Un libro brutalmente honesto
Esta es la versión revista del comentario que el autor leyó al presentarse el libro “El esplendor inútil”.
Si digo que conozco a Franz Flores Castro hace medio siglo no estoy exagerando ni hablo en sentido figurado. La verdad es que compartimos desde el kínder hasta quinto básico en el siempre recordado Instituto Latino Americano de Educación (ILADE) en los tiempos felices en los que su director era don Conrado Moscoso Vargas.
Por razones que no vienen al caso, me hicieron dejar el Ilade para llevarme al Alonso y así dejamos de ser compañeritos de curso. Nos reencontramos años después, en la Universidad Autónoma Tomás Frías, pero en carreras diferentes. Él y otro ex compañero, Edgar Íñiguez, estudiaban Ciencias Económicas y yo estaba en Derecho. Eran los tiempos de los sueños y las utopías y la mayoría de nosotros estábamos fuertemente influenciados por las lecturas de ese peculiar judío nada productivo llamado Karl Marx. Es más… en la “U”, Franz, Edgar y yo conocimos, cada uno por su lado, a Williams Aguilar, un trotskista y escribidor que fundó un frente estudiantil llamado Avanzada Revolucionaria Marxista cuya sigla era bastante atractivo, ARMA. Debo confesar que fue mi primer y único acercamiento a la práctica política.
Pero no todo era política en aquellos años en los que el MIR copaba las universidades y, en Potosí, el viejo edificio de Tránsito todavía funcionaba, sin incendiarse, en la esquina de las avenidas Cívica y Serrudo. Resulta que a Williams Aguilar le gustaba la literatura así que, más que políticas, nuestras reuniones eran veladas literarias. El grupo estaba integrado por Williams, que usaba el seudónimo de “Polvorín”; Fernando López Medinaceli, que había heredado de su padre el apodo de “Chato”, el caiceño Franklin Pary, a quien decíamos “Garras”; Edgar Íñiguez, que llevaba orgulloso el mote de “Qotu”, este servidor, a quien decían "Kaos", y, desde luego, nuestro autor del momento, Franz Flores Castro, al que llamábamos “Chino”, pero él prefería utilizar, hasta hoy, la chapa de “Coreano”.
¿Por qué les cuento estas anécdotas de muchachos en algo tan serio como la presentación de un libro? Para que entiendan los vínculos que me unen al autor de “El esplendor inútil”. Es más que obvio que Franz y yo somos amigos, pero eso no debe influenciarme en el momento de comentar su libro.
El grupo de universitarios tenía un nombre todavía más peculiar que ARMA, “Congregación 666” y se ufanaba de anarquista. Solía reunirse nada menos que en la planta alta de la salteñería “El Hornito”, de calle Linares y feliz memoria. Allí acudíamos a leer cuentos, poemas, y a defendernos del frío potosino con unas limonadas calientes que eran servidas por una cholita a la que todos recordamos como “de largos silencios, agudo mirar y profundo sentir”.
Fue en una de esas veladas que yo leí un cuento titulado solo “27” cuyo final es tan estrambótico que dejó desconcertados a todos mis amigos de la “Congregación 666”. Franz Flores, el chino que prefiere ser coreano, no se desconcertó, sino que se indignó. Me espetó el pantagruélico final del cuento y en los días posteriores se pasaba repitiéndomelo. Entonces supe que este Franz no era hombre de dobleces, porque te dice las cosas de frente y es brutalmente honesto. Creo que esos rasgos son importantes para quienes vayan a leer el libro.
Ahora ocupémonos de ese impreso:
En la medición cronológica, abarca el periodo 1952-2015 y, aunque se ocupa de hechos ocurridos en el pasado, remontándose más de 70 años atrás, no es una obra histórica o historiográfica. No lo es porque, por una parte, no refiere con detalle hechos de tiempos pretéritos ni utiliza las siempre valiosas fuentes primarias. Además, se ocupa de sucesos recientes como la Asamblea Constituyente, las elecciones de 2009 y las grandes huelgas cívicas de 19 y 27 días.
“El esplendor inútil” es una obra política o, más bien, de Ciencia Política, aunque en su relación de hechos del pasado deje, también, escrita la historia del Comité Cívico Potosinista (Comcipo), desde sus orígenes.
Fiel a su naturaleza franca y sincera, Flores utiliza en su libro el lenguaje directo y sin rodeos. Se va al punto y respalda sus afirmaciones con cifras. Por eso es que, apenas llegados a la página 33, ya nos ha dicho que el origen de la prosperidad de Santa Cruz está en el uso de los recursos de la minería potosina. En otras palabras, Santa Cruz le debe su desarrollo a Potosí, algo que siempre les escuchamos decir a nuestros padres, pero nunca pudimos defender con solvencia frente a los cruceños. Este libro nos ayudará a hacerlo porque nos cuenta cómo fue que, en el periodo de 1952 a 1964, el Estado succionó los recursos de la minería potosina mediante el Banco Minero. Por decreto del 2 de junio de 1952, los productores debían entregar sus minerales a este banco estatal que los compraba en moneda nacional, pero los vendía en dólares. De esa manera se creó un excedente que fue empleado para entregar créditos a los productores del oriente.
En este libro, confirmamos que una de las mayores desgracias para Potosí se llama Corporación Minera de Bolivia (Comibol) que administró nuestros recursos mineralógicos y literalmente hizo lo que le dio la gana con las utilidades. En 1956, la Comibol aportó con 30 millones de dólares a la Corporación Boliviana de Fomento y 10 millones de dólares a YPFB, entidades que emplearon esos recursos en el desarrollo de Santa Cruz.
¿Por qué no reaccionó Potosí ante esa expoliación?
Por una parte, la información no estaba disponible y, por otra, la fuerza combativa del pueblo potosino era el proletariado minero al que se había adormecido de una manera sutil. ¿Se acuerdan que, cuando éramos niños, no podíamos comprender cómo los hijos de mineros tenían los juguetes más caros? Eran los tiempos de la pulpería barata, subvencionada por la Comibol. Tener alimentos, ropa y hasta artículos entonces considerados de lujo, a precios irrisorios, fue algo así como un soborno permanente a los mineros, para que no reclamaran por lo que estaba pasando. Pero, además, se implantó en la mente de los potosinos el chip del rentismo. Los trabajadores se volvieron salarialistas y sus luchas no eran por objetivos a largo plazo, como conseguir mejores condiciones de vida mediante proyectos productivos, sino por defender sus fuentes de empleo, o propiciar la creación de otras.
Eso explica, de alguna manera, el surgimiento de ese elefante blanco llamado Karachipampa, una planta que comenzó a construirse en la década de los ’80 y ahora, cuatro décadas después, sigue sin funcionar. La mayoría de las luchas cívicas giraron en torno al funcionamiento de esa infraestructura que solo sirvió para crear algunos empleos de los que se beneficiaron pocos. Algunos de los más connotados dirigentes, incluso de Comcipo, fueron trabajadores de esa planta.
Y como apunté antes, el papel del Comité Cívico Potosinista tiene tratamiento preferente en “El esplendor inútil”. A lo largo de sus más de 180 páginas de análisis, su autor disecciona la conducta del organismo que, en sus inicios, fue efectivamente cívico, porque aglutinaba a las instituciones más representativas de Potosí, pero, con los años, se convirtió en un ente político, que llenó el espacio que nunca pudieron ocupar los partidos. Su papel fue clave en un famoso conflicto: la oposición al contrato con la Lithium Corporation (Lithco) para la explotación del litio del Salar de Uyuni durante el gobierno de Jaime Paz Zamora. Una vez más, la honestidad de Franz Flores es una ventaja porque, tras recapitular cómo transcurrió aquel conflicto, no solo afirma sino demuestra que la razón principal para que Comcipo se oponga fue por evitar el ingreso del capital privado a Potosí. En la primera parte de esa lucha cívica, hubo razones para oponerse a un contrato leonino, pero en la segunda parte, luego de que se adjudicó el contrato con una licitación internacional cuyos términos de referencia fueron hechos por la UATF, ya no había motivo para oponerse. Pese a eso, Comcipo siguió expresando sus reparos y la Lithco se fue de Bolivia para desarrollar otros salares que actualmente están en plena producción de litio. Hoy, con la distancia de los años, tenemos que admitir que aquello fue un gran error, aunque, en nuestro descargo, habría que recordar que también el MNR y la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia cumplieron función opositora al contrato.
Encontramos, entonces, las razones por las que Potosí sigue en la pobreza pese a tener tantos recursos naturales: el Estado nacionalista, ese que surgió en 1952, nunca se ocupó, en serio, de desarrollar el Departamento porque se concentró en Santa Cruz y lo hizo usando las divisas generadas por Potosí.
Y mientras Santa Cruz desarrolló un comité cívico capaz de articular la identidad regional sobre la base de objetivos bien definidos, el de Potosí conoció hasta el oprobio porque hubo un tiempo en el que estuvo cooptado por el gobierno, ya en tiempos del Movimiento Al Socialismo. Franz habla, entonces, del triste papel que cumplieron Alejandro Gutiérrez y Enrique Leytón.
En efecto, el libro no solo habla de hechos, sino también de protagonistas. Menciona el papel catalizador que tuvo Gonzalo Calderón en un momento en el que los partidos políticos tradicionales habían perdido toda brújula y le pone particular atención a un personaje vilipendiado, René Joaquino Cabrera.
Siempre con el apoyo de datos y cifras, Flores recuerda que Joaquino fue uno de los mejores alcaldes que tuvo Potosí, hasta que el MAS lo anuló, como a otros líderes regionales emergentes, mediante un juicio sin pies ni cabeza y, para completar su tarea, lo fagocitó convirtiéndolo en su senador. Este libro deja en claro el papel que Joaquino cumplió en la historia potosina.
Como pueden escuchar, “El esplendor inútil” no busca contentar a nadie porque no es una oda a este Potosí tan grandioso. Dice cosas que, todavía en estos momentos, los potosinos nos negamos a aceptar y una de ellas es que fue un error oponerse al capital privado solo por ser tal. Como el Estado boliviano nunca tuvo la capacidad de atender nuestras necesidades de progreso, debimos fomentar la inversión privada, en vez de oponernos a ella al influjo de nuestros líderes marxistas. Quizás todavía estamos a tiempo de entender esta verdad tan sencilla.
Lo otro, tremendamente importante, es el efecto de los paros y huelgas. El libro analiza qué se logró con las presiones desde 1952 al presente y la respuesta es contundente: nada… o casi nada. Entonces, confirma una verdad que se ha convertido de Perogrullo: los paros y huelgas no sirven de nada y nuestros dirigentes están en la obligación de buscar otras maneras de presionar a los gobiernos.
En lo económico, es urgente cambiar nuestra matriz económica regional: ya no podemos seguir dependiendo de la minería. Es tiempo de incluir otra actividad económica en nuestras vidas, de tal forma que se convierta en el sostén regional.
Como escuchan, es urgente que este libro sea leído por dirigentes cívicos, sindicales, por el gobernador, el alcalde, los asambleístas y concejales, para que vean los errores que se cometió en el pasado reciente y es esfuercen en no repetirlos.
Es más… al leer este libro entenderemos que la Gobernación se está equivocando al dilapidar los recursos de las regalías en la construcción de canchas de césped sintético, porque la historia ha demostrado que los estadios no labran desarrollo. Hay que usar ese dinero en proyectos productivos que generen empleo para los potosinos porque ya sabemos que no podemos esperar nada de los gobiernos centrales, sin importar si el presidente se llame Víctor o Evo o si tiene acento gringo y no domina ni el español, ni el quechua ni el aimara. Y esa es otra enseñanza del libro: Nosotros, y solo nosotros, forjaremos nuestro desarrollo.
Es hora de mandar el centralismo al diablo •
El destino de la congregación
Franklin Pary Yapu, alias “Garras”, es abogado. Fue consejero departamental de Potosí cuando arrancó la descentralización y ahora es el trovador de Caiza “D”. Sigue escribiendo.
Edgar Íñiguez Araujo, el “Qotu”, es licenciado en Ciencias Económicas y docente en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca. Es autor de “Universidad y Sociedad” e “Ideología, discurso y poder”.
Williams Aguilar Pérez cometió pecado capital. Dejó ARMA para meterse con la UCS, pero se arrepintió y expió sus pecados. Se levantó y se refugió en los brazos de la literatura. Firma sus escritos como “Manuel Escarcha Polvorín”.
Fernando López Medinaceli, el “Chato”, cometió pecado capital. Dejó el magisterio y se metió con la policía. Nunca pudo escapar. Puso fin a su vida con un balazo.
“27”, el cuento que escandalizó a la congregación creció y se convirtió en novela. Pronto debutará internacionalmente.
Franz Flores Castro, el “no-Chino”, es el autor del momento. Escribió “El esplendor inútil”.
Juan José Toro Montoya, alias "Kaos", escribió esta nota.
La cholita de largos silencios, agudo mirar y profundo sentir sigue arrancando suspiros.