¿Por quién doblan las campanas?

Dicen aquellos eruditos que lo saben todo que las campanas tañen a gloria por los fastos de los hombres. También dicen que los tañidos a los muertos logran lágrimas en su bronce.

¿Por quién  doblan las  campanas?

¿Por quién doblan las campanas? Foto: Internet

¿Por quién  doblan las  campanas?

¿Por quién doblan las campanas? Foto: Carlos Rodríguez


    Diana González Ossio
    Ecos / 31/03/2024 21:04

    Dicen aquellos eruditos que lo saben todo que las campanas tañen a gloria por los fastos de los hombres. También dicen que los tañidos a los muertos logran lágrimas en su bronce.

    En este marzo en el que nuestra secular Universidad cumple sus cuatrocientos años de vida, ¿cómo se oirá el tañido de las nobilísimas campanas de la libertad?

    Ciertamente, las campanas dubitarán imprecisas sobre su tono a victoria o derrota porque la simpleza de nuestra debacle como región y como país caben en la responsabilidad de nuestro infortunado destino, precisamente en sus augustas aulas.

    Una historia, cuatro siglos

    Es claro que San Francisco Xavier no cerró sus aulas en 1825, como dicen algunos historiadores. Hubiera sido un absurdo precisamente en momentos en el país empezaba a practicar la ideología política del año nueve, que justa y enfáticamente ella había enseñado y además porque poseía tan inmenso caudal de tradiciones que no es difícil entender que con ellos podía mantener y consolidar su prestigio. Sin embargo, cien veces estuvo a punto de clausurarse, ya porque los gobiernos no la protegían, ya porque a la sociedad no le interesaba su labor de cultura.

    Recordemos al general Sucre, que en los primeros momentos de la república, como hombre de fe que era de la diosa Razón, creía en el poder del conocimiento y consideraba que la maldad es la sombra de la ignorancia y que la instrucción gratuita extendidas a todas las clases sociales, era el único medio de establecer efectivamente la libertad en los pueblos altoperuanos, acostumbrados a la tutela de España. Por ello, en el año 26, dictó una serie de decretos que disponían la creación de un Instituto Nacional, que de haberse consolidado hubiese dado la muerte a San Francisco Xavier, pero la anarquía y el desorden acortaron su administración.

    La instrucción decaída además por el carácter guerrero del general Santa Cruz (sexto presidente de Bolivia). Tuvo, sin embargo, temerarios resplandores con la fundación en 1830 de la Universidad de San Andrés; él, en 1933, ordenó –brillante estadista como era– la centralización de los estudios médicos en La Paz y en 1938 su ministro Andrés María Torrico uniformó en las escuelas primarias el método Lancaster… pero todo era vano. Las campanas débilmente tañían agonía cuando Carlos Augusto Torral –el que había sido médico del Mariscal de Ayacucho– para bien de todos dio lecciones particulares a un grupo de estudiantes que, emocionados ante la celebérrima erudición de este doctor, no dudaron en educar después a la segunda generación de médicos egresados de la Universidad San Francisco Xavier. “Torraly –dice nuestro Valentín Abecia chuquisaqueño y célebre presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre”, debe ser considerado el padre de la medicina boliviana… porque ha sido el médico que tenía ideas más avanzadas en la época y porque a su vez educó a Manuel Cuellar que vino a ser el centro de la generación médica desde 1846 a 1868” (Manuel Cuellar es uno de los patricios chuquisaqueños fundadores de la SGHS).

    Las enseñanzas en la Universidad

    Ya de 1845 a 1872 rigió el estatuto de Tomás Frías que declaraba que “las universidades deben ser reconstruidas para dar vida y vigilancia a todos los ciclos de enseñanza”. El ciclo de instrucción superior por ello comprendía: a.)Teología, b.) Derecho y Medicina, c.)Derecho y Ciencias Políticas, d.) Ciencias matemáticas y físicas, d.)Humanidades y filosofía. De este estatuto se sabe que rigió solo en nombre, como toda ley que no ha logrado incorporarse realmente en las costumbres. Estas últimas no fueron practicadas porque la necesidad de un pueblo que estaba organizado de acuerdo a las reglas coloniales que privilegiaron el conocimiento y desde luego la práctica de los tribunales litigantes (el ejercicio del derecho en los estrados coloniales derivados de litigios mineros en Potosí y ejercitados en Charcas) hicieron que la Facultad de Derecho estuviese mejor organizada, tanto que se puede afirmar que sus estudiantes recibían una enseñanza tanto o más completa que la de hoy. Y es de enfatizar que la ideología del año nueve había logrado –más allá de la enseñanza de la escolástica hispana– en cada estudiante ser un rebelde a todo principio de autoridad, a toda coacción.

    Ciertamente, la historia de Bolivia a lo largo de sus primeros años va en paralelo con la Universidad de Charcas, transitando junto a doctos hombres de ley como fueron Frías, Ballivián, Baptista, distinguidos y cultos presidentes, salidos a toda honra de sus claustros, en contraste fatal con los irrespetuosos de la Constitución del Estado, déspotas como Belzu, Melgarejo, Morales, Daza, que obtuvieron el poder y se mantuvieron en él con el apoyo de las armas y no del pensamiento.

    No cabe duda de que las campanas de San Francisco tañían sin recelo, alegres y contagiadas de la juventud de los estudiantes de la Universidad cuando estos se colocaron junto al partido de los civilistas.

    Es de recalcar, por cierto, que la Universidad de Charcas estaba constituida por jóvenes que aún no habían tenido la ocasión de poner a prueba su dignidad para ganar el pan que les ofrecía el Gobierno a cuenta de adhesión; porque además, y precisamente por el tenor de sus estudios, estos comparaban fatalmente los principios de la ciencia política que adquirían con las mezquinas realidades de la política en acción que estaba al alcance de su cotidianidad. Por ello, Jaime Mendoza, suspicaz, escribió al respecto: “Que si España obró contra sí misma al crear la Universidad de San Francisco Xavier, lo mismo hicieron los gobiernos dictatoriales al sostenerlas” que decir que esta juventud llena de ideales sufrió por ello cruentas persecuciones.

    Tiempos modernos

    Bolivia atravesó ese punto de conversión entre los siglos XIX y XX sin fe ni identidad de sí misma. Al margen del desarrollo continental y de cargando al ristre la amargura de sus conflictos (la Guerra Federal, la Guerra del Acre, la Guerra del Pacífico, la Guerra del Chaco, la Revolución del 52), y de la afectación de las dos guerras mundiales, yacía, mísera e ignorante, explotando desordenadamente sus recursos naturales; entre el cisma de la arbitrariedad y el desconcierto de sus gobernantes, que no atinaban a administrarlos al menos con cierto criterio. Y, por cierto, contrariando en todos sus regímenes a la siempre célebre “Declaración de los Derechos del hombre”, que a pesar de todo regía en la teoría, fiel e incondicionalmente, y que dio paso a que las universidades del país y la de Charcas no pudiesen evadir el círculo “protector” del Estado y luego tornarse esencialmente políticas, cuando no partidarias.

    La negrura de la ignorancia atravesaba en todas sus latitudes a Bolivia cuando en 1872 se dictó la ley de la Libre enseñanza, por la que se entregaba a la iniciativa privada el cuidado de la instrucción secundaria y superior, aduciendo que se carecía de un interés social por la instrucción. Qué decir que la Universidad prácticamente se clausuró sin ningún decreto que lo haya decretado. Sin embargo, un hálito de vida salvó a San Francisco Xavier en 1877, cuando se estableció la enseñanza oficial subrayando que la enseñanza libre debía someterse a la vigilancia de los rectorados, siempre que se condicionaran a la moralidad y capacidad exigidas por la Constitución.

    La memoria histórica de Charcas sin dudar escribió que las campanas tocaron sin sorna y casi beatíficamente entre el año de 1878 al 85, cuando frente al gobierno de Daza, se organizaron en las aulas de San Francisco Xavier, los principios del partido liberal, justamente en la cátedra de Benjamín Fernández profesor de Derecho Público Constitucional, positivista con Comte y que transgresor, despertó hondos rencores adormecidos largo tiempo por la bonhomía de las relaciones sociales en esta ciudad donde nadie se interesaba realmente por las ideas. En torno a su cátedra se trabó la lucha entre generaciones y en la calle motivó campañas de prensa, determinando con su dialéctica la creación de numerosas sociedades científicas o literarias como el Instituto médico Sucre que ayudó en la evolución de la medicina en la Universidad o la Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre” que generosamente apoyó en todos los aspectos geográficos e históricos al país.

    Sin duda, los vientos borrascosos y malvados aúnan fuerzas para que las campanas de la libertad no toquen hasta hoy a rebato. Quizá porque la democracia que trajo consigo a la Autonomía universitaria escrita en la Constitución y que rige para todo el país, solo fue pensada desde la utopía de 1930. Tal vez Jaime Mendoza el pensador y escritor que fue el primer rector que la ejerció solo se imantó por el tamaño de la que esta quería decir: ¡ser libres del poder político de los gobiernos al fin! ¿Podría ser que autonomía sonara a la libertad de aprender en sus aulas, de que el conocimiento es puro y libre y esencialmente racional? Es probable que lo pensara, ajeno a que hoy, precisamente por esa palabra, el cogobierno paritario-estudiantil cubierto por ese marco grandilocuente de Autonomía ha dado lugar a una crisis tanto aún más grande que la que sume al país en el caos más oscuro.

    “La degradación de la rama antes llamada de los Doctores de Charcas, hoy abogados, son los licenciados que más daño hacen al país: conocen los vericuetos de la ley, saben de sus secretas salidas y de los medios de burlarla. Inescrupulosos, son tantos que hacen daño y son una amenaza en provincias y en la ciudad para todos los ciudadanos; son fanáticos de las reformas atrevidas que cuando llegan a implantarse perturban el desarrollo normal del país. Además la facultad de derecho restó elementos de trabajo productivo al no privilegiar el conocimiento y ejercicio técnico para explotar la riqueza de la que tanto se habla”, escribió Ignacio Prudencio Bustillo. Y no es que Bustillo tenga malestar contrario a San Francisco Xavier. No se necesita ser vidente. No son necesarias inteligencias artificiales sin fin para saber que la debacle de Charcas es el resultado de la inercia de nuestra universidad. 

    Comicios malvados preñados de corrupción y evidente clientelismo, burocracia tan grande como la cantidad de conocimientos que no se dan y esa dualidad que los asesina entre una paridad de docentes y estudiantes que no imaginan siquiera el daño que le hacen a un pobre país que agoniza.

    ¿Por quién sonarán las campanas en estos cuatrocientos años de vida de nuestra Universidad Mayor y Pontificia de San Francisco Xavier? •

     

    * Es miembro de la Sociedad Geográfica y de Historia Sucre.

    Etiquetas:
  • Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca
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