Pequeños grandes cuentos (II)

Nueve son los cuentos que fueron premiados en el II concurso literario sobre el racismo organizado por el Banco Mundial en Bolivia. Un total de 995 personas participaron con trabajos en el subgénero del microcuento.

Manchas.

Manchas.

Han visto a mi hijo.

Han visto a mi hijo.

Con lo que tiene, no le da.

Con lo que tiene, no le da.


    Los textos ganadores
    Ecos / 10/07/2023 00:38

    Nueve son los cuentos que fueron premiados en el II concurso literario sobre el racismo organizado por el Banco Mundial en Bolivia. Un total de 995 personas participaron con trabajos en el subgénero del microcuento.

    Dividiendo a los participantes en edades, se estableció tres categorías: A, de 13 a 17 años; B, de 18 a 23, y C, de 24 a 99.

    En esta entrega presentamos los trabajos que ocuparon el segundo lugar en cada categoría:

    A

    Manchas

    Rebeca Borda Hurtado

    Hace calor, siempre hace calor aquí abajo, con el horno encendido y sin nada más que una ventana muy pequeña. Podría abrir la puerta, pero entrarían mosquitos y lo último que quiero es causarle problemas a la señora Rojas.

    De todos los humanos que he conocido en mi vida, ella es mi persona favorita. Es la única que, a pesar de tener muy poco, siempre tiene algo de caldo para invitarme. Debo admitir que los humanos me asustan, no hay día que salga a la calle y no escuche: “Qué feo”, “Perro deforme”, “Mestizo”, “No dejes que se acerque al nuestro”.

    La verdad… duele. Nunca me he sentido muy bien conmigo mismo. No tengo un color puro como un labrador, tengo manchas, pero no como un dálmata, soy… raro. Pero la señora Rojas, ella… ella es como yo, tiene una piel que nunca antes había visto en otro ser humano. Sí, he visto a bastante gente de todo tipo, claro, pero nunca había visto a uno con manchas blancas antes. Es hermosa.

    Es triste que la gente no lo note y la tengan encerrada todo el día con este horrible calor, trabajando hora tras hora. Entiendo que le pidan siempre sus exquisitos platos, ella cocina delicioso, te lo dice su cliente favorito, pero me parece que al menos podría tener un lugar más bonito.

    De todos modos, no parece molestarle, siempre luce feliz. Mi parte favorita del día es cuando prende su tocadiscos y pone “salsa”, así es como ella le llama. Aunque yo no sé por qué, sus ojos se iluminan cuando escucha ese ritmo pegadizo. A mí me pone feliz verla así.

    Un delicioso aroma a pan recién horneado me hace agua la boca. La señora Rojas debe haber hecho sus sabrosos panes. Mientras tararea, saca una bandeja enorme del horno llena de humeantes bollos dorados. El calor aumenta, desearía que la habitación tuviera más ventanas.

    –Se ven bien, ¿no crees, dulzura?

    Agito la cola, contento, yo sé dónde va a terminar una de esas delicias.

    –Claro que tendrás uno, pero tienes que esperar a que enfríe…

    Ella me hace sentir especial, me hace sentir seguro. Continúa tarareando y empaca un par de panes en una bolsa de papel.

    –Uh… ¿Escuchas eso? Justo después del estribillo: el puente de la canción. Creo que es la mejor parte. Si quiero animarme, bailar o dejar atrás las preocupaciones o tristezas, es en el puente de la canción que todo mi día mejora– dice, sonriendo con sus dientes frontales separados.

    Y luego me da la bolsa, cuidando que no se rompa.

    –Toma, dulzura. No lo comas en el camino, ¿nos vemos mañana? – y, abriéndome la puerta, se despide con su bella sonrisa.

    Ya afuera, siento una gota. No tengo adónde ir realmente. Ahora otra gota. El parque no es una opción. Va a llover, tengo que buscar un refugio.

    Corro por las calles a medida que la lluvia empeora. Llego a un canal y acelero al ver mi salvación. Me protejo bajo el paso de autos, hambriento. Suelto la bolsa antes de que mis panes se enfríen del todo. Me siento seguro: “Las penas se dejan atrás, estoy justo en el puente”.

     

    B

    ¿Han visto a mi hijo?

    Ramiro Adrián Araoz de la Torre

    ¿Dónde estás hijito? ¿Acaso no quieres verme? Soy tu mamita Apolonia. ¿Te recuerdas de mí? Tantos años en mi aguayo te he llevado a pastear vacas, cantándote Phatitan. Por los ríos cruzábamos, por los cerros colgándonos a veces íbamos, ¿acaso no te acuerdas?

    ¿Por qué te has ocultado de mí? ¿Piensas que no te quiero ver? Cómo no voy a querer ver esa carita brillante como el bronce, la noche en esos ojitos, tu risita juguetona que alegraba el ambiente. Cómo no te voy a querer ver, hijito, si tantas veces hemos visto a las plantitas crecer y morir en las caminatas, tantas que no me había dado cuenta que te habías vuelto un hombre, que estabas enamorado, que te habías convertido en autoridad. Lo último ha sido mi alegría más grande, pero la alegría es cortita nomás como esa pequeña vela que teníamos para alumbrar el cuarto la noche que te has ido.

    “A La Paz, mami”, me has dicho, arrebatándome el corazón de un susto. “Es por nosotros, ¡todo nos quieren quitar!”. ¿Todo?, si ya no tenemos nada. No podemos estar en los mismos lugares que ellos, no tenemos sus casas, sus autos. Hacen que les atendamos como si fuésemos sus esclavos, nos pagan mal y de paso nos riñen. ¿Qué siempre nos van a quitar?, ¿nuestro terreno? Ya está todo contaminado, ¡igual se va a morir! No te importó. Tu ingenuidad y la mano del Salustio te han subido a ese camión dejándome arrodillada pidiendo que la tierra se trague mis lágrimas. No me ha hecho caso. Días después la mitad de ustedes nomás había vuelto. A don Cándido le he preguntado y me ha dicho que desde el primer día no te había visto. La tierra me ha regresado mis lágrimas entonces.

    Tú sabes que he venido ese rato a buscarte, pese a que don Cándido me ha dicho “mujer eres no vas a poder”. Igual nomás he venido. Difícil ha sido llegar para mí. Me he tenido que venir con mi amarrito y mis pasos, no necesitaba más. El problema ha sido cuando he llegado porque nadie siempre me entendía hablando en quechua. Las señoras con sus wawas corrían al verme. Los señores, bien trajeados, me miraban lo que les decía y me alcanzaban monedas. Otros, sus caras de asco ponían y movían la cabeza. Otros solo me empujaban. Yo no entendía, ¿despeinada estoy?, ¿serán mis dientes? Eso nomás pensaba, pero era mi piel. Nos marcan por la piel, hijo. A ti también así seguro te han hecho.

    ¿Dónde estás, hijito? Bien grande es La Paz, me siento una piedrita buscando otra igual en el río. No sé cuántas veces ya he visto al sol escaparse de la luna así. No importa, quiero seguir buscando, pero he perdido los pasos. Me ha quitado las ganas que me boten de todo lado. “India”, “pobre”, “sonsa”, de todo me han dicho. Es que no entienden que, como ellos, yo también sufro. ¿Me perdonas si me siento un ratito? No quiero llorar, pero siento el final tan cerca. También estás viendo a esos que me están siguiendo desde hace rato. Está bien, me van a llevar a ti. Es más, creo que ya puedo escuchar tu voz cantándome Phatitan, ayudando a que me calme.

     

    C

    Con lo que tiene, no le da

    Fadrique Iglesias Mendizábal

    [Él]

    Domingo: Mateo Havertz campeón. Otra vez y David Coro se fija en su compañero de equipo con una cara rara, no sé si con envidia, pero al menos con disgusto mal disimulado. Ha tenido todas las oportunidades, te lo digo yo que lo conozco, y no las ha aprovechado. Suele tener una mirada acomplejada, de saber que se puede acercar, plantar cara, pero nunca ganar con rotundidad y en estas circunstancias. Me sabe mal, porque yo entreno a ambos y desaprovecha oportunidades. ¡La cabeza no le da!

    Sábado: 3º etapa, montaña, 120 km por la mañana y 75 por la tarde. El Coro me gusta, aunque pudo salir mejor. Las piernas no le tiemblan como el viernes. Buena señal. Etapa ganada, hielo y descansar para mañana. Mis dos cachorros llegan fuertes. Está para cualquiera.

    Viernes: 2º etapa. Coro tiene el cuerpo pesado, se le nubla la vista. Pero es nieto de aimaras, sabe sufrir. Ha dormido lo normal, seis horas y sigue bostezando. Las náuseas no han llegado a vómito –tampoco a sangre, como otras veces–, y eso es bueno. Hoy duerme, de premio, al menos siete horas, ojalá más, pero no hace caso. El fin de semana no hay ======Courier=====, solo bicicleta. Si pudiera entenderme, llegaría a Europa. No le da.

    ___

    [Yo]

    Jueves: Prólogo de La Vuelta al Valle, 10 km, 12 minutos, contrarreloj individual. Lo mejor es que voy a poder dormir en hostal, sin el llanto de mi wawa, además me han dejado una habitación solo para mí. Cuando no era profesional compartía habitación con Havertz, ya no. Para evitar roces innecesarios, me ha dicho.

    Miércoles: Este año son 120 ciclistas, y de esos, 10 del club. Nos llevamos bien, en el grupo hay de todo. Bromas constantes. Dos cambas, un chapaco, dos orureños y el resto, cochalos. De estos, cuatro de colegio particular, solo yo de fiscal. Me joden con mi forma de pronunciar la erre, según ellos como ese. Son un cago de risa.

    Martes: Día de descanso para las piernas. Hoy voy al Courier solo a ordenar la correspondencia. El jefazo me ha permitido no repartir.

    Lunes: Nada como comenzar la semana con series anaeróbicas. Intervalos de 1km, intensidad submáxima, en empedrado. Luego me cambio y llego al courier, a repartir cartas en la otra bici, esa que parece de carpintero. Un calentamiento. Y, como homenaje, sopa de gallina en bolsa para comer en el camino y gelatina al descanso. No hay tiempo de manteles, servilletas y sobremesa; tampoco dietas.

    Domingo: Estoy como moto. Descansé el sábado. Normalmente trabajo fines de semana, vendo plásticos a una recicladora, los junto en la camioneta de mi tío y cobro 10 centavos por contenedor. Entrenar con Mijaíl, el colombiano llegado de Bélgica, es la oportunidad de mi vida. Viene sin prejuicios y dice que quiere llegar más allá de la zona norte de la ciudad, de donde salen todos. Sin él ya pude ganar varios campeonatos juveniles, imaginate ahora entrenando de verdad, con disciplina europea –ética de trabajo– como dice él, no la cultura de vagos, cleferos y llokallas del hampa. Dice que no me falla el cuerpo, sino la cabeza. Que tengo todo para ganar a Havertz esta vez. Le creo.

     

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