mantuvo hasta fines del siglo XVIII”.
Pero lo cierto es que esta costumbre se mantuvo hasta muy entrado el siglo XX en la ciudades y centros urbanos de Bolivia.
Manuel Rigoberto Paredes en: Mitos, supersticiones y supervivencias populares de Bolivia, menciona por su parte que “en el periodo colonial existía la costumbre de seguir detrás de los dolientes mujeres indígenas, negras y mulatas, que tenían el oficio de plañir desesperadamente y con gritos destemplados produciendo la mayor confusión en la ceremonia religiosa, no solamente en la calle sino también en el interior del templo.”
Estas célebres plañideras, como ya se ha mencionado, no solo oficiaban en velorios o cortejos fúnebres, sino al año del fallecimiento del difunto y, sobre todo, en las celebraciones de Todos Santos.
Todos estos elementos, personajes y matices muy importantes en estas ceremonias, hoy forman parte del legado cultural mestizado de los Andes y de esta parte de Bolivia. Y en Potosí, aún existen dentro de su riqueza cultural •
(*) José Luis Pérez es vicepresidente de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).
Lloronas en las provincias
En las provincias potosinas, y aun en la ciudad, pudimos presenciar esta costumbre milenaria en algunas mujeres de la región de Chaquí, de la nación Charka-Qara Qara.
Mujeres dolidas por la muerte de alguna persona, pariente o personaje importante de su entorno y región, emitían sonidos de “ayes” que iban de tenues sollozos, a llantos agudísimos, a más de lúgubres, aterrorizantes y electrizantes para quien lo viese y oyese por primera vez.
Los sonidos producidos se repetían continuamente en interjecciones continuas y pausadas, coordinadas veces con un lenguaje corporal acompañado de algunas onomatopeyas en el que se expresaban llorando y gritando: “ayyyyyyyyyyyiiiiiiiii…” “ahhhhhiiiiiii…” prolongadísimos, para luego intercalar con cantos y recitaciones entre llantos particulares en quechua. Eran reminiscencias, sobre todo por los poemas y cantos al Purucaya inca, y tal vez a otros rituales y ceremonias más antiguas.
Estos lamentos eran a veces realizados por una sola persona, otras veces sincronizado por otras tantas, seguidas de quejas e insultos, contrastada por bellos y tristes cantos a capela o con acompañamiento. En algunos lugares, estos actos son intercalados de música instrumental. Probablemente de ahí proviene el mestizo género musical del Yaraví. Y, por otra parte, aunque más autóctonas, aun se practican y tocan las melodías ancestrales y milenarias de la música instrumental del Ayarachi.
Es importante diferenciar que las plañideras españolas realizaban su trabajo a su manera y las indias a la suya pero con el tiempo se entremezclaron en la colonia y república.
Una de esas diferenciaciones es que las españolas se quejaban al difunto, recriminándolo por su muerte y abandono, entre otras particularidades. Esa costumbre, en parte, se ha quedado en la idiosincrasia de la sociedad boliviana.
Por otro lado, las mujeres indígenas lloronas no reclamaban, sino que conmemoraban, rendían culto a sus difuntos con el mayor respeto, pues el difunto, momificado o no, se convertía en guardián de su ayllu o región, se convertía en Mallqui sagrado y algunas veces hasta se convertía en Huaca sagrada. Y esto también, ha quedado estampado, en la idiosincrásica del ser boliviano actual.