El rostro de Cristo
En el periodo del paleocristiano, las primeras representaciones artísticas de Cristo eran simbólicamente un pez o un cordero.
En el periodo del paleocristiano, las primeras representaciones artísticas de Cristo eran simbólicamente un pez o un cordero. Luego, comienza a perfilarse el rostro de un joven cargando un cordero. Durante el medioevo, el mundo cristiano pensaba que los rostros de Cristo eran reales. Muchos atribuían que San Lucas pintó a la Virgen y el Niño Jesús. Incluso creían que otras representaciones los pintaban los ángeles.
Realmente... ¿cómo habría sido la imagen de Cristo? Posiblemente haya sido como los artistas le hayan dado un rostro y un cuerpo hermoso invariablemente; claro, según los cánones de belleza occidental: ojos azules, nariz fina, boca pequeña, cabello castaño o rubio, rizos, piel blanca...Sí. Así se imaginaron inicialmente los maestros pintores. Al mismo tiempo, se imaginaban a Jesús como un judío y rabino que, como la mayoría de los hombres de aquel momento, llevaría ordinariamente un vestido de lana con un cinturón que servía de bolsa al tiempo, un manto y sandalias. Siguiendo las costumbres de su tiempo, “llevaría para la oración matutina talismanes atados al brazo”. En sus largas caminatas “se guardaría de los ardientes rayos del sol mediante un sudario blanco que envolvía cabeza y cuello”. Continuando con las investigaciones, “todas las imágenes son creaciones de los artistas”. A lo largo de los siglos lo pintaron y esculpieron, pero la imagen más cierta es que probablemente era la de un nazareno, no un judío; tenía la piel más o menos olivo, como la tienen ahora los de la región, y probablemente llevaba el cabello largo. Debió ser “un hombre poco excepcional, más bien corriente, hasta que comenzó a predicar”. Esta postura coincide con la que aportó la ciencia hace algunas décadas. Usando la técnica de la reconstrucción virtual, con datos antropológicos de un tipo de judío, se presentó un rostro que salió al frente, no la destruyó, de la imagen alimentada por siglos de iconografía.
Es interesante rememorar que durante la Época del Renacimiento; la escultura “La Piedad” obra del gran Miguel Ángel, que se encuentra en el Vaticano; presenta a un Cristo con cabello largo, barba ligeramente rizada, con un aire oriental y facciones delicadas, rasgos muy difundidos durante el Renacimiento, pero la iglesia (Ekklesía) afirma que Jesús, por sus labores de carpintero, posiblemente haya sido con un físico robusto. También otros artistas se atreven a representar a Cristo con una larga barba hirsuta, patriarcal, casi de rasgos persas. En cambio, el pintor Mathías Grünewald, representa a Cristo como un hombre rubio, cuya barba y cabellos dorados destellan sobre la carne blanca. Velásquez y Rembrandt lo muestran con la tez de color porcelana.
Estas imágenes llegaron con la invasión de España a tierras americanas. En el periodo del Barroco, el arte en la Audiencia de Charcas empieza a tener su máximo esplendor. El estilo barroco llega a los Andes a través de dos fuentes; las influencias de Francisco de Zurbarán y la de Rubens, a través de grabados... En las escenas pintadas, se observa rasgos propios del barroquismo, la exaltación del dolor y el sacrificio como una vía de salvación. El patrimonio nuestro en este sentido tanto en pintura y escultura es invaluable.
Los templos erigidos en el área rural fueron los depositarios de obras valiosas de maestros de la pintura y escultura durante toda la época virreinal, muchas de ellas aún se encuentran conservadas, las más fueron sustraídas o recogidas para enriquecer las colecciones de los museos nacionales. Durante la colonia, muchos indígenas aprendieron a cultivar las artes plásticas en los talleres de los maestros artistas. Según los investigadores, la pintura de los indios imprime fuego, imaginación y gusto de los sobredorados con un estilo propio de las escuelas de Charcas.
La estudiosa Mireya Muñoz afirma que artistas y alarifes venidos de España se dedicaron a enseñar las técnicas a los naturales americanos; “pero ellos también tenían sus técnicas para trabajar o decorar y en cuanto podían poner algo de sus conocimientos, lo hacían”. Los murales, los pórticos de piedra y los altares de plata se han hecho de esta manera.
Se conservan en el alma del pueblo muchas manifestaciones populares, que son precisamente los “retablos pequeños o portátiles”, encargados por las familias. Son los testimonios del “barroco mestizo”, con todas las características de la representación sobrecargada a la que se añade el colorido intenso. Esos pequeños altares son utilizados para llevar muchas veces a un templo dependiendo de la Imagen venerada que guarda el retablo portátil, pudiendo ser un “Tata Santiago” o posiblemente la imagen de una “Virgen del Rosario”, y las más tienen entre sus motivos más frecuentes, “La crucifixión”. En los santuarios se observa que se confunde el concepto de los retablos con los amuletos envueltos con aguayos multicolores para que “escuchen” la misa y les veneren encendiendo velas.
Sobre el alma de Jesús hay mayor consenso, aun entre los no creyentes. Hombre o Hijo de Dios, lo cierto es que fue extraordinario, con una superioridad que lo ponía por encima de los demás. “El Hijo del Hombre vino para servir y a dar su vida en rescate de muchos” •
(*) Cristóbal Corso Cruz es presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Potosí”.