A la sombra de los colgados

Si hacemos memoria de los acontecimientos más violentos de nuestra historia contemporánea, los colgamientos del 21 de julio de 1946 son uno de los más impactantes de Bolivia, no solo por el tema político de la época sino por la irracionalidad con la que se actuó durante estos hechos.

Gualberto Villarroel colgado.

Gualberto Villarroel colgado. Foto: Tomadas de los libros

Histórico tanque que penetró el palacio de gobierno.

Histórico tanque que penetró el palacio de gobierno. Foto: Tomadas de los libros

El edecán Waldo Ballivián.

El edecán Waldo Ballivián. Foto: Tomadas de los libros

Nuevo Pdte. el Dr. Néstor Guillén Olmos.

Nuevo Pdte. el Dr. Néstor Guillén Olmos. Foto: Tomadas de los libros

Soldado con las gorras al revés.

Soldado con las gorras al revés. Foto: Tomadas de los libros

Tanques en la plza Murillo tomados por los rebeldes.

Tanques en la plza Murillo tomados por los rebeldes. Foto: Tomadas de los libros


    José Adrián Martínez
    Ecos / 31/07/2024 04:33

    Si hacemos memoria de los acontecimientos más violentos de nuestra historia contemporánea, los colgamientos del 21 de julio de 1946 son uno de los más impactantes de Bolivia, no solo por el tema político de la época sino por la irracionalidad con la que se actuó durante estos hechos.

    Antecedentes

    La Guerra del Chaco (1932-1935) había cerrado un ciclo político en la historia de Bolivia, muchos excombatientes y militares que habían participado en el conflicto bélico buscarían caminos para cambiar la realidad del país, de entre ellos saldrían lideres políticos cuyas ideas germinarían en nuevos partidos políticos. 

    Uno de estos grupos políticos fue Radepa, creado por miembros militares excombatientes de la guerra, que surge como un grupo de mayor conciencia política del Ejército y el heredero de la bandera del socialismo militar; pero, a diferencia de sus predecesores (David Toro y Germán Busch), este grupo y sus miembros se inclinaban más a la línea fascista que a la socialista reformista.

    A finales de 1943 estos oficiales terminaron aliándose con el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) que compartía, en cierta manera, su visión política. 

    Luego de los gobiernos de Toro y Busch, el breve mandato de Carlos Quintanilla, llega a la presidencia el Gral. Enrique Peñaranda; es el año 1940 y el mundo está sumido en la Segunda Guerra Mundial. El Presidente de Bolivia decide aliarse a los EEUU a través de la venta del estaño a precios bajos.

    En finales de diciembre de 1942 los mineros de Catavi entraron en una huelga general pidiendo el aumento de salarios, el gobierno envía al regimiento Ingavi para que tome control de la situación, el Ejército disparó contra los mineros y sus familias, causando la matanza de centenares de obreros desarmados. La masacre de Catavi se convirtió en poderosa bandera de la izquierda. 

    El golpe de Estado de 1943 

    El descontento de los militares y de muchos parlamentarios terminó en el golpe de Estado del 20 de diciembre de 1943 que derrocaría a Peñaranda y pondría en el poder a la alianza Radepa-MNR.  El nuevo presidente es el Tte. Cnel. Gualberto Villarroel.

    El gobierno de Villarroel no es reconocido por los EEUU a causa del aumento del precio del estaño durante el conflicto mundial. Para lograr dicho reconocimiento aleja de su gabinete a los miembros del MNR, acusados de ser simpatizantes del nazismo alemán. Terminado el conflicto bélico mundial, los movimientistas vuelven a sus cargos en el gabinete.

     La represión estatal

    Si bien el gobierno Radepa-MNR buscaba cambios significativos en el país –Congreso indigenal, abolición del pongueaje, apoyo a los mineros– no se puede dejar de lado la violencia ejercida contra los partidos políticos y personajes opositores al gobierno. El 9 de julio de 1944 el jefe del Partido de Izquierda Revolucionario (PIR) sufrió un atentado al recibir dos disparos; de igual forma, el empresario minero Mauricio Hoschild fue secuestrado por radepistas radicales y liberado a petición del mismo presidente. Estos hechos formaron la idea de que el gobierno de Villarroel era fascista. 

    El 19 de noviembre de 1944 se lleva a cabo una conspiración contra el gobierno radepista encabezado por el Cnel. Ovidio Quiroga. Pero el golpe fracasó con el desplazamiento de tropas de La Paz. Al día siguiente, el 20 de noviembre, la Logia ordenó la muerte de los ingenieros Humberto Loayza y Miguel Brito, así como las de los coroneles Fernando Garrón y Eduardo Paccieri, que también estaban en contra del gobierno de Villarroel. Los cuatro fueron fusilados en la pampa de Chacacollo. 

    En la madrugada del 21 de noviembre del mismo año los detenidos Luis Calvo, Félix Capriles, Rubén Terrazas y Carlos Salinas Aramayo fueron sacados de la ciudad para ser asesinados en el camino La Paz – Yungas, conocido como Chuspipata. Un comunicado oficial firmado por el mayor Jorge Eguino, director de Policías, confirmaba los fusilamientos. No fueron las únicas víctimas: poco tiempo después, amigos y parientes de otras personas dieron cuenta de más ejecuciones y desapariciones.

    Estos hechos de violencia y brutalidad generaron en la sociedad, especialmente en la clase alta y media, un rechazo y descontento contra el Gobierno.

    El comienzo del fin…

    Los fusilamientos de 1944 habían engendrado odio hacia la persona del Presidente. Esto generó alianzas de los partidos extremistas de izquierda, como el PIR, y de la derecha tradicional. A comienzos de 1946 tal alianza controlaba la mayor parte del movimiento obrero no minero, los estudiantes universitarios y la mayoría de la élite política nacional.

    A pesar de la interrumpida represión gubernamental, la coalición fue ganando terreno y en junio-julio de 1946, cuando tenía lugar una huelga de maestros, pudo movilizar la opinión popular y estudiantil.

    El fatídico 21 de julio

    Es una mañana de domingo, la situación se ha ido agravando a lo largo de la semana; el presidente había decidido permanecer en el palacio. En distintos sitios de la ciudad se preparaba ya el asalto masivo. 

    Los manifestantes toman la decisión de ir a la plaza Murillo para tomar el palacio quemado, antes pasaron por la Municipalidad, entraron en ella y redujeron a los cinco guardias que se encontraban en ella, tomaron sus armas y salieron del recinto. Cuando de imprevisto el grito de niños y mujeres dieron aviso de haber encontrado armas y municiones. 

    El capitán Armando Escobar Uría hace conocer al Palacio de Gobierno, por medio de una comunicación telefónica, que una muchedumbre había logrado apoderarse de armas y municiones de la Alcaldía. Los revolucionarios, llenos de euforia, subieron por la Ayacucho, en dirección al Palacio, disparando las primeras ráfagas.

    Varios de los oficiales salieron con el pretexto de tomar contacto con políticos o traer tanques para la defensa del Palacio; nunca volvieron. Poco a poco el lugar se fue quedando solo; apenas había un civil, Luis Uría de la Oliva, secretario de Villarroel; el edecán Waldo Ballivián y un reducido grupo que conformaba la escolta presidencial. 

    Max Toledo, primera víctima

    Durante las primeras horas de este día el conflicto llega a niveles insospechados. Los insurrectos capturan la Jefatura de Tránsito y la Cárcel de San Pedro, liberando a los presos políticos. La primera víctima de esa jornada será el director Max Toledo, miembro de Radepa y jefe nacional de Tránsito, que fue sorprendido en la puerta del Instituto Geográfico Militar (calle Colombia) golpeando desesperadamente la puerta en busca de asilo, pero sus camaradas, desde adentro, se negaron a concederle protección. 

    Toledo fue acribillado a balazos y, todavía con vida, arrastrado por los pies en dirección a la plaza de San Pedro. Según algunas narraciones populares, mientras era arrastrado, movía la cabeza. Por eso, una mujer levantó una piedra (se dice que una de moler, de batán) y le destrozó el cráneo. 

    El cadáver fue colgado de un árbol y para que la gente lo reconozca le pusieron un letrero: “Este es Max Toledo” 

    Policías y militares, como signo de rebeldía, se colocaron las viseras de sus kepis hacia atrás, y los civiles se quitaron las corbatas.

    Los revolucionarios gritaban: “¡Que no escape el tirano!”, “¡muerte al asesino!”, ¡hay que atraparlo vivo!”.

    Renuncia del Presidente

    Mariano Baptista Gumucio cita al teniente Federico Lafayette, testigo de la renuncia del Presidente: “Fui invitado a subir al segundo piso para presenciar la renuncia del Presidente Constitucional, en manos del comandante en Jefe Gral. Dámaso Arenas, quien se encontraba en la antesala del Despacho Presidencial”.

    Mientras el secretario Dr. Luis Uría de la Oliva leía la renuncia, se sintió el fuego del ataque al Palacio, con bastante intensidad, rompiendo vidrios, ventanas y puertas, causando bajas en los pocos defensores. 

    Una tanqueta que se encontraba en la plaza Murillo es tomada por los revolucionarios utilizándola como un ariete para ingresar al Palacio. Algunos de los rebeldes eran soldados del regimiento Loa 4to de Infantería, reconocidos por tener las viseras de las gorras atrás.

    Quienes habían acompañado hasta ese momento al Presidente, los mayores Edmundo Nogales, Francisco Barrero, Gustavo Maldonado y el capitán Ricardo Cardona, consideraron que habían cumplido su deber hasta el último momento y optaron por saltar al techo de una casa vecina y de esta a su patio para huir por la calle Ayacucho. Los mayores Luis Arce y Eliodoro Murillo escaparon por los tejados. 

    Muerte de Villarroel

    Al promediar las 14:00, el mandatario y su edecán, Waldo Ballivián, se dirigieron a las Oficinas de Reorganización Administrativa, situadas a la izquierda de la entrada, hacia la calle Ayacucho. […] Allí se encontraban dos alacenas grandes, Ballivián dejó en la primera a Villarroel, sin armas y él a su vez se metió en la segunda, cargando en las manos sendos revólveres, los mismos que lo habían acompañado todas esas noches de insomnio en la cintura.

    Los asaltantes no tardaron nada en llegar también allí. Al escuchar el bullicio, Ballivián desde adentro disparó una de sus armas. La respuesta fue un fuego graneado de fusiles y ametralladoras, a las dos alacenas. Una vez abiertas, los asaltantes encontraron en la primera a Villarroel sentado en una estufa de metal, con la cabeza inclinada y con una ráfaga de disparos que le cruzaba el pecho, del cuello a la cintura.

    Germán Villamor, en su libro “Historia de la gran revolución popular del 21 de julio de 1946”, dice lo siguiente: “Uno de los revolucionarios que reconoció moribundo a Villarroel extrajo un gran cuchillo y empezó a cortar la cabeza de Villarroel; pero la dureza de la carne pudo más que el motoso cuchillo”.

    El cuerpo del Presidente fue arrojado por uno de los balcones que da a la calle Ayacucho para luego ser arrastrado hasta uno de los faroles que da frente al Palacio de Gobierno, ser colgado y vejado por la población; los hombres disparaban contra el cuerpo del exmandatario y las mujeres se acercaban para pincharlo con agujas y llauris.

    En la obra “El presidente colgado”, de Augusto Céspedes, se menciona que la gente, al no reconocer el rostro de Villarroel por los vejámenes que había sufrido, “tuvieron que abrirle los parpados para comprobar el color verde de sus ojos”, además de una peculiar  situación con el cadáver del exmandatario.

    “Ocurría algo macabro: el cadáver desprovisto hasta de los calzoncillos se doblaba cual si quisiera sentarse […] Una mujer a quien sus escrúpulos no permitían presenciar la exhibición de las partes genitales del cadáver quitóse el mandil y pidió a algunos individuos que cubrieran esas escandalosas desnudeces”.

    Otras tres muertes

    El cadáver del edecán fue arrojado del otro balcón sobre la calle Ayacucho y colgado en el poste de luz a la derecha de donde pendía Villarroel. Presentaba un aspecto macabro, pues tenía los intestinos fuera, que le colgaban horriblemente a causa de un feroz bayonetazo que le había abierto el abdomen. 

    La muchedumbre que había entrado al Palacio encontró al secretario Uría de la Oliva en su despacho. Permaneció en el Palacio por afecto a Villarroel ese domingo ya que ningún funcionario civil tenía por qué estar allí. En un papel alcanzó a escribir un último mensaje: “Que Dios misericordioso ampare a mi mujer y a mis hijos”. Recibió varias descargas que acabaron con su vida para luego ser arrojado desde otro balcón. Cayó de cara sobre un tanque, arrastrado hasta un farol frente a la catedral, donde sería colgado. 

    El periodista Roberto Hinojosa, jefe de Informaciones del régimen de Villarroel, fue atrapado en la calle y, aún con vida, lo arrastraron hasta otro farol de la plaza, donde lo colgaron también. 

    Los cadáveres de los colgados quedaron expuestos casi toda la tarde. La muchedumbre que había ingresado al Palacio salía y muchos curiosos se acercaban a la plaza para contemplar a los linchados. A las 17:00, los familiares y amigos de los sacrificados fueron a descolgar los cuerpos acompañados de algunos sacerdotes. 

    ¿De dónde vino esa idea?

    En mayo de 1946, antes de que se proyecte una película de Pedro Infante en el teatro cine Monje Campero se había proyectado un noticiero sobre el linchamiento del dictador italiano Benito Mussolini (1945).

    Quizá de allí se pudo sacar la idea de lo que podrían hacer con el presidente Villarroel, acusado de fascista. 

    Junta de gobierno

    El mismo 21 de julio se formó una junta de gobierno presidida por el presidente de la Corte Superior de La Paz, Tomás Monje Gutiérrez, que se encontraba enfermo, por lo que durante 26 días la junta fue asumida por el Dr. Néstor Guillén Olmos. 

    Muchos de los exmiembros del gobierno Radepa-MNR tomarán el camino del exilio. Algunos serán protagonistas de la historia contemporánea de nuestro país; sin embargo, un acontecimiento que tomará la figura de Villarroel convirtiéndolo en el “presidente mártir” será la Revolución Nacional de 1952. 

    Sin duda alguna, en los dos siglos de vida republicana, los acontecimientos del 21 de julio de 1946 han marcado una página de sangre en la historia del país. La manera en que se desarrollaron los sucesos, el trágico final de un mandatario y sus colaboradores, demuestran, una vez más, la complejidad de nuestra historia

    Cronología de los hechos más relevantes: 

    14 de julio: La manifestación de protesta se transforma en una revuelta popular.

    15 de julio: Maestros, universitarios y estudiantes de colegios llaman a una huelga general.

    16 de julio: Aniversario de La Paz. No se lleva a cabo ningún tipo de acto cívico a causa de la tensa situación.

    17 de julio: La Universidad Mayor de San Andrés es apedreada por orden del ministro Julio Zuazo Cuenca. 

    18 de julio: Entrevista del rector de la Universidad, Héctor Ormachea Zalles, con el presidente Villarroel para plantearle el cambio de su gabinete dejando de lado al MNR.

    19 de julio: Los regimientos Loa y Lanza 5to de Caballería llegan a la ciudad de La Paz.  

    20 de julio: Villarroel se deshace del MNR y nombra un gabinete enteramente militar. Cerca de la medianoche, varios oficiales dirigidos por el Gral. Ángel Rodríguez, ministro de Defensa, reunidos en el Salón Rojo del Palacio, instan a Villarroel a renunciar. Al mismo tiempo, varios oficiales demuestran su lealtad al Presidente. Villarroel acepta renunciar y nombra como su sucesor al vicepresidente Montellano, pero los comandantes rechazan esa sugerencia debido a que este era miembro del MNR.

    21 de julio: Se produce una sucesión de brutales colgamientos.

     

    * José Adrián Martínez es licenciado en Teología y estudiante de la Carrera de Historia en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.

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