Reynolds, por Medinaceli
En 1918, Gregorio Reynolds tenía 36 años y Carlos Medinaceli 20. El primero había alcanzado la madurez literaria y publicado la que sería su obra más conocida, “El cofre de Psiquis”.
En 1918, Gregorio Reynolds tenía 36 años y Carlos Medinaceli 20. El primero había alcanzado la madurez literaria y publicado la que sería su obra más conocida, “El cofre de Psiquis”. Medinaceli, por su parte, todavía paladeaba el éxito que tuvo, en junio de ese año, el primer número de la revista “Gesta Bárbara”. Y allí fue donde colisionaron dos de los más ilustres escritores chuquisaqueños aunque, en rigor de verdad, fue Carlos quien atropelló a Gregorio.
En su descargo, habría que decir que Medinaceli estaba enojado. La inversión para publicar “Gesta Bárbara” no pudo ser cubierta por las ventas de la revista y, como él se había empeñado en sacar por lo menos dos ejemplares más ese año, se convirtió en deudor de la Tipografía Católica, de Potosí, en la que se imprimió los dos primeros números. El administrador de la imprenta, Samuel Sivila, no tuvo ningún empacho en publicar un aviso, en la prensa, pidiendo a los jóvenes escritores que acudan a sus talleres, a pagar su deuda.
En el tercer número, entonces, el director de la revista tuvo que mimetizarse y quien dio la cara por los bárbaros fue una mujer, también chuquisaqueña, María Gutiérrez. Fue en esa tercera publicación en la que, sin firmar, por las razones anotadas, Medinaceli hizo dos referencias a Reynolds. La primera está en la página 166, con este texto:
“REYNOLDS Y YEROVI.- Federico More. El valiente (¡) escritor peruano, cuya fecundidad y celeridad en la confección de libros, nos pasmaría, si no fuere hábito nuestro el urdir cuentos en cinco minutos, ha reunido en este volumen dos estudios críticos sobre las personalidades de Gregorio Reynolds y Leónidas Yerovi, poetas boliviano y peruano. Del primero se le hace la pita gallardamente; del segundo puede aceptarse que ha hablado en serio. Tiene páginas maestras, no hay que ponerlo en duda; pero, tiene, además, el flaco de las definiciones. Para hablar de Reynolds, da ¡sapiente magister! una lección de helenismo. Que les aproveche”.
Y, si eso pareció duro, habrá que revisar lo que publicó sobre “El cofre de Psiquis”:
“COFRE DE SIQUIS. Gregorio Reynolds. No se trata de un consagrado, sí de un bello extraviado. Si la poesía fuese evacuación neurológica, sería poeta intelectual; si emotividad, sentimental; si floración etológica, regional; si crispación libidinosa, sádico; etc. etc. Cada una de esas calificaciones, aisladamente, pueden producir un poeta. Dentro de cada una de ellas vive un mundo singular, y todas las cosas pueden ser rentas desde ese minarete… Pero, el caso es que Reynolds, un momento místico, otro sádico, produce una congestión rebelde. Particularmente, sus sonetos, pueden ser bellos y cuanta mayor sensación de belleza nos produzcan, mayormente acicatea la curiosidad delectada del espíritu: pero, volteamos de hoja, y no queda otro recurso que hacer un gesto ríspido. Después de habernos acariciado brisa leda, nos sopla el huracán.
“Apenas es concebible un mismo receptáculo, para refractar tan encontradas sensaciones, como en estos versos:
“soñar con la ventura de lo que no alcanza, ya que para el recuerdo llegar a la esperanza sólo es desear de nuevo partir y no volver.
“Enerva y turba tu mirada loca;
“llama al mordisco tu sesgada boca,
“al entreabrirse en cálido jadeo
“como la flor sangrienta del Deseo.
“Esto, sin dejar de asegurar que el helenismo y sadismo de Reynolds, son de puro afiche y que su personalidad se desenvuelve más espontáneamente en el paisaje melancólico y filosófico.
“Tiene el libro un prólogo saporífero y brutal, escrito por el culto Bustamante. Ha habido un momento que los escritores de La Paz vivieron en abracadabrante celeridad. Prueba: ese prólogo”.
No sé si Gregorio respondió a la pluma acerada de Carlos, pero consuela saber que aquel no aparece en los libros posteriores de este. Es de esperar que, con el tiempo, haya aprendido a respetarle •