El universo según el mundo andino

“El universo no está hecho de átomos, está hecho de historias”. Lo decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, uno de los intelectuales latinoamericanos que reivindicó la cultura y la historia de los pueblos originarios de América Latina.

El universo según el mundo andino

El universo según el mundo andino Foto: Internet

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    Javier Badani
    Ecos / 30/09/2024 14:43

    “El universo no está hecho de átomos, está hecho de historias”. Lo decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, uno de los intelectuales latinoamericanos que reivindicó la cultura y la historia de los pueblos originarios de América Latina.

    Y si de historias se trata, el mundo andino está plagado de ellas. Sin embargo, muy poco ha sobrevivido de los mitos y leyendas que nutrieron la cosmovisión de los pueblos prehispánicos que habitaron los territorios que hoy llamamos Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.

    El proceso de evangelización que se inició tras la invasión española implicó una enconada y metódica tarea de “extirpación de idolatría” y “pensamiento salvaje”, lo cual tuvo un impacto devastador en el imaginario colectivo de las culturas indígenas. En el mejor de los casos, se dio un proceso de sincretismo, una superposición de elementos culturales occidentales y de elementos prehispánicos. Al no contar con un sistema de escritura, los mitos y leyendas prehispánicas habían pasado de generación a generación de forma oral. Sin embargo, tras el proceso de conquista, fueron mutando de la mano de los evangelizadores que hábilmente utilizaron algunas figuras míticas prehispánicas para yuxtaponerlas a las simbologías occidentales. Así, muchos relatos originales quedaron subsumidos.

    Paradójicamente, los pocos relatos prehispánicos que han sobrevivido hasta nuestros días lo han hecho gracias a los registros que realizaron los curas que estuvieron encargados de llevar adelante la tarea de “extirpación de idolatrías”. 

    Durante la Colonia, la tradición oral indígena ya estaba permeada del proceso evangelizador. De esta manera, muchos de los mitos y leyendas que se escuchan en la actualidad no son más que modificaciones impregnadas de "sincretismo". 

    La llegada de las repúblicas tampoco significó un terreno fértil para rescatar las tradiciones indígenas prehispánicas. La cara india del continente fue combatida por todas las élites sudamericanas, que cabalgaban a galope para alcanzar, aunque tarde, los procesos de modernidad europea.

    Con todo, como sugería el pintor Édgar Arandia, es necesario quitar la hojarasca religiosa colonial a los mitos y leyendas que hoy conocemos, para así ver brillar las joyas culturales prehispánicas.

    Así, será el lector de estos párrafos quien deberá hacer tal ejercicio: quitar el follaje evangelizador a los siguientes relatos que han sido extraídos de la tradición aymara y quechua y que nos narran sobre el origen de las cosas.

    Y se hizo la luz

    Wiracocha, la divinidad creadora de Los Andes, emergió al inicio de los tiempos del lago Titicaca para crear el cielo, la tierra y a una generación de hombres que vivirían en la oscuridad.

    Conforme con su creación, volvió a las aguas. Pero los hombres, que no conocían la luz, pecaron contra Wiracocha. Iracundo, la divinidad surgió de las aguas y los castigó convirtiéndolos en piedra.

    Entonces, desde las cuatro direcciones del espacio, Wiracocha moldeó una nueva humanidad que hizo salir de los ríos, los manantiales, los cerros y los árboles. Junto con los hombres nuevos, Wiracocha creo la luz, haciendo subir al cielo al Sol y a la Luna.

    El grano de oro cae…

    Hubo un tiempo en que las estrellas bajaban hasta la Tierra en busca de alimentos. Lo hacían cobijadas por la noche. Pero en una comunidad andina los pobladores estaban alarmados ante la inexplicable pérdida de su cosecha de papás. Así que uno de los jóvenes del pueblo decidió ocultarse y vigilar la cosecha para descubrir a los ladrones. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de tres estrellas que, tras bajar del cielo y transformarse en bellas mujeres, comenzaron a recoger parte de la cosecha de papa.

    El joven, aún sin poder salir de su sorpresa, solo atinó a tocar la campana de alarma. Al saberse descubiertas, las estrellas se transformaron en aves y volaron hacia el cielo. El joven había quedado prendado de la belleza de una de ellas y decidió ir a su encuentro. Al día siguiente le suplicó al cóndor para que lo llevara hacia las estrellas. El ave lo condujo al cielo. Tras un largo viaje, llegaron extenuados. La estrella le dio un grano dorado para que se alimentara. Era un alimento que no existía en la Tierra y por ello, curioso, el joven fue en busca de más comida. Sin embargo, volteó la olla y los granos cayeron hasta la tierra. Desde entonces la quinua ha formado parte de la dieta de los hombres y de las mujeres de Los Andes.

    Illapa, el dios del trueno

    Illapa, el dios de la lluvia, el trueno y el rayo, era implacable. Deambulaba por los cielos cargado de un garrote y una honda. De tanto en tanto, arrojaba a la tierra rayos con su honda y provocaba relámpagos con el brusco movimiento de su brillante armadura.

    Para los incas, de Illapa dependía el clima benigno de lluvias para enriquecer los suelos. Y por ello le rendían honores. Cuando la sequía amenazaba sus tierras, los incas amarraban perros negros y los dejaban por días sin alimentos. El aullido de los canes conmovía tanto a Illapa que este mandaba la lluvia. Pero cuando la sequía no menguaba, era necesario sacrificar a un ser humano. Danzas y celebraciones se realizaban en el trayecto hacia los templos que se alzaban en las montañas más altas del imperio, donde se realizaban los rituales.

    Lago con lágrimas del Sol

    Hubo un tiempo en que los apus, los dioses de las montañas, protegían a los habitantes de Los Andes y les libraban del odio y la ambición. Los apus les daban libertad absoluta con una única condición: no entrar en el camino de la oscuridad para trepar a la cima de la montaña donde se hallaba una hoguera con el fuego sagrado.

    Pero un espíritu maligno que habitaba en la zona prohibida para los hombres, totalmente celoso de que estos vivieran con tanta felicidad, utilizó sus argucias para plantar la curiosidad en la cabeza de los hombres sobre el fuego sagrado e hizo que las personas desobedecieran a los apus y siguieran el camino de la curiosidad.

    Deseosos de descubrir los secretos de la montaña y demostrar su valentía, los hombres subieron hacia el fuego sagrado. Los apus, furiosos al ver esta actitud, mandaron a miles de pumas para que devoraran a quienes habían desobedecido.

    Al ver esta terrible imagen, Inti, el dios Sol, se estremeció y comenzó a llorar sin parar, hasta tal punto que el valle en el que habitaban estas personas quedó totalmente inundado. Así nació el lago Titicaca. La población de Los Andes fue exterminada, excepto por un hombre y una mujer que, subidos en una barca de junco, lograron salvarse y contemplar todo lo que había pasado: su fértil valle era ahora un enorme lago y los pumas que habían sido mandados por los dioses se habían convertido en rocas.

    Los hombres del agua

    Una leyenda chipaya cuenta que su pueblo desciende de los ch’ullpas, una antigua raza prehumana que vivía en un rincón de la tierra donde la luna brillaba de forma perpetua. Pese a que habían sido advertidos del próximo nacimiento del sol, los ch´ullpas no se prepararon y cuando finalmente este apareció casi todos murieron abrasados. Todos salvo una pareja que, para protegerse de sus rayos, aprendió a nadar y a vivir bajo el agua durante el día para salir a tierra al llegar la noche.

    Según esta historia, sus descendientes serían hoy los uru-chipaya, llamados desde entonces “hombres del agua” por sus vecinos aimaras, considerados en contraposición como los “hombres secos”.

    Un salar de lágrimas y leche

    Hace mucho tiempo se podía ver a las montañas caminando libres por los valles andinos. Entonces solo había un volcán femenino, Tunupa. Su belleza era incomparable y todas las montañas la cotejaban.

    Pronto, Tunupa apareció embarazada y parió un pequeño volcán cuyo padre no se conocía. Las montañas comenzaron a pelerarse entre sí para asumir la paternidad del pequeño volcán a quien quitaron del seno de su madre para ocultarlo mientras se definía la disputa. Entonces comenzó una pelea que durante años mantuvo a Los Andes en constante crisis.

    Los dioses se enfurecieron ante semajante caos y, furiosos, retiraron a las montañas el derecho a desplazarse.

    Inmóvil, Tunupa no pudo buscar a su hijo. Muda de dolor, sus lágrimas y la leche de su seno cayeron durante milenios sobre la tierra hasta formar la capa blanca y salada que da vida hoy al paisaje del Salar de Uyuni •

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