“Sí. Soy yo”

Tenía los ojos pardos. Se los busqué porque, durante toda la entrevista —23 minutos y 32 segundos—, él había evitado que se los viéramos. ¿Habrá sido por la operación reciente o porque evadir era su forma de ser? No lo supe entonces y no lo sabremos jamás porque Mario Terán Salazar ha muerto.

La foto que Eduardo Torrico tomó en 1967 La foto que Eduardo Torrico tomó en 1967 Foto: El Mundo, de España

Juan José Toro Montoya
Ecos / 15/03/2022 02:00

Tenía los ojos pardos. Se los busqué porque, durante toda la entrevista —23 minutos y 32 segundos—, él había evitado que se los viéramos. ¿Habrá sido por la operación reciente o porque evadir era su forma de ser? No lo supe entonces y no lo sabremos jamás porque Mario Terán Salazar ha muerto.

El reporte llegó desde Berlín, en un mensaje publicado en la cuenta de Facebook de Raúl Azurduy Chávez, pastor de la Freie Evangelische Gemeinde Baptist Lagoinha Berlin. La explicación que a eso da el diario cruceño El Deber es que Azurduy, nacido en Santa Cruz, es “pastor de la iglesia evangélica cercano a la familia”.

Pero la confirmación la dio el general Gary Prado Salmón, quien encabezó el grupo que capturó al Che Guevara. “Sí, es verdad, falleció —le dijo al diario cruceño—. Fue un hombre valiente, que egresó de la Escuela de Sargentos en 1961. Mantuve contacto con él, lo que más le preocupaba era por el acoso de la prensa, porque quería mantener el anonimato, porque simplemente cumplió voluntariamente la decisión que vino de la presidencia”.

Entonces no hubo lugar a duda. Mario Terán Salazar, el hombre que mató al Che, había muerto.

Oculto

Nacido en Cochabamba el 9 de abril de 1942, Terán pasó 55 años de su vida evadiendo a periodistas y escritores y, debido a ello, varias conjeturas surgieron respecto a su vida.

En 2007, el periodista brasileño Douglas Duarte escribió que “para llegar a Mario Terán Salazar, el hombre de cuya carabina salieron los disparos que mataron al Che, tendrás que superar meses de rumores y pistas fuera de lugar, mentiras deliberadas y hostilidades abiertas. Está administrando terrenos en Oruro, a más de 15 horas en auto desde Santa Cruz. Vive en un pequeño pueblo cercano, se desconoce la dirección. Trabaja en el bar Club Militar. Va de incógnito con una peluca ridícula. Se convirtió en chofer, podría ser el hombre que conducía ese mismo taxi”.

Por ese mismo año, surgió la noticia de que los médicos cubanos que el gobierno de Evo Morales hizo traer a Bolivia le habían devuelto la vista al hombre que mató al Che Guevara, sin saber que era él, pero esa versión, que Duarte calificó como “historia demasiado buena para ser confiable” también tenía su porción de mentira, y su porción de verdad, como todo en la vida de Terán. “No, no… no es como se dice que me han devuelto la vista. Falso. Yo no estaba ciego, una simple catarata tenía y, como están viendo, me han fregado, me han dejado el ojo colorado”. Y le vemos, pero él evade las miradas.

A Terán lo encontramos en su casa de Santa Cruz en octubre de 2014, luego de una búsqueda que duró meses. Tras la publicación de una entrevista que le hiciera la periodista francesa Michelle Ray, en 1967, el hombre se esfumó, porque no se lo volvió a ver en actividades militares públicas. La investigación que hicimos para encontrarlo permitió evidenciar que su partida de nacimiento no figuraba en los registros del Registro Civil. Se había ocultado a los ojos del público.

Sin hablar

En octubre de 1967, Bolivia era noticia mundial. El gobierno del entonces presidente René Barrientos Ortuño comunicaba, oficialmente, que el guerrillero argentino/cubano Ernesto Che Guevara había caído en heroico combate con el ejército boliviano. 

El escenario del anuncio era un hospital de Vallegrande con un nombre demasiado grande para él, Señor de Malta. Allí, en una camilla que se depositó sobre lavabos, el cadáver de Ernesto Guevara de la Serna fue mostrado a los periodistas que pudieron llegar hasta el lugar. No había duda. El Che estaba muerto.

Pero los periodistas que llegaron hasta el lugar comenzaron a hacer preguntas incómodas. Los campesinos contaron que Guevara y otro guerrillero —el boliviano Simón Cuba, llamado “Willy” en la guerrilla— llegaron vivos hasta la escuelita de La Higuera. Esas versiones apuntaban a un fusilamiento. 

En diciembre de ese año, la periodista francesa Michelle Ray llegó a Bolivia. Poseedora de información privilegiada que le proporcionaba su amante, Eduardo Torrico, un paracaidista con buenos contactos en el Alto Mando Militar, sabía que el hombre que mató al Che estaba en Cochabamba, gozando de un permiso especial, y lo encontró. Habló con él y Torrico le tomó una foto en la puerta de la Escuela de Argentos.

Cuando estaba a punto de irse de Bolivia, Ray contactó a algunos periodistas bolivianos que investigaban el posible ajusticiamiento. Uno de ellos, Jorge Torrico, recogió testimonios que apuntaban a una ejecución, pero los militares se enteraron. “El general (Alfredo) Ovando, Aymée Céspedes y el jefe del servicio de información saben que yo lo sé. Algún día me cogerán. Por eso prefiero irme y pedir asilo político en un país de Europa. En cualquier país de Iberoamérica corro el riesgo de que me envíen a Bolivia de nuevo", le dijo.

Pero si Torrico era vulnerable, Ray estaba a salvo porque no vivía en Bolivia, así que publicó un artículo en la revista “Paris Match” con un título fulminante: “El Che fue asesinado a sangre fría” y se cayó la versión del gobierno boliviano que decía que Guevara fue muerto en combate.

El efecto de la publicación debió ser tan devastador que a Terán le ordenaron desaparecer. En 2014, Gary Prado lo admitió, aunque suavizó el recuerdo. 

Fue en su despacho, en su casa de Santa Cruz. El editor del suplemento Crónica del diario El Mundo, Ildefonso Olmedo, le presentó la foto que Torrico sacó en Cochabamba, en 1967, y el general lo confirmó: “Es él”.

—¿Está seguro? ¿Éste es Mario Terán, el hombre que mató al Che? 

 —Sí. Y no se le puede culpar de lo ocurrido. Las circunstancias le llevaron a eso, no más… Cuando le sacaron esa foto le hice una recomendación: «No te metas en este baile, ¡carajo!». ¿Por qué le aconsejé que se quedara callado? Para que no hubiera venganza contra él… Y me hizo caso. 

Y le hizo caso porque no habló con nadie más desde entonces.

Jon Lee Anderson, uno de los más famosos biógrafos del Che, no alcanzó a arrancarle una entrevista, así que le puso tres cruces: “Terán es un hombre sumamente amargado, se considera un chivo expiatorio de sus superiores que escribieron libros y ganaron gloria y ascensos con la derrota del Che. Acepta responder sobre los sucesos de La Higuera del 9 de octubre de 1967, pero sólo por dinero”, le dijo en 2017 a la periodista Mery Vaca, actual directora del diario Página Siete.

Douglas Duarte logró arrancarle la confesión de que sí, él fue quien mató al Che, pero no quiso dar una entrevista:

—No sirve de nada preguntarme nada porque no puedo ni quiero hablar.

—¿No puedes? ¿Por qué, temes por tu seguridad?

—Quiero estar en paz. Mi familia no quiere que hable. No quiero hablar. Esta historia hay que olvidarla.

—Terán, no hay manera de saber qué pasó el día de la muerte del Che si no hablas.

—Eso no me interesa. He estado muerto durante cuarenta años y durante cuarenta años he tenido que vivir con eso. Solo yo sé lo que es vivir con eso.

Duarte volvió después, y fue recibido en la casa de Terán. Lo esperó, sin éxito, y reparó en los detalles de la casa, especialmente en un caparazón de tortuga con grabado oriental que cuelga de la pared de la salita.

Ahí mismo nos recibió, en 2014, el mismísimo Mario Terán Salazar, que jugó con nosotros al juego de las mentiras y evadió nuestras miradas.

Al salir, le pedí a Ildefonso que me espere un momento afuera y, ya a solas con Terán, le di la mano, se la estreché y miré sus ojos pardos, intentando meterme en ellos para salir al mediodía del 9 de octubre de 1967. Quise retroceder en el tiempo a través de aquel hombre que fue el único que vio morir al Che Guevara.

—Yo sé que usted fue y le estrecho la mano porque quiero recordar este momento por el resto de mi vida. No me esquivó la mirada, pero insistió: “No. No soy yo”.

Pero, minutos antes, en la entrevista de 23 minutos y 32 segundos, Ildefonso le había presentado la foto que Torrico sacó en Cochabamba, en 1967, y la respuesta fue clara, sin evadir la mirada:

—Sí. Soy yo •

  (*) En octubre de 2014, Juan José Toro encontró a Mario Terán, en Santa Cruz, y lo entrevistó junto al editor del suplemento Crónica del diario El Mundo, de España, Ildefonso Olmedo. Esa es la única entrevista grabada con el hombre que mató al Che Guevara.

La conclusión

Después de una campaña de expectativa que se difundió en Madrid y las redes sociales, la crónica “El hombre que mató al Che” fue la apertura de la edición del diario “El Mundo” correspondiente al domingo 23 de noviembre de 2014. 

“El resto de la historia ya es conocida. El Che se hizo icono, ‘santo’. A Mario, sin más, se lo tragó la tierra”, decía en su parte final.

Pero… ¿por qué se lo tragó la tierra?

La clave la había dado Gary Prado en su detención domiciliaria por el denominado “caso Terrorismo” que, coincidentemente, gira en torno a Eduardo Rózsa, a quien muchos llamaban “El Che de la derecha”: “No  te metas en este baile, ¡carajo!”.

Después de la entrevista concedida a Michelle Ray, de la que salió la hasta entonces única foto del asesino del Che, no solo Prado sino la cúpula militar le ordenó a Terán que se borrara. Así desapareció incluso del Registro Civil en el que solo quedó una partida de nacimiento inscrita a mano en la página 27 de un libro de actas que tiene el sello del Registro Civil de Bolivia. Por la letra, las anotaciones son confusas y debajo del nombre de su padre, Vicente Terán, se puede leer la palabra “comerciante”. Junto al sello están dos firmas y solo en una se puede reconocer “VTerán”. La segunda es más bien un garabato y se presume que pertenece a la madre, Candelaria Salazar.

Aparentemente, ese registro manual fue la única certificación del nacimiento de Mario Terán Salazar durante 37 años. El 2 de agosto de 1978, cuando ya habían pasado más de diez años de la muerte del Che, su inscripción de nacimiento fue regularizada mediante una orden judicial. En esa fecha, su esposa, Julia Peralta Salas, lo registra bajo la partida 143.

Así, mimetizado, era inubicable.

Prácticamente borrado del Registro Civil, vivía tranquilo a dos cuadras del segundo anillo, arropado por su numerosa familia y cuidado no precisamente por un guardaespaldas sino su hijo. Cuando volví a revisar los registros en el padrón, encontré la foto del hombre con vitíligo. Era Víctor Hugo, el ser humano que estaba en el vientre de Julia Peralta mientras su padre estaba en Ñancahuazú, con sus dos amigos, los “Marios”, enfrentando a la guerrilla del Che Guevara. 

Mario Terán Salazar se puso a tiro de periodista cuando cumplió 65 años, la edad mínima para recibir el Bono Dignidad. Como uno de los requisitos para cobrarlo es la inscripción en el padrón electoral, no le quedó más remedio que registrarse. Salió de las sombras y lo hizo… dio sus datos y se dejó fotografiar. Apareció en el registro.

Y ahí lo encontré.

“Es él…”

 

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