Cumple 108 años luego de “morir” a los 16

Cuando tenía cerca de 16 años, fue dado por muerto en la hacienda de su familia en los valles cercanos a Sucre. Un afamado curandero campesino conocido como Matico preguntó a quién velaban.

Cumple 108 años luego de “morir” a los 16

Cumple 108 años luego de “morir” a los 16 Foto: Carlos Rodríguez (ECOS)

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Cumple 108 años luego de “morir” a los 16 Foto: Carlos Rodríguez (ECOS)

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Cumple 108 años luego de “morir” a los 16 Foto: Carlos Rodríguez (ECOS)


    Weimar Arandia para ECOS
    Ecos / 17/07/2022 19:08

    Cuando tenía cerca de 16 años, fue dado por muerto en la hacienda de su familia en los valles cercanos a Sucre. Un afamado curandero campesino conocido como Matico preguntó a quién velaban. “A Josecito, que se ha muerto”, le dijeron. “¡No puede ser!, ¡no está muerto!”, dijo en quechua el sabio indígena.

    Una vez que vio postrado al adolescente, Matico confirmó que no estaba muerto, sino que, en sus palabras, su alma se había desprendido de su cuerpo. Pidió unas campanillas y, ante la inexistencia de estas, utilizó dos tapas de cacerolas como platillos de percusión. Sonó varias veces y al poco tiempo, el jovencito volvió a respirar.

    Han transcurrido nueve décadas de entonces. Hoy, domingo 17 de julio de 2022, José Alejandro Pradel Loayza cumple 108 años de vida y es el centenario masculino con mayor edad de Bolivia, según el portal Gerontology Wiki, que lleva la información certificada de los seres humanos longevos del planeta.

    Pradel, junto al paceño Samuel Chuquimia Murillo, son, además, los últimos excombatientes que participaron de la Guerra del Chaco que enfrentó a Bolivia con el Paraguay durante los años 1932 y 1935. Y no está solo en las postrimerías de su vida: lo acompaña su esposa, Mery Peñaranda Peña, maestra jubilada de 94 años.

    Infancia 

    José Alejandro Pradel Loayza nació el 17 de julio de 1914 en la población de Betanzos, Departamento de Potosí. Ese mismo año, a nivel internacional comenzó la Primera Guerra Mundial, que se extendió hasta 1918, cuando otro suceso conmocionó al mundo: la pandemia de la denominada Gripe Española, que en cuatro años arrancó la vida de alrededor de 50 millones de personas.

    La pandemia no tuvo un gran impacto en Bolivia, que por entonces ya estaba enclaustrada por la pérdida de acceso soberano al Pacífico y tenía una comunicación incipiente con el resto del mundo.

    Pero sí otras enfermedades asolaban a la población como la malaria, una enfermedad que afectó gravemente al adolescente Pradel mientras vivía con su familia en una finca en la comunidad del Chaco, en Río Chico. La enfermedad lo dejó en algún momento sin signos vitales para ser declarado muerto por su familia. La milagrosa intervención del sabio curandero Matico hizo que no le enterraran vivo, como decía de manera jocosa sobre aquel pasaje extraño de su vida.

    Desde su infancia en Betanzos, Pradel demostró que tenía un espíritu espartano, cuando se daba chapuzones en el agua helada antes de ir a la escuela durante el invierno. Pronto descubrió que esa inquietud le llevaría a fortalecer su cuerpo con el ejercicio y a desafiar algunos límites naturales para fortalecer su mentalidad.

    Guerra del chaco

    Con 19 años, en enero de 1934, Pradel fue llamado a las armas para ir a la Guerra del Chaco. La noticia cayó como un rayo sobre su madre, Benigna Loayza, que falleció de un infarto en Betanzos. Postergó su marcha por los funerales y luego tuvo que cumplir con el deber patrio.

    Junto con cientos de jóvenes integró el Regimiento Carandaití hasta el cese de hostilidades, el 19 de junio de 1935. Esa experiencia le acercó aún más con los campesinos bolivianos.

    “Él recuerda que, cuando la guerra terminó, hubo un gran descontento en la tropa, en especial entre los soldados de base, campesinos que se sintieron traicionados por el cese de hostilidades, justo cuando se comenzaba a recuperar posiciones y a ver en perspectiva una gran victoria para el país. Los soldados campesinos lloraron de rabia, me contó mi padre”, recuerda Tesoro Pradel Peñaranda, una de las cinco descendientes de don José.

    Luego de esa amarga y dolorosa experiencia, el joven excombatiente volvió a Sucre para dedicarse al trabajo de campo en la hacienda que su padre regentaba en los valles cercanos. En ese entonces, la desgracia se atravesó en la vida de la familia Pradel con una riada que desapareció gran parte de los cultivos de la finca. Fue tanta la decepción que la familia la abandonó para siempre.

    Un oficio para ayudar

    Después de intentar algunos emprendimientos y proyectos en varios lugares del país, José Pradel decidió asentarse en la ciudad de Sucre donde comenzó una familia en primeras nupcias a fines de la década de los 30 y principios de los 40. En el ámbito laboral, con la regencia del farmacéutico sucrense Ramón Chumacero, comenzó con las actividades de la botica Mayo, un ancestro de las actuales farmacias que a diferencia de éstas suministraban medicamentos elaborados a partir de sustancias químicas de uso medicinal.

    Pradel se hizo un experto boticario con la elaboración de medicamentos que eran recetados por médicos en Sucre.

    “Además de los medicamentos recetados, mi padre tenía medicamentos como ungüentos, jarabes y lociones de elaboración propia para dolencias comunes. Con esta actividad ayudó a mucha gente, en especial campesinos con quienes tenía una excelente comunicación porque hablaba quechua de manera perfecta”, recuerda Tesoro Pradel.

    El “huayra jampi” y pomadas para heridas y golpes tuvieron un éxito rotundo entre la población de aquellos tiempos en la ciudad de Sucre y sus alrededores.

    “Muchas veces los campesinos que venían no tenían dinero para pagar los medicamentos y mi padre les decía que llevaran y que después cumplan con el pago”, rememora la hija. Muchos campesinos pagaron con productos agrícolas los valiosos medicamentos.

    Su amistad con los campesinos clientes era tan estrecha, que un día llegó un conocido para ofrecerle su charango. “Siempre me das la platita para traer las cositas, Lindaura. Más cuando llegó a la Lima, Rosaura; que linda borracherita, Lindaura”, dice un famoso huayño peruano. El campesino que vendió el charango a don José Pradel se gastó el dinero de las compras familiares en las afamadas chicherías de Sucre. “Suena bien el charanguito, doctorcito”, le dijo. 

    Curioso por naturaleza y amante de los desafíos, después de algunos meses con el hermoso charango, José Pradel se convirtió en un músico aficionado e incluso, con los años, en luthier o constructor de instrumentos de cuerda y viento que aún se conservan en la céntrica casa que habita en Sucre.

    La actividad de boticario le dio a Pradel profundas satisfacciones por la invalorable ayuda a la población, en especial a la más necesitada. Tal vez un agradecimiento constante a la memoria del doctor Matico, aquel sabio curandero que con conocimiento tradicional y medicina natural devolvió a este mundo a Pradel •

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