Un can llamado “Abuelito”

Rayos y truenos enfurecidos golpeaban con furia al pueblo de Yotala. El torrente de lluvia inundaba las calles convirtiéndolas en ríos sin cauce.

El can junto a Sandra. El can junto a Sandra.

Evelyn Campos López ECOS
Ecos / 18/08/2022 23:42

Inclemente y sin respiro, el cielo se iluminaba y daba paso a los estruendosos truenos que hacían estremecer a una variedad de criaturas inocentes que estaban aterradas por la tormenta. 

Los silbidos del viento se confundían con los aullidos de miedo que emitían los canes callejeros y desamparados que corrían sin rumbo en busca de un cobijo, rascando puertas de las casas vanamente. 

Miedo también sentía la artista plástica y protectora de animales Sandra Padilla y se escondía bajo las cobijas tapando sus oídos para evitar escuchar los gemidos de los perros que retumbaban en su cabeza y lastimaban su corazón.   

Finalmente, no pudo más, sentía el mismo dolor de los desprotegidos, se armó de valor y sujetando la mano de Guillermo, su esposo, le pidió le acompañe a socorrerlos. 

Una vez que recorrían las calles vieron un cuadro desolador: perros, algunos cachorros y otros adultos temblando de frío y acurrucados en un rincón, otros corriendo sin rumbo aterrorizados por los truenos y uno que otro rascando la puerta de su casa para entrar. 

De inmediato, la pareja se puso a tocar las puertas sin cesar, hasta despertar a los dueños y pedirles que metan a sus mascotas, reclamándoles por su actitud insensible con los que se supone “son los mejores amigos del hombre”. 

Algunos se disculpaban y otros les agredían verbalmente. Un vecino dijo que su perro estaba ahí para cuidar su minibús. Empero, los esposos no pararon, siguieron insistiendo hasta conseguir que permitan a los canes ingresar al interior de las casas, por lo menos hasta que pase la tormenta. 

Pero esa no fue la única vez. En varias oportunidades socorrieron a perros y gatos cuando había borrascas. La gente, con tal de deshacerse de la “molesta pareja”, dejaba entrar a los animalitos a sus viviendas.  

 

El encuentro con “Abuelito” 

De ese modo, en una ocasión encontraron a “Abuelito” y su hermano, enroscados, empapados de agua y titiritando de frío. Además, estaban enfermos y sin poder caminar. Los pobres animales no paraban de temblar de miedo.  

Sandra no cesaba de tocar la puerta donde suponía que vivían los peludos, pues se arrimaban a ella; pero no recibió respuesta alguna; entonces, junto con su esposo optaron por colocar un cartón en el piso para que eviten el suelo mojado, pero apenas se acercaban a los perros, ellos trataban de huir por el miedo que sentían.  

En ese momento, Sandra y Guillermo se dieron cuenta que uno de ellos, de color negro, no podía caminar y otro, blanco con café, arrastraba las patas traseras. Ante semejante cuadro, ambos experimentaron un agudo dolor en el pecho que parecía consumirlos. Se alejaron despacio, con la promesa de volver… 

 

Abandonados por viejos y grandes 

Y así lo hicieron al día siguiente: fueron muy temprano a verlos. Una vecina les contó que, dos años antes, los dueños de los canes se fueron a vivir a Sucre, dejándolos abandonados. Su delito fue que eran viejos y de raza grande.  

Los mamíferos se quedaron ahí, no querían moverse del lugar y no comían. La vecina dijo que les daba de comer cuando le sobraba. Inevitablemente se enfermaron los dos hermanos.  

Sandra y su esposo llevaron a un veterinario desde Sucre, pero los canes se mostraban agresivos y escurridizos. El estado del perro negro era pésimo: yacía postrado, sin fuerzas y poca visibilidad. Era ancianito.  

Decidieron hacerlo dormir ya que estaba padeciendo; su cuerpo tuvo una digna sepultura en la casa de Guillermo y Sandra.   

“Abuelito”, así llamaron al hermano sobreviviente (de color blanco con café), era muy porfiado y miedoso. Tuvieron que transcurrir dos años para permitir que Sandra lo toque. No obstante, en ese tiempo, sus ángeles guardianes (Sandra y Guillermo), nunca dejaron de alimentarlo, cuidarlo y protegerlo de la lluvia.  

Cuando caía aguaceros, Sandra iba junto con Fabiola Moncayo (voluntaria del refugio de animales), a buscarlo para llevarlo a su casa. Al ser de raza grande era bastante pesado, entonces lo cargaban las dos y lo trasladaban descansando en cada trecho.  

En el refugio le tenían preparado un cartón con una frazadita encima pero el porfiado prefería dormir en el suelo. Con todo, al menor descuido huía para apostarse otra vez en la puerta de la casa de los que le abandonaron, esperando vanamente el retorno de sus dueños. Algo que nunca sucedió.   

Prodigándole cuidados, lograron que “Abuelito” camine mejor, sus patas traseras sostenían otra vez a su cuerpo, aunque caminaba con dificultad. Empero, su gran problema era la sarna canina a causa de los ácaros: su espalda carecía de pelaje.  

La sarna le sangraba por las llagas que se producían cuando se rascaba. Sandra afirma que era desesperante verlo sufrir porque lloraba por el dolor. 

“Me encontré con don Víctor (fallecido), el carpintero del pueblo, le comenté sobre ‘Abuelito’ y me dijo ‘lo sanarás’. Me dio una receta, tenía que remojar un paño limpio con thinner y empapar con toques suaves su cuero dañado. Era una tarea de titanes, se escapaba, tuve mucha paciencia durante varios meses y el resultado no tardó en llegar: empezó a crecer su pelo y sanar la sarna”, relata. 

Explica que ese diluyente de pintura es inoloro e indoloro. Logró penetrar en la epidermis del perro hasta matar las bacterias.  

 

Dos almas solitarias 

En 2016, Sandra sufrió uno de los hechos más trágicos de su vida: falleció Guillermo. El dolor que la desgarraba por la pérdida de su esposo lo compartía muchas veces con “Abuelito”, en el mismo lugar del que no quería moverse el can.  

Una noche, los truenos la despertaron sobresaltada. Instintivamente salió corriendo a buscar al can, al que encontró mojado y temblando. 

La miraba suplicante, ella se sentó a su lado en plena lluvia y se puso a llorar. Le dijo que se sentía sola y le pidió que se vaya a vivir a su casa. “Abuelito” bajó su cabeza y la escondió entre sus patas. 

Entonces, Sandra se levantó y volvió sobre sus pasos, llegó a su casa y… ¡oh, sorpresa! El perro estaba a su lado y entró por sí mismo. Desde entonces se quedó ahí y nunca más escapó, su salud mejoró y todo su cuerpo volvió a tener pelaje, pero seguía sin aceptar cartón ni cobijas. 

El tiempo pasó, transcurrieron largos ocho años desde que Sandra decidió cuidar a “Abuelito” en las calles. Ahora, está más viejito, su vista es borrosa, carece de agilidad en las patas, le falta fuerza para subir a la cama y se cae. Sí, ahora le gusta, duerme en la de su protectora. 

Cuando salen a la calle, “Abuelito” alardea, a duras penas, pero lo hace, y ladra a todos. Por su tamaño, la gente le teme, aunque no tiene ni un diente, aun así, es alfa y sus pares le respetan.  

Las personas que le conocieron en el pueblo no creen que sea el mismo; le contaron a Sandra que sus exdueños ahora venden api por el Hospital Jaime Mendoza.  

 

Un perro longevo 

Para San Roque Sandra siempre festeja a sus peluditos comprándoles una torta. Al pastel de “Abuelito” le puso 22 velitas. Fue entonces que uno de sus vecinos le contó que el perro de su familia pertenecía a la misma camada de “Abuelito”. 

Le dijo que, cuando su hijo tenía un año de edad, el cachorro tenía entre tres a cuatro meses de vida. Ambos se criaron juntos pero el can murió cuando su vástago tenía 21 años. Es decir que Abuelito tiene 24 años porque el hijo de su vecino tiene 25.      

Desde hace muchos años, la gente cree en la teoría, que carece de fundamento científico, de que un año humano equivale a siete de un can, multiplicando esos números Abuelito tendría nada menos que 144 años. ¡Increíble! 

De acuerdo con la información proporcionada por Jimmy Montecinos Burgos, médico veterinario Zootecnista Magister en Nutrición Animal PhD en Ciencias y propietario de la Clínica Veterinaria San Martín de Porres, de Potosí, un año de un can equivale a seis de un humano. 

Este cálculo fue realizado por la primera escuela de Medicina Veterinaria de Inglaterra, mediante la prueba de carbono 14, y es la única que puede establecer la edad cronológica de un ser vivo, comenta Montecinos.  

Entonces, “Abuelito” podría ser uno de los perros más longevos del país, aunque existe la posibilidad de que existan otros también. 

 

El ocaso de su vida 

Lo que importa es que, en el ocaso de su vida, “Abuelito” recibió amor incondicional, buena alimentación, cuidados y protección de parte de Sandra.  

Con todo, su mirada es triste, el abandono de sus dueños logró romperle el alma. Solo él sabe todo lo que sufrió, el maltrato del que fue objeto, el hambre que pasó y el dolor que aguantó.

Apenas camina, no tiene dientes, tiembla de miedo al escuchar una banda que ameniza la fiesta en honor al Tata Santiago, en el momento que estamos por sacarle una fotografía, y quiere escapar al escuchar los petardos. Es imposible que pueda posar para la cámara de ECOS.  

Mientras acaricia la cabeza de “Abuelito”, Sandra dice que se irá en cualquier momento, podría ser dentro de uno, dos o cinco meses, una semana, quién sabe... Al menos tuvo la oportunidad de conocer una vida digna cuando el sol se pone en la suya.  

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