Carnaval colonial

La fiesta es un fenómeno universal en América Latina. Desde el periodo precolombino ha tenido una importancia singular en la misma existencia de la población y recoge elementos de la cultura hispánica e indígena. 

Plaza del Regocijo y corrida de toros.

Plaza del Regocijo y corrida de toros.

Costumbres populares en carnavales. Corrida de toros en la Plaza del Regocijo.

Costumbres populares en carnavales. Corrida de toros en la Plaza del Regocijo.

Detalle del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí – 1758 - por Gaspar Miguel de Berrío.

Detalle del Cerro Rico e Imperial Villa de Potosí – 1758 - por Gaspar Miguel de Berrío.

Entrada que evoca el Carnaval de antaño Potosíno

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Carnaval colonial

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Templo de Jerusalén donde se encuentra la Virgen de la Candelaria.

Templo de Jerusalén donde se encuentra la Virgen de la Candelaria.


    Cristóbal Corso Cruz
    Ecos / 23/01/2024 04:42

    La fiesta es un fenómeno universal en América Latina. Desde el periodo precolombino ha tenido una importancia singular en la misma existencia de la población y recoge elementos de la cultura hispánica e indígena. 

    En este artículo nos vamos a referir a la Villa Imperial de Potosí, centro urbano de importancia en la colonia. En el caso específico de la fiesta del Carnaval, tiene una relación estrecha con la ciudad de La Plata (hoy Sucre) con un rápido mestizaje cultural producido en Charcas. 

    El carnaval era anunciado por el repique de campanas en el templo de Jerusalén. El 3 de febrero es la fecha fijada en el santoral para la Virgen de la Candelaria que se venera en este templo. Al coincidir la fecha con el carnaval, los ciudadanos la llamaban “La Virgen carnavalera”. 

    Las carnestolendas

    Para celebrar las carnestolendas se vendía grandes montones de flores. Los arrieros traían a la ciudad membrillos, manzanas y duraznos. Durante la fiesta la gente se arrojaba huevos cargados de agua perfumada y no faltaban meriendas y cenas. En esta temporada llegaban los arrieros cinteños trayendo botijas de singani y vino, que bajaban por las faldas del Cerro Rico, arriando sus acémilas. Los arrieros lucían galas en su vestimenta, los mulos adornados con flores anunciaban su llegada con el tintineo de los cencerros. Era un espectáculo verlos recorrer las calles de la ciudad. Arzáns escribió que las carnestolendas eran ocasión de prolongado festejo, con banquetes, mudanzas de trajes, bailes, gastos superfluos, juegos deshonestos y otros entretenimientos. A su juicio, este regocijo era nocivo “a las almas como deleite para los cuerpos” dejaba muchas desgracias. 

    Ostentación y derroche

    La actividad pagana del Carnaval durante el periodo colonial era una de las más ostentosas en la Villa Imperial de Potosí. El historiador Mariano Baptista Gumucio apunta en su libro “Esplendor y Grandeza de la Villa Imperial – 1545 -  1825” que las fiestas más animadas por la cantidad e intensidad de diversiones eran sin duda, las del carnaval. Banquetes, disfraces, comidas y paseos populares al campo y las lagunas, corridas de toros, bailes en las casas y mucho de libaciones. Además de mucha variedad de invenciones “para lo que llaman divertimentos”, ornaban escuadrones en los barrios, salían cuadrillas de hombres con ricos trajes y tras de ellos las mujeres con costosos vestidos y sombreros con joyas, plumas de varios colores, trayendo consigo a sus criadas llevando granos confitados para tirarse entre ellos...”

    Del siglo XVII, año 1608, el cronista Arzáns narra que los criollos que son despreciados por otras “naciones” de España convocan estas fiestas, incluyendo la fiesta pagana del carnaval, para demostrar su habilidad, riqueza y nobleza. Con el mayor entusiasmo se dan al regocijo humano con varios días con corrida de toros, torneos, justas, saraos y otros festines de mucho gusto y bizarría, asimismo, los gallardos criollos realizan máscaras de día y de noche, con tantos gastos, riqueza y vistosas invenciones, tantas galas, que dieron mucho que mirar y mucho más que notar los forasteros... el carnaval concluye con varios días de juego de cañas y sortijas. Para la ocasión se visten con trajes confeccionados expresamente para este acontecimiento. Pero no sólo los criollos se expresan como grupo social en la fiesta, sino también los indios mitayos, que tienen su espacio. Lo indígena es más fuerte que lo criollo; por lo tanto, la fiesta andina es básicamente indígena”.

    El historiador Julio Lucas Jaimes en su obra “La Villa Imperial de Potosí” comenta: “sin pecar contra la verdad, puede asegurarse que nada ha habido en el orbe católico, ni habrá entre los paganos un pueblo más dado a fiestas, diversiones, espectáculos y meriendas como la ciudad de Potosí. Se trabajaba fuerte y se recogía gordo y como quién no fuese rico, desahogado y rumboso, tenía buenos duros con el busto de S.M. reinante, de la escarcela. Los indios mitayos del cerro llamados k’ajchas, barreteros, apiris, canchamineros, lameros, etc. gastaban vistosos trajes de pana, zapatos herrados y poncho baladrán, tejido con colores vivos, chaleco de grana, montera tachonada de lentejuelas, no faltaba una chuspa tejida de seda para la coca y siempre unas pesetas columnarias para cualquier compromiso. Las indias del Cerro Rico gastaban jubón de pana con alamares y fleco de botones, basquiñas de veludillo de colores vivos, ajustados a los pliegues de la cintura y sandalias con alto tacón de filigrana de plata, llijlla y el unku prendido al hombro con topos en forma de cucharas de plata, rebozo bordado y vistosa montera con lentejuelas. Estas mujeres indígenas serpenteaban por los senderos marcados en las faldas del Sumaj Orqo llevando olientes pucheritos y el cantarillo de chicha hasta las bocaminas donde bregaban el esposo, hermano y amigos. El carnaval era su gran fiesta, unidos los k’ajchas con los mortiris y labradores de los ingenios que someten y benefician el metal; vestían los bailarines con lujo y paseaban entre la concurrencia por las calles de la ciudad, derramando lluvia de confites, mientras los grupos reunidos en torno de banderas abigarradas, bebían, cantaban, alborotaban, reían y se entregaban al placer de las comidas de incitantes potajes exigentes del refrigerio de la chicha a cántaros. Es de advertir que desde mediados del siglo XVII se habían introducido las corridas de toros que se jugaban en la tarde durante los tres días de carnaval, ocupando la Plaza del Regocijo con tablados adornados con lujo. Los toros eran regalados por los mineros ricos y azogueros opulentos; las tarjas de plata maciza otorgados por los patrones de ingenios y los enjalmes de tisú o de brocado por las altas damas de la nobleza •

     

    * Cristóbal Corso Cruz es Presidente de la Sociedad Geográfica y de historia “Potosí” 

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