Todos Santos y difuntos
Este 1 y 2 de noviembre el pueblo católico boliviano vivirá intensamente la conmemoración de Todos los Santos.
Este 1 y 2 de noviembre el pueblo católico boliviano vivirá intensamente la conmemoración de Todos los Santos. Los cementerios estarán repletos de gente que acudirá en masa para honrar a sus muertos en sus tumbas; otros esperarán la visita de las almas en sus casas preparando “mesas” con los productos que los fallecidos disfrutaban más en vida.
“Uno de los rasgos más importantes para determinar la identidad cultural de una familia, una comunidad, región e inclusive de un país, es la concepción de la vida después de la muerte, pensamiento que está profundamente relacionado con la identidad religiosa”, comenta el historiador y ex ministro de cultura Fernando Cajías.
Esta concepción está vinculada a rituales, usos y costumbres que de manera especial se manifiestan en la fiesta de Todos Santos y en el Día de los Difuntos. La fecha de la celebración, 1 y 2 de noviembre, marca la hegemonía cristiana ya que es parte del calendario festivo cristiano y se celebra en todo el mundo cristiano.
Según el escritor e investigador tradicionalista de Sucre y del folclore boliviano Luis Ríos Quiroga, que falleció el 9 de enero de este año, el 1 de noviembre es un día de alegría porque está dedicado a Todos los Santos, hombres o mujeres, que llevaron una vida ejemplar y fueron elevados a los altares mientras que el 2 solo está dedicado a los fieles difuntos.
El estudioso explicaba que para recibir a las almas las familias montan en sus casas unas mesas cubiertas con mantel blanco, un crucifijo, velas y floreros. También colocan alimentos, viandas, masas y fruta seca que en vida disfrutó el difunto.
En tanto que el 2 de noviembre, en Sucre se realizan los tradicionales k’anchacus en los que la familia y los invitados degustan el mondongo, plato típico de esta fiesta, que acompañan con chicha mezclada con panala de color rosa.
Las tradiciones que se practican actualmente durante la fiesta de Todos los Santos contrastan mucho con el significado de las costumbres ancestrales que seguían los pueblos en la época preincaica e incaica.
Cosmovisión Andina
Según la cosmovisión de los pueblos andinos, noviembre, o Aia Marcai Quilla en quechua, es el mes de la fiesta de los difuntos, conocida después de la conquista como la Fiesta de Todos los Santos.
Los ancestros esperaban la visita de los difuntos con el mast’aku para pasar momentos de reciprocidad, armonía y equidad con ellos.
En la cultura andina nada perece o muere definitivamente, solo se pasa de un estado a otro y se cumplen distintos ciclos vitales. Cada uno es un nuevo comienzo.
Lo que está claro es que, cuando se pierde a un ser querido, el tiempo de duelo es muy duro, el tema de la muerte tiene una filosofía muy profunda y muchas interpretaciones.
En la cultura andina no le temen a la muerte, lloran por el desapego, pero con el tiempo llega la conformidad. Según algunos investigadores, para que el alma de un difunto llegue al Wiñay Pacha puede transcurrir tres años o varios más, todo depende de cómo la persona desarrolló su vida durante su existencia terrenal.
Se dice que, cuando se llega al Wiñay Pacha, todos nos reencontraremos con nuestros seres queridos algún día. Aunque también se cree que las almas buenas se quedan en las montañas y se vuelven apus (espíritus protectores que velan por las personas).
El mast’aku
Mientras tanto, los familiares vivos preparan para la fiesta de los difuntos el mast’aku. Estas costumbres y ritualismos varían de una comunidad a otra.
Melby Mojica Sandi nació en Sucre, pero vive desde hace 40 años en la ciudad de Cochabamba. Se casó con el desaparecido investigador Wilfredo Camacho quien junto con su esposa dedicó sus esfuerzos para la recuperación y preservación de las tradiciones ancestrales y ritualidades de los diferentes tiempos del calendario agrícola.
Entre sus investigaciones destaca la recuperación del mast’aku, la fiesta de la vida y la muerte. Término que proviene de la palabra quechua mast’ay que significa tender.
Desde la cosmovisión andina no se puede entender la muerte sin antes comprender qué es la vida; asimismo, no se puede discernir qué es la vida sin antes asimilar lo que es la muerte, explica Mojica.
A partir de esa dimensión, la pareja recuperó en Cochabamba el ritual ancestral del mast’aku, que permite valorar y respetar la vida.
Reciprocidad con los muertos
El mast’aku es una celebración ancestral. Los pueblos andinos se disponen a presentar ofrendas a sus difuntos y entablar relaciones de reciprocidad.
La palabra mast'aku hace referencia a la mesa de ofrenda que se prepara para recibir a los parientes fallecidos. Incluye elementos con valor simbólico para el difunto y sus seres queridos, como comidas, bebidas, flores y t’antawawas.
Según el calendario agrícola, la siembra inicia en octubre, tiempo caluroso en el que las semillas necesitan lluvia para germinar y prosperar.
Los antepasados realizaban el mast’ay en noviembre, mes dedicado a entrar en reciprocidad con las almas. Según su creencia, las almas interceden para que los vivos se beneficien con mejor tiempo para que haya lluvias.
Se dice que, así como los vivos atienden a los muertos cuando nos visitan, ellos también corresponderán de la misma manera. Por eso surge ese sentimiento de reciprocidad, expresa Mojica.
Esta celebración se hace en Cochabamba de manera muy particular, rescatando y respetando los rituales ancestrales, preparando las mesas de los difuntos representando los tres niveles de la cosmovisión andina:
Hanaq Pacha o mundo cósmico, lo que está arriba, nivel donde están las deidades.
Kay Pacha o el mundo terrenal, que está aquí presente, donde están hombres, animales y plantas.
Uku Pacha o el mundo de abajo, donde están deidades con las que se puede vivir en reciprocidad, porque nos protegen (no es el infierno).
Ritualidad y sincretismo
El cronista amerindio que también incluía en sus obras manuscritas interesantes ilustraciones, Felipe Guamán Poma de Ayala, en uno de sus relatos cuenta que, cuando llegó a estas tierras, vio que en noviembre los indígenas sacaban de los pucullos o enterratorios los restos de ciertos familiares cuyos esqueletos volvían a armar y vestir con las mejores prendas y los hacían pasear por los lugares más significativos de la comunidad.
“Era una forma de rendir ofrendas para que los difuntos intercedan por mejores días para los que todavía estaban en este plano terrenal. Está registrado como una ritualidad pre colonial”, precisa Mojica.
Desde la llegada de los conquistadores españoles y la extirpación de las idolatrías hasta la actualidad, esta ritualidad ha sufrido cierto sincretismo (tendencia a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas opuestas).
Felipe Guamán Poma de Ayala describía que la costumbre de desenterrar a los antepasados se hacía encima de la tumba, donde daban de comer y beber a los difuntos. Pero ahora, por medidas de salud pública, ya no se desentierra a los muertos.
En tiempos ancestrales, el difunto se representaba en la mesa con una t’antawawa grande. Por influencia de la época de la colonia y el sincretismo de la iglesia católica, actualmente una fotografía representa al muerto.
Se hacía seis meses antes
A través de las investigaciones que realizaron Mojica y Camacho comprobaron que la tradición del mast’aku no se perdió en los valles altos del Departamento de Cochabamba.
Los mast’akus se preparan ahora con un mes o 15 días de anticipación. En el pasado se hacía seis meses antes, especialmente para esperar la llegada de una “mosoj aya” o “alma nueva”, que murió en ese año.
Empero, las familias de los que morían tres meses antes de noviembre, recién hacían el mastak’u el siguiente año, ya que eran muchos preparativos.
La familia espiritual, consanguínea, ahijados y amistades participaban de la preparación de los alimentos, pues antes no se compraba como se hace ahora.
Buscaban alimentos en otros lugares, cercanos y lejanos. Tenían que conseguir productos del altiplano o fruta de los Yungas. Lavaban, hacían secar y moler el trigo, preparaban la chicha y cumplían otras tareas más.
“Ahora se puede comprar todos los elementos del mastak’u, ya que prima lo comercial sobre lo familiar, espiritual y ritual. La preparación de un mast’aku en Cochabamba es toda una industria especializada en ese rubro. Se puede armar hasta en una semana”, comenta Mojica.
Mesa para difuntos y sus elementos
En la parte más alta de la mesa se representa al Hanaq Pacha, se coloca las deidades más importantes de la cosmovisión andina: el sol o Tata Inti y luna o Mama Quilla y algunas aves como picaflores.
Se cree que el sol acompaña al difunto hasta el más allá, durante el día y la luna por la noche.
Estos elementos se elaboraban con harina de trigo, agua y un poco de sal. No se usaba levadura ni azúcar, por eso no se podían comer ni compartir con los demás; mientras que ahora se prepara deliciosa repostería consistente en bizcochuelos, rosquetes, galletas, empanadas, rollos y otras delicias.
En otro nivel se representaba al Kay Pacha donde instalaban la comida (pan) y una copa con chicha, que el difunto disfrutaba en vida. No hay que olvidar que en tiempos ancestrales el menú de la gente era muy sencillo y austero.
En cambio, ahora se ve una gran variedad de comidas y bebidas espirituosas; se instalan mesas inmensas que representan un gasto enorme para las familias quienes están convencidas de que tienen “un compromiso social muy grande” con los demás.
“Entran en competencia, se dejan llevar por el qué dirán, se angustian pensando que estarán haciendo bien o mal”, expresa Mojica.
Actualmente, en la mesa se coloca la fotografía del difunto y una t’antawawa grande con características parecidas a las que tuvo el fallecido, por ejemplo, un lunar o lentes.
En ese mismo espacio se coloca una escalera, según algunas interpretaciones sirve para que el alma baje y suba por ahí. También se instalan los urpus (masas de pan), con forma de palomas y trenzas que sirven para retribuir a las almas visitantes.
“La gente no tiene que llegar a un nivel de fanatismo, debe entender que la esencia del mast’aku es convocar a la familia y entrar en retribución con el alma que les visitará. Según la visión andina, nos volveremos a reencontrar con nuestros seres amados. Hay que vivir la vida y la muerte con alegría, no es un tema trágico”, indica Mojica.
En el tercer espacio, el Uku Pacha, se colocan a deidades hechas con masa de pan, como el rayo que por su forma se lo identifica con la víbora o el sapo que representa a la Pachamama.
Según las crónicas de Guamán Poma de Ayala, en el periodo prehispánico, el mastak’u no solo se celebraba el 1 o 2 de noviembre sino todo el mes para entrar en reciprocidad con las almas.
Otro detalle que explica Mojica es que se preparan platos con ají picante, como fideos uchu o papa uchu, porque dan coraje y ayudan a sobrellevar el duelo.
“Como son culturas vivas, todos esos elementos se van recreando. Por ejemplo, ahora preparan canastas dulces para que las almas endulcen su existencia. También hacen suspiros en representación del último suspiro que dio el difunto. Son recreaciones que hay que respetar”, sostiene la investigadora.
Según estas tradiciones y ritualidades que recuperamos en el presente, es posible compartir con las familias en duelo los valores de la solidaridad y reciprocidad, pero sobre todo respeto por la vida y la muerte, como por la eternidad de la vida, concluye Mojica •