La última carta de Sucre
Atocha Vieja, la ciudadela ubicada en la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí, se remonta a tiempos de la colonia.
Atocha Vieja, la ciudadela ubicada en la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí, se remonta a tiempos de la colonia. Se halla rodeado por los cerros Calvario Punta, Chaupi Añawi y Panteón Punta. Los primeros asentamientos en esta población fueron a consecuencia de la existencia de ricos minerales de plata en poblaciones mineras como Portugalete, San Vicente, Chorolque y Chocaya. Era un lugar importante donde se instalaron ingenios que funcionaban con energía hidráulica.
La ciudadela colonial tiene una plaza en el centro: aún se conserva un templo barroco con una cubierta de par y nudillo, con una torre con cubierta piramidal y una arquería de piedra que rodea el atrio. En la misma plaza principal se levanta un obelisco de ocho metros de altura (rollo de fundación de un pueblo) construido con piedra y adobe: era un símbolo del poder español y a la vez era la picota de justicia.
En el templo entronizaron al “Señor de Burgos”, traído desde España. Actualmente se lo conoce como un santuario que es visitado por muchos feligreses.
Atocha Vieja, olvidada por el implacable paso del tiempo, un poblado potosino que inerme ha resistido el paso de los siglos, aún se alza orgullosa, luciendo sus antiguas casas rústicas construidas de piedra y adobe techadas con paja que, siglos después, continúan firmes, como mudos testigos del abandono y la soledad de un pueblo que otrora fuera un rico territorio minero.
De acuerdo a las historias contadas de generación en generación, el mariscal José Antonio de Sucre durmió una noche en la casa más acomodada de Atocha Vieja. Ahí escribió su última carta en Bolivia. Motivados por esa referencia histórica muy importante, los historiadores recurrieron al archivo histórico de la Vicepresidencia para indagar e ir tras la búsqueda de los últimos sentimientos del Mariscal Sucre, antes de dejar el país por el puerto de Cobija. Se rastrearon sus cartas, se leyeron una a una las misivas que eran escritas por el mariscal durante y después de sus batallas por la independencia de Bolivia, fueron páginas interminables de una extraordinaria historia de la lucha por la libertad americana, hasta que al fin se encontró la evidencia buscada: José Antonio de Sucre estuvo en Atocha Vieja el 12 de agosto de 1828 y desde ahí le dicta a su edecán Escolástico Andrade una sentida carta de despedida a su amigo y lugarteniente Francisco Burdett O’Connor, coronel del ejército libertador, confesando su profunda tristeza por dejar la Patria por la que estaba dispuesto a ofrendar su vida.
Y le dice: “Mi querido amigo compañero, hoy sigo para Cobija con destino a Guayaquil y de regreso a mi casa en Quito. Antes de marchar hago mi despedida a usted...” Y sigue más abajo: “Esta es una tempestad que pasará pronto, y es preciso ver sus efectos con sangre fría. Bolivia, es decir, los pueblos no están mal animados, pero una fuerza extraña, los traidores y la pérfida conducta de (José María Pérez de) Urdininea, la han conducido casi al sepulcro...” Así, José Antonio de Sucre sellaba su adiós. Dejó Bolivia con cinco mil pesos prestados de su sobrino, Domingo de Alcalá, como escribe Burdett O’connor en sus memorias.
Y en esa última carta firmada en suelo boliviano, confesaba sus sentimientos de amor sublime a la Patria a la cual regaló su libertad y le pagaron con un balazo en el brazo derecho. Abatido, pero con firmeza de un vencedor, el mariscal de Ayacucho dejó ahí en Atocha Vieja, algo más que sus últimas palabras a Bolivia. Agradecido por el recibimiento, y a la usanza de la época, el mariscal regaló un “flamín militar” a la imagen venerada del Señor de Burgos, tesoro histórico que hasta hoy permanecía oculto, colocado delicadamente en la cintura de la imagen colonial y que por primera vez, puede ser apreciada y atesorada por los bolivianos. Durante más de un siglo y medio permaneció casi oculto en la intimidad de la centenaria iglesia.
La joya histórica está justo en la cintura del Señor de Burgos. Ciento noventa y un años después, tal vez el mariscal José Antonio de Sucre nos vuelve a reclamar el no destruir la obra de su creación y lo hace justo de Atocha, un lugar olvidado que debería ser visitado por todos, para afianzar nuestro sentimiento de bolivianidad al respirar la historia que se ha encarnado en cada pared hecha de adobe y paja, donde estuvo un héroe de verdad, un libertador, un hombre justo y apasionado por la libertad.
En Atocha Vieja, a 3.600 metros sobre el nivel del mar, el viento sopla y un gélido aire llega hasta los huesos. Ahí se construyó una verdadera ciudadela española muy rica en la colonia. Allí los bolivianos pueden admirar el paso de los siglos y reconocer la acción de cada poblador del lugar, que cuidó nuestra historia como verdaderos guardianes y hoy salen al frente a contar el gran legado de sus antepasados y mostrar orgullosos la casona donde durmió el mariscal Sucre.
Los pasantes de la fiesta del milagroso Señor de Burgos son los encargados de evitar la desaparición de éste lugar, por el paso de los años y la inclemencia del tiempo que entre lluvias y fuertes vientos intentan cada año llevarse consigo nuestra historia. Son los lugareños que sobreviven a la fuerza de la destrucción y siguen restaurando los techos casi destruidos y mantienen intactas las calles patrimoniales de Atocha Vieja, que ahora devela su secreto mejor guardado.
El presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Luis Oporto Ordoñez, considera el hallazgo del flamín militar como un aporte importante a nuestra historia por la libertad y Atocha Vieja tiene la honra de haber recibido en su seno a un patriota bolivariano y eso la historia ha registrado en la correspondencia oficial.
Atocha vieja, en medio de montañas, al borde de un río, espera oír de nuevo el bullicio de la gente, esta vez no para acumular oro y plata, sino más bien para visitar un lugar mítico, hermoso, donde el presente se amalgama con el pasado permitiendo viajar con la mente y recorrer esas callecitas que tan llenas de cuentos y leyendas que nuestros ancestros dejaron esculpidas en cada una de las piedras que dieron forma a una hermosa ciudadela, la Vieja Atocha, que pronto será declarada como patrimonio histórico de nuestro país •
* Cristóbal Corso Cruz es miembro de la Sociedad Geográfica y de historia “Potosí”.