Remembranza de Alfredo Domínguez

Bruscamente, un 28 de enero de 1980, Ginebra (Suiza) vio cerrar los ojos de Alfredo Domínguez, muy lejos de la tierra que él amó y a la que cantó las canciones más sentidas.

En La Paz, tocaba en la Peña Nayra.

En La Paz, tocaba en la Peña Nayra. Foto: El autor y dominio público

Alfredo Domínguez componía sus canciones inspirados en su tierra natal, Tupiza.

Alfredo Domínguez componía sus canciones inspirados en su tierra natal, Tupiza. Foto: El autor y dominio público

Domínguez nació en 1938.

Domínguez nació en 1938. Foto: El autor y dominio público

Los tupiceños le hicieron un homenaje erigiendo un monumento.

Los tupiceños le hicieron un homenaje erigiendo un monumento. Foto: El autor y dominio público


    Cristóbal Corso Cruz
    Ecos / 30/01/2023 02:17

    Bruscamente, un 28 de enero de 1980, Ginebra (Suiza) vio cerrar los ojos de Alfredo Domínguez, muy lejos de la tierra que él amó y a la que cantó las canciones más sentidas. Pero fue suya la tierra que recogió sus despojos en sepultura cristiana. Padecía la enfermedad de “chagas” (un mal de los pobres), que fue la causa de un infarto cardiaco.

    Alfredo Domínguez vivía en Ginebra, estudiando los secretos del arte. Una beca le había dado oportunidad para radicarse en Europa. “Para mí…vivir en el extranjero es estar con la gente que puede aportar algo”… y Domínguez perfeccionó su arte, en la música y el grabado y, algo más, fue portador en el Viejo Mundo del mensaje del folklore de nuestra tierra impregnado de perfume, de humedad.

    En la década del 60, trabajaba en la Paz como dibujante en el matutino “La Nación”. Hacía caricaturas, ilustraba artículos, no dejaba de hablar de su “patria chica”, Tupiza, y en sus ojos brillaba la nostalgia de su infancia dejaba allí, amarrada al tronco fértil del churqui legendario. En una entrevista periodística en “Presencia”, de La Paz (año 1976), expresaba que “el hombre es malo y bueno a la vez”. Alfredo decía que es necesario corregir las injusticias sociales. Al indio se lo ve siempre de arriba y no como un ser humano, siempre con el paternalismo gratuito, no me gusta eso de que lo llamen “hijo”…quisiera… volver a ser el mismo alumno del tercer curso de primaria para decirle a la profesora que los niños que no tenemos plata, ni zapatos; también podemos hacer una ronda. Es ahí donde comienza la discriminación, en la escuela. 

    Pulido por la vida, por experiencias felices y amargas, Domínguez, esencialmente no cambió nada. Era un muchacho que se encargaba de cuidar al mono de un circo chileno, el muchacho que una vez perdió las alpargatas por cruzar el Pilcomayu con una bolsa de naranjas.

    Pasó el tiempo apresuradamente. Alfredo, ya bastante joven; no era más que un aficionado al dibujo y a la guitarra. Lo que su timidez le restaba ante la sociedad, su arte le aproximaba a los centros culturales más importantes. Silencioso, pero fecundo, ascendió a codazos la escalinata del triunfo hasta llegar al sitial expectante de guitarrista, compositor y dibujante consagrado.

    En el oído de los que aman las canciones de la tierra, perdura el paisaje agreste o florido del suelo natal. En cada nota asoma la pampa infinita, los cerros colorados, el viejo algarrobo, el molle centenario y todo el panorama que eclosiona en la sangre, en sed de ternura y evocación. Las tendencias que cultivó el guitarrista fueron variadas; entre cuecas, villancicos, tonadas, taquiraris y chacareras, refleja en sus letras temas políticos, sociales y costumbristas de esa época en el país. Su música es también mensaje social que expresa principios de justicia social y esperanza, esto se debe principalmente a que Alfredo había sentido en carne propia la discriminación en Europa y Bolivia.

    ¿Qué contenido de dicha y amargura encerraban las notas de su guitarra? ¿Por qué la muerte rondaba su canto, cuando su vida no había presentido el advenimiento del otoño con sus hojas doradas ni el rudo invierno de escarcha y melancolía?

    Alfredo era un artista, porque sentía el placer íntimo de hacernos felices a través de su arte hecho música y pintura.

    Pero qué extraño era su canto, qué doliente la melodía en su “Muerte del Indio”, o en “Agonía del ave”, lucha cruenta y desigual entre un pajarillo y la muerte. Lacerante en las estrofas de “Rosendo Villegas Velarde”. Presencia constante de la muerte, cercanía del más allá. Premonición de un final inevitable. La muerte evocada en todo momento.

    “Juan Cutipa”, una de las máximas creaciones de Domínguez, emerge como la figura vital del hombre boliviano que vive en el campo, en las chozas, minas, quebradas y pampas. Es la “Vida, pasión y muerte” del hombre boliviano convertida en notas musicales.

    Juan Cutipa era un hombre cualquiera, un anónimo. Anduvo por los caminos recogiendo coplas. Subió a los cerros, bajó por las quebradas. Conoció la choza y se asomó al minero. Fue soldado, anduvo por las pampas, ganó el interior de la casa pobre y recogió el mensaje de los hijos de su patria y los llevó a las  cuerdas de su guitarra, y alguna vez se detuvo a escuchar el canto de las aves, el murmullo de las aguas , las voces de los genios de la tierra, el silbido del viento y la tempestad hasta que llegó el día de la muerte de “Juan Cutipa”. Cansado de recorrer senderos, cerró los ojos y su sueño se hizo eterno, como eterno es ahora el sueño de Alfredo Domínguez.

    Ahora es tan sólo un recuerdo, un recuerdo que viene con el viento que trae las “notas” de su guitarra. Murió cuando era árbol florido. Ensanchó su mundo de acción hasta Europa y volvió a su tierra envuelto en un blanco sudario. Su cuerpo helado se velaba en la “Peña Naira”, lugar donde solía actuar junto a Ernesto Cavour, Gilbert Fabre, Edgar Yayo Jofré y Julio Godoy; “Los  Jairas”. Más tarde su cuerpo fue trasladado hasta Tupiza, su tierra natal, tristemente fue velado en el patio de su casa, era pobre, no tenía ningún salón; sobre su féretro cubierto con una bandera boliviana estaba su guitarra. Fue sepultado en el cementerio de su pueblo. Hoy, lastimosamente su tumba se encuentra en completo abandono, nadie le lleva ni una flor fresca para evocar al gran artista Alfredo Domínguez •

    (*) Cristóbal Corso Cruz es Presidente de la Sociedad Geográfica y de historia “Potosí”.

    Fuentes bibliográficas

    Cavour, Aramayo, Ernesto. Instrumentos  musicales de Bolivia. La Paz.Bolivia.1994.

    Centro Portales. Chaski. Revista mensual del niño. Cochabamba Bolivia. 1984.

    Hemeroteca.

    Periódico PRESENCIA. Alfredo Domínguez, otra vez en Bolivia. Segunda sección. 1976.

    Periódico `PRESENCIA. Cultural.  Alfredo Domínguez. Evocación.  1981.

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