“A la mujer por la palabra”
Las mujeres leen, las mujeres escriben. Para que esta afirmación corresponda a la realidad boliviana se necesitaron siglos de lucha.
Las mujeres leen, las mujeres escriben. Para que esta afirmación corresponda a la realidad boliviana se necesitaron siglos de lucha. Por ello, revalorizar la palabra de las escritoras bolivianas debería ser una causa común en la investigación y las iniciativas literarias y culturales. En esa línea, se ha gestado el Encuentro de Escritoras “A la mujer por la palabra”, a realizarse el 13 y 14 de junio en Sucre, donde se homenajeará a dos chuquisaqueñas que fueron lumbreras en sus campos: María Josefa Mujía y Julia Elena Fortún.
Más de 100 años separan su quehacer en la sociedad sucrense, pero es el impacto de su trabajo lo que trasciende el paso del tiempo y la razón por la que son presentadas como mujeres escritoras que han cambiado la historia del país y lo han hecho desde el sur – porque también es importante descentralizar los perfiles que recordamos.
Este encuentro se llevará adelante en Sucre y tendrá versiones en Oruro y Riberalta, además de Cochabamba, entre 2024 y 2025, bajo la coordinación de la poeta e investigadora Virginia Ayllón, a través del programa Escrituras y Feminismos del Centro Cultural de España en La Paz (CCELP), con el fin de realzar la palabra de las mujeres.
Mujía: la “alondra del dolor”
De la oscuridad, la desdicha y el sufrimiento han nacido algunas de las composiciones literarias que más cautivaron a lectores, lectoras, críticas y críticos en el mundo a lo largo de la historia. En Bolivia, fue una poeta chuquisaqueña quien se consagró como la “alondra del dolor”: María Josefa Mujía.
Nació en Sucre, el 25 de noviembre de 1812, aunque otras investigaciones citan el año 1820. Su nombre completo fue María Josefa Catalina Mujía Estrada, primogénita de seis hermanos, hija del español Miguel Mujía y de la chuquisaqueña Andrea Estrada, según el “Diccionario Histórico de Bolivia” de Josep M. Barnadas.
Perdió la vista a los 14 años de edad, de tanto llorar la muerte de su padre, una explicación que más que evidencia científica muestra cómo este hecho marcó la vida y la poesía de esta poeta.
Con palabras sencillas y claras, su poema “La ciega” permite entender a profundidad el impacto de esta discapacidad en su vida y en su percepción de la muerte.
Todo es noche, noche oscura,
ya no veo la hermosura
de la luna refulgente,
del astro resplandeciente
solo siento su calor.
(…)
Ya ningún remedio alcanza
ni una sombra de delicia
a mi existencia acaricia;
mis goces son el sufrir:
y en medio de esta desdicha,
solo me queda una dicha
y es la dicha de morir.
“En la capital de Bolivia y en el seno de una familia distinguida, existe solitaria y retirada una mujer, joven todavía y bella, cuyo talento y desgracia han llamado desde pocos años a esta parte la atención en aquella ciudad”, describía Gabriel René Moreno a Mujía en su libro “Estudios de Literatura Boliviana”. El historiador y bibliógrafo boliviano fue uno de los primeros críticos y seguidores del trabajo de Mujía.
“La historia de la señorita María Josefa Mujía es corta y sencilla. Dotada de clara y precoz inteligencia, hizo en su infancia sorprendentes progresos en su educación y en el estudio de varios idiomas. Cuando se hubo retirado del colegio y principiaba a dedicarse con entusiasmo a la lectura y al estudio de las bellas artes, la muerte de su padre produjo en su alma el más profundo dolor, causándole ese continuado llanto la pérdida absoluta de la vista a la edad de 14 años”, relataba Moreno sobre la causa de la ceguera de esta poeta chuquisaqueña.
En esa etapa, Mujía tuvo el apoyo de su hermano Augusto que escribía todo lo que la autora le dictaba y se convirtió en su confidente en este camino literario que emprendió para desahogar su corazón. Y fue gracias a Augusto que su trabajo vio la luz. Distintas fuentes rescatan que Augusto mostró los poemas de Mujía a un amigo y que poco después “La ciega” fue publicado en la portada del periódico Eco de la Opinión, de Sucre, el 11 de diciembre de 1851.
Primera poeta boliviana
Mujía es considerada la primera poeta boliviana y la máxima exponente del romanticismo que se desarrolló durante el nacimiento y los primeros años de vida de la patria.
Sin embargo, para ella, su trabajo no era más que “arcilla” para modelar.
“Mis pobres composiciones en verdad no son más que una miserable arcilla para ser mezcladas entre las bellas flores del genio y no merecen salir a la luz pública. (…) Me parece que, como autora, propietaria de ellas, tengo derecho para impedir el que salgan impresas, porque no son dignas ni de ser leídas (…) es así que suplico encarecidamente que (las que están en su poder) las eche al fuego”. Así respondió Mujía a Gabriel René Moreno a través de una carta enviada en 1868.
Es importante destacar también que en la época de Mujía era algo realmente extraordinario que una mujer pueda leer y escribir. En Bolivia, recién a inicios del siglo XX, se empezaron a crear espacios para la educación de las mujeres a nivel secundario y en el área del magisterio.
De hecho, en aquellos tiempos, acceder a la educación no solo era difícil para las mujeres, sino también para los hombres, ya que había una gran cantidad de indígenas y mestizos que no tenían este derecho privilegiado para españoles, en especial para quienes tenían recursos económicos o poder por la clase social a la que pertenecían.
Mujía vivió la Guerra de la Independencia y el nacimiento del país como república libre, independiente y soberana; pero más allá del contexto turbulento que le tocó presenciar, era el dolor que llevaba dentro lo que la hizo una autora emblemática para la literatura boliviana.
Fortún e investigación cultural
Antropóloga, etnomusicóloga, maestra e historiadora, Julia Elena Fortún, nacida en Sucre el 6 de octubre de 1928, fue una incansable investigadora que rescató y permitió el resguardo de importantes documentos del legado patrimonial de la historia del país. Gracias a ella, por ejemplo, Sucre cuenta con los manuscritos de música colonial del Convento de San Felipe Neri y de la Catedral de Sucre, un importante aporte para el estudio de la música boliviana de cuando este territorio aún no tenía un nombre propio como país independiente.
Luego de su descubrimiento en 1948, Fortún gestionó que estas partituras de la música colonial sean valoradas y que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) las done al Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB). Con este conjunto documental, el ABNB se convirtió en el repositorio de música colonial y barroca más grande de América.
Debido a su pasión por la música y por la etnografía, Fortún desarrolló investigaciones que contribuyeron a conocer los orígenes y facetas de las danzas y la música bolivianas.
Entre sus publicaciones están, por ejemplo, “Música indígena de Bolivia” (1947), “La danza de los diablos” (1961), “La Navidad en Bolivia” (1956), “Música Folklórica Boliviana” (1961) y “Aerófonos Prehispánicos Andinos” (1970). Su espíritu aventurero y el trabajo conjunto con su esposo el arqueólogo Carlos Ponce, la llevaron a realizar una amplia investigación en Tiwanaku, donde al cavar pozos en busca de piezas prehispánicas, ambos investigadores descubrieron el llamado monolito Ponce, en el centro de Kalasasaya. Años más tarde, consultada sobre el hallazgo, afirmó que era “la única mujer en haber dado a luz un monolito”.
Fortalecimiento institucional
Como gestora cultural, Fortún impulsó la creación y el sostenimiento de una treintena de instituciones y programas enfocados en el arte, la cultura y la investigación en Bolivia.
Dirigió, por ejemplo, el Museo Nacional de Arte Popular que se transformó en lo que hoy conocemos como el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) y fue un pilar fundamental en la consolidación del Instituto Nacional de Estudios Lingüísticos (INEL) y el Instituto Boliviano de Cultura (IBC), entre otros.
Su dedicación a la investigación de las culturas bolivianas desde distintos campos de estudio, hacen de Fortún una de las escritoras chuquisaqueñas de mayor relevancia en la historia nacional, gracias a su invaluable labor en la conservación y difusión del patrimonio del que hoy todos y todas nos enorgullecemos •
Los logros académicos de Julia Elena Fortún (*)
Julia Elena fue una niña brillante, de esas pocas niñas que, en esos tiempos, logran terminar el bachillerato a los 16 añitos. Sus primeros estudios los realizó en el Kindergarten “Jaime Mendoza”, luego en la Escuela de Aplicación “Ricardo Mujía”, dependiente de la Escuela Normal, y en la Escuela de Niñas “Nicolás Ortiz”. La secundaria la realizó en el Liceo de Señoritas “María Josefa Mujía”, y su título de Bachiller en Humanidades le fue otorgado por la Universidad Mayor de San Francisco Xavier (Min. De Educación y Bellas Artes, 1964, p.9).
En 1946 obtuvo una beca de estudios como abanderada de la Escuela Nacional de Maestros… y entonces ella quiso ser médico. Como su papá. En Sucre eso no era posible por eso de lo “bien” o “mal” visto que normaba su mundo. Rápidamente se hicieron los arreglos que la condujeron a verse en una ciudad muy diferente, haciendo estudios impensados.
Fortún se inició como profesora de Música en la Escuela “Juana Azurduy de Padilla” en La Paz. Además, su pasión descubierta por la música “antigua”, fue la vía por la que la familia encaminó a la inquieta muchacha a proseguir estudios en Chile y luego en Buenos Aires, a donde la llevó su papá.
Empezó a recibir becas para sus estudios y, comenzando por Chile, hizo estudios internacionales de especialización en Folklore, Pedagogía Musical y Coros en la Universidad de Chile.
Recibió otra beca del Ministerio de Educación de Bolivia para realizar estudios de
perfeccionamiento musical en Buenos Aires. Allí, el Consejo Nacional de Cultura de la República Argentina le otorgó otra beca, para estudios en Etnomusicología, Etnografía y Folklore en Buenos Aires.
Junto a esos estudios antropológicos, fue alumna del Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico de esa ciudad, donde se especializó en Rítmica Dalcroze y Coros de Niños, y siguió un Curso Internacional de Especialización en Etnomúsica en el Instituto Bernardino Rivadavia de Buenos Aires.
También estudió ahí antropología, obteniendo su Licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras, como becaria del Fondo Nacional de las Artes de la Argentina.
De regreso a Bolivia, ingresó como profesora a la Escuela Nacional de Maestros en Sucre, donde fue catedrática de Historia de la Música y Piano, y fundó la cátedra de Iniciación Musical para Niños, con un nuevo sistema pedagógico basado en la rítmica corporal (Rítmica Dalcroze).
Fue también profesora de la Academia de Música, donde fundó el Kindergarten Musical y organizó la primera Orquesta Infantil con 40 niños de 3 a 10 años de edad
Entonces fue la experiencia española que se inició en 1951 cuando viajó a Europa en barco: un Curso de Folklore Musical en el Conservatorio Real de Madrid; un Curso Internacional de Especialización en Antropología en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander. Así, simultáneamente, obtuvo su doctorado en Historia Primitiva en la Universidad Central de Madrid, siendo la primera mujer sudamericana doctorada en esa Universidad.
Su tesis doctoral fue publicada en primera edición por el Instituto Bernardino de Sahagún del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con el título de “Las Fiestas de Navidad en Bolivia.
* Fragmentos de “Semblanza de una boliviana: Julia Elena Fortún”, de Virginia Sáenz Vargas.