La quebrada “satanizada”

La festividad de Ch’utillos recién pasada tiene como lugares centrales al Cerro Rico de Potosí y la quebrada de Mullu Punqu, que hoy es más conocida como “La Cueva del Diablo”. En este artículo mostraré cómo fue que cambió la calidad del último lugar mencionado.

Esta es la segunda cueva, a la que se le puso muro y reja.

Esta es la segunda cueva, a la que se le puso muro y reja.

Ahora, en Mullu Punqu existe un calvario.

Ahora, en Mullu Punqu existe un calvario.

Esta foto antigua es en la misma cueva.

Esta foto antigua es en la misma cueva.

La quebrada vista desde la localidad de La Puerta.

La quebrada vista desde la localidad de La Puerta.


    Juan José Toro Montoya
    Ecos / 03/09/2024 03:55

    La festividad de Ch’utillos recién pasada tiene como lugares centrales al Cerro Rico de Potosí y la quebrada de Mullu Punqu, que hoy es más conocida como “La Cueva del Diablo”. En este artículo mostraré cómo fue que cambió la calidad del último lugar mencionado.

    El autor del cambio fue Pablo José de Arriaga, jesuita rector del Colegio Real de San Martín que escribió la “Extirpación de la idolatría del Pirv”, impreso en Lima, en 1621; ese se convirtió en un manual para identificar las prácticas religiosas autóctonas, descalificarlas y considerarlas ofensivas para la Iglesia católica. Fue ese libro el que denunció como práctica dañina todo tipo de culto de los indígenas y recomendó actuar enérgicamente para erradicarlo.

    En el Edicto contra la idolatría que figura como anexo de ese impreso se pregunta a los habitantes del Perú “si saben, que alguna, o algunas personas así hombres como mujeres, hayan adorado, y mochado Huacas, cerros, y manantiales, pidiéndoles, salud, vida, y bienes temporales” (BNCH MC0014760 134). Como se ve, ponía atención al culto a los cerros.

    Detengámonos un poco en la figura del jesuita Arriaga. Es él quien, de paso por Potosí, condenó el culto a una deidad andina que se practicaba en el lugar conocido como Mullu Punqu (La Puerta) y es él quien se ocupa de entronizar, en ese lugar, la imagen de San Bartolomé el año 1589. El año es el que dejó escrito el cronista mayor de la Villa Imperial (Arzáns, 1970: 45)

    Los autores del monumental “Qaraqara-Charka” subrayan que “el jesuita Arriaga afirmaba en 1599 que ‘desde tiempo inmemorial’ se concedía una extraña devoción a dos cerros, los cuales funcionaban como oráculos, a pesar de los intentos, tanto de la Iglesia como de la justicia civil, de destruir ‘estos diabólicos adoratorios’. Los dos cerros eran el Wayna Potojchi y el Potojchi, y Arriaga fue quien llegó a destruir el santuario y construyó en el lugar una capilla a la advocación a San Bartolomé, santo que caza a los demonios” (Patt et. al, 2011: 151). El año de 1599 es apenas posterior al de la publicación de otro libro jesuita, la “Historia Natural y Moral de las Indias”, de Joseph de Acosta, que se publicó en 1590 y donde se incluye la versión de que el Cerro Rico bramó diciendo que su plata era para otros dueños. Los datos que proporciona él mismo permiten señalar que la obra extirpadora de Pablo Joseph de Arriaga se ejecutó entre 1588 y 1600. Por esta vecindad de años es que afirmo que la estrategia de satanizar el culto prehispánico al Cerro Rico, junto al que se ejecutaba en la quebrada de La Puerta, fue idea de los jesuitas en su afán de anular los cultos indígenas y, de paso, darles a los invasores una excusa para la explotación de la legendaria montaña.

    Un documento del periodo virreinal, una carta que Arriaga le dirigió al general de su orden, Claudio Aquaviva, es la principal prueba en esta extirpación de cultos:

    “En la carta del padre José de Arriaga al general de la Orden de los Jesuitas Aquaviva, fechada en Lima el 29 de abril de 1599, se dice que los indios de Potosí adoraban a dos cerros que Egaña identifica con el Cerro de Potosí y con el Huayna Potosí” (Gisbert, 2008: 19).

    Una transcripción de la carta está en el tomo VI de la “Monumenta Peruana” compilada por Antonio de Egaña y, en la parte referida a la antigüedad de ese culto, dice lo siguiente:

    “Una cosa sola diré por haber sido muy pública, y por esta y otras muchas razones de mucha gloria de Nuestro Señor: poco más de dos millas de esta Villa, en el camino real, están dos cerros a que los indios desde tiempo inmemorial han tenido extraña devoción acudiendo a hacer allí sus ofertas y sacrificios y consultando al demonio en sus dudas y recibiendo de él respuestas” (Arriaga, 1599 [1974]: 687-688)

    En el pie de página de esta obra, Egaña señala, en efecto, que los dos cerros a los que Arriaga hacía referencia eran el Potosí y el Huayna Potosí, pero se basa en la descripción de Nicolás del Benino, de 1573, y en la anónima de 1603. Su error se debe a su condición de extranjero. Al no vivir en el terreno, creyó que los dos cerros ubicados “poco más de dos millas” de Potosí eran el famoso yacimiento de plata y el monte que está junto a él. No tomó en cuenta que el camino real era el que conducía a La Paz.

    Quienes vivimos en el terreno sabemos que esos dos cerros corresponden a los de la quebrada que está a poco más de dos millas, equivalentes a 3,21 kilómetros, en el camino hacia Oruro, llamado antiguamente real, donde se encuentra la denominada “cueva del diablo”. Su nombre genérico es La Puerta y así se llama el santuario ubicado cerca de él. Después de la entronización de la imagen del apóstol, el lugar adquirió otro nombre: quebrada de San Bartolomé. La mención al culto prehispánico aparece también en la “Historia de la Villa Imperial de Potosí…” de Bartolomé Arzáns quien detalla que los que lo practicaban eran los indios de Cantumarca:

    “El pueblo de Cantumarca (que se interpreta vuestra tierra o vuestra patria como queda dicho), antigua habitación de indios gentiles, estaba como a un cuarto de legua de donde al presente está la Villa. También al pie de la Cuesta Cansada o de Jesús Valle tenían otra población con buenos edificios según mostraban sus ruinas que se veían algunas debajo de tierra” (Arzáns, 2012 [1965]: 40).

    Como se ve, el cronista mayor de Potosí vincula a los dos lugares en los que, además, se encontró restos de alfarería. El propio Arzáns confirma a Cantumarca como un lugar al que también se acudía para la provisión de armamento: “labraban estos pedernales para puntas de las flechas (armas que siempre usaron los indios) y por esto acudían de la mayor parte del reino los guerreros a comprarlas”. Agrega que “tenían este trato los de Ccantumarca por la abundancia de pedernal que había y hay en el cerro de Huayna Cabra (que se interpreta cabra moza) que es casi brazo del Cerro de Potosí” (Ídem).

    Hablando siempre de los indios de Cantumarca, apunta que “tenían estos naturales en la quebrada que hoy llaman de San Bartolomé (distante de esta Villa una legua) una gran cueva naturalizada en peña viva, donde un día a la semana iban como en procesión a adorar al común enemigo que las más de las veces se les aparecía visible” (Ídem).

    En ambos casos se habla del mismo lugar y el mismo culto, aunque tanto el extirpador Arriaga como el cronista Arzáns afirmaron que la divinidad a la que adoraban los indios de Cantumarca era el diablo.

    Quienes creen esa historia le están haciendo el jueguito a los jesuitas •

     

    * Juan José Toro es fundador de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

    Etiquetas:
  • Ch’utillos
  • Cerro Rico de Potosí
  • quebrada de Mullu Punqu
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