Adiós, maestro charango

Eso fue Ernesto Cavour. Un hombre que yo creo, como ser humano, va a visitar los tres lugares emblemáticos del más allá y donde nos espera a todos sus amigos, por supuesto.

Ilustración de Abel Bellido Córdoba (Abecor). Ilustración de Abel Bellido Córdoba (Abecor).

Luis Rico Arancibia
Ecos / 18/08/2022 20:38

Conocí a Ernesto Cavour el año 1965, cuando, después de salir bachiller, llegué a la ciudad de La Paz y frecuentaba la peña Naira, donde iba a mirar a nuestro paisano, tupiceño, chicheño, potosino, Alfredo Domínguez.

Miré en Ernesto Cavour un hombre deseoso de popularidad y el pequeño instrumento no le daba como para competir con un gringo Favre, que tocaba hermosamente la quena, y un Alfredo Domínguez cuya guitarra vibraba del modo más particular.

Ernesto Cavour se dedicaba a reírse del folclore, inventaba cosas, hasta que el año 1971 clausuraron la peña y Los Jairas tuvieron que emigrar a Europa. Ernesto estaba medio suelto, faltándole los otros compañeros de Los Jairas. Entonces me acerqué y le propuse reabrir la peña Naira clausurada. Nos pusimos de acuerdo y, con mi compañera Cecilia, reabrimos la peña Naira.

Hicimos una convivencia con Ernesto Cavour de 14 años en la peña Naira. Hemos viajado bastante. Los momentos más interesantes como ser humano fueron cuando subimos a Canadá. Ernesto Cavour, dos artistas más y yo fuimos a hacer una gira de tres meses en Canadá y, estando lo más arriba posible, en una ciudad llamada Rimouski, es que Ernesto Cavour me mostró su calidad humana pidiéndonos que vayamos a visitar a unos indígenas marginados que eran los esquimales de Canadá, que se habían desplazado desde Alaska hasta Canadá y se estaban estableciendo en esa ciudad. Fuimos a hacerles un concierto y ahí Ernesto Cavour fue el atractivo de tocar ese instrumento tan pequeño y tan sonoro como es el charango.

Después tuvo otra experiencia muy simpática en el norte potosino, en Siglo XX, en los momentos más duros de las dictaduras militares. Nos fuimos para allá y en un público eufórico de trabajadores mineros, mujeres mineras y niños mineros que habían logrado su entrada para el espectáculo a través del descuento por planilla, que ya no se acostumbra pero en ese tiempo llevaba a toda la familia a disfrutar los espectáculos. En ese momento fuimos Nilo Soruco, Ernesto Cavour y yo. Le tocó a Ernesto Cavour en un momento de bulla y euforia tremendo, de trabajadores mineros, que lo único que faltaba era hacer reventar una dinamita. Las mujeres también comentaban entre ellas y los niños jodían en los pasillos del teatro. Empero, Ernesto Cavour toma su charango y no toca… habla con él… y se produce un silencio tremendo en el teatro donde dice: “Hablá, pues, tocá, hermanito, charanguito, papituy…”. Se acerca el charango al oído y en el micrófono dice a todo el público: “no quiere hablar. Está durmiendo”.

Entonces el hombre, en silencio, con una sonrisa por descubrir que Ernesto Cavour nos estaba jugando una broma musical de tocar solo los silencios de la música.

Eso fue Ernesto Cavour. Un hombre que yo creo, como ser humano, va a visitar los tres lugares emblemáticos del más allá y donde nos espera a todos sus amigos, por supuesto. A Nilo Soruco lo va a ver allá. No sé si como buen comunista estará en el infierno: anti-religioso, por supuesto; o el Ernesto Cavour que, cuando tocaba charango, siempre se persignaba y seguramente pasará por el cielo, por ese mérito de persignarse antes de tocar el charango.

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