La lógica de Charly

Desde que se lanzó “La lógica del escorpión”, las redes se han inundado de comentarios

La lógica de Charly

La lógica de Charly Foto: David Diez Canseco

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La lógica de Charly Foto: Internet


    Oscar Díaz Arnau
    Ecos / 30/09/2024 14:36

    “Y aunque no pierdo la esperanza / a veces con vivir no alcanza…”. Charly García está de vuelta con un disco de estudio después de siete años. El anterior, “Random”, data de 2017, pero este viene recargado con un cúmulo de sensaciones y emociones que los fanáticos están volcando casi frenéticamente, como catarsis, en las redes sociales.

    “La lógica del escorpión” consta de 13 temas que suman poquito menos de 35 minutos. Un álbum que, pese a su corta duración, podría considerarse total, en el entendido de que en él, a manera de compendio o resumen, se advierte un recorrido por la carrera del padre del rock argentino, todo un mito, figura central de la música latinoamericana.

    El eclecticismo de Charly

    A medida que uno va escuchando las canciones del disco saltan las cadencias del Charly de toda la vida y con la misma claridad, de una a otra, se va plasmando el eclecticismo de sus creaciones, tan portentosas como difíciles de encasillar en una sola palabra o estilo.

    “Rómpela”, el primer tema, es una pegadiza reversión de uno, también suyo, “Kill Gil” (álbum del mismo nombre, 2010), solo que en español y con un sonido más limpio. Raya la cancha imponiendo su propia marca de rock & roll, mezcla de fuerza, rebeldía y —algo muy argentino por cierto— suficiencia.

    Le sigue “Yo ya sé”, donde aparecen el Charly popero, baladista, íntimo, socrático (“Yo ya sé que no sos un ridículo / que no sos un artículo / pero no sé por qué”), una letra que por momentos patina en su voz desgastada.

    “El club de los 27”, el blues del disco, para aludir a los artistas que han muerto a esa edad. Allí menciona a Lennon, Kurt Cobain y Jesucristo, entre otros, y llega la primera colaboración, la del gran David Lebón con un solo de guitarra fenomenal.

    “La medicina N° 9” (junto, de nuevo, a Lebón) comienza con los sones del “Rap de las Hormigas” y explota en literatura: “Y aunque no pierdo la esperanza / a veces con vivir no alcanza. / Voy a tomar un poquito más / aquella medicina number nine” (otra referencia a The Beatles). Probablemente la más lograda de todas, una de mis preferidas.

    “Te recuerdo invierno”, balada romántica con la fuerza de la nostalgia, anterior a los jóvenes tiempos de Sui Generis, entre dulce y tierna, sensible, como para quebrarse: “Te esperaré de pie / cuando el frío te traiga aquí / otra vez como antes”.

    En “Autofemicidio” destacan los arreglos instrumentales, sobre todo los bronces, y las ironías: “Los chicos quieren ser chicas / las chicas quieren ser grandes”.

    El lado A se cierra con “América”, junto a un Pedro Aznar que recuerda a la fraseología del solista Cerati. Inspirada en David Bowie, discurre sobre una cama de guitarra acústica.

    “Juan Represión”, un tema autocensurado en el tercer disco de Sui Generis, abre la segunda parte de manera portentosa por las inevitables imágenes de la época de la dictadura militar. Fluye con una melodía propia de esa época y con una narrativa conmovedora: “Esta es la historia de un hombre / que supo muy pocas letras / y soñó con la justicia / de los héroes de historieta”.

    “Estrellas al caer”, un ‘revival’ de “Chipi Chipi” evocador, además, de “La hija de la lágrima”. Un entremés antes de la esperada “La Pelicana y el Androide” y el inconfundible Luis Alberto Spinetta reverberando como eco en el fondo del mar junto a Charly, que recuperó esta composición de un demo grabado por ambos pero, al final, nunca editado... hasta ahora. Una canción única, rupturista, diferente.

    Hasta ahí, ya bastaría para darnos por bien servidos. Pero hay más. “Watching the weels”, el cover del trabajo de Lennon del que no ha sido fácil conseguir sus derechos. Una joyita traducida al español por el argentino, el pie justo para el tema que da nombre al disco: “La lógica del escorpión”, la fábula hecha pista y también teatro, en magistral interpretación tanto de él (el escorpión) como de Rosario Ortega (la hija de Palito, la rana). Bajo la inspiración de la película ‘Mr. Arkadin’ de Orson Wells (1955), un dilema, el escepticismo y la confianza rota que puede llevarte incluso a la muerte con final ciertamente cínico: “Brindemos por el carácter”.

    El final llega con la compañía de Fito Páez en “Rock and roll star”, muy acomodada a la onda del rosarino y con un nuevo guiño de cierre para los Beatles.

    Su lógica

    ¿Cuál puede ser la lógica de un artista excepcional? Por lo general, esta clase de hipersensibles se comportan como magos: suelen sacar conejos de la galera, inventar fantasías pobladas de metáforas y de complejas estructuras del pensamiento humano. Genialidades que para el común de los mortales pueden pasar desapercibidas.

    En este último Charly hay una lógica de la duda, de la búsqueda de explicaciones, de la introspección. Una lógica metafísica, u ontológica, es decir, del individuo maduro que mientras más cerca de la muerte está, menos sabe de la vida. “Hay algo que no me cierra, algo sobrenatural / Hay algo que no me cierra, algo sobrenatural / Cristo fue crucificado por los pecados de alguien más (no por los míos). / Wait for it”.

    En la lógica del hombre aporético no pueden sino abundar la intensidad y la desesperación del que persigue respuestas racionales, pero solo encuentra contradicciones como en la ‘teodicea’ leibniziana.

    Todo el mundo conoce las cualidades técnicas del músico que es si, como el niño prodigio que fue, prácticamente aprendió a tocar el piano antes que a escribir su nombre. Aun con sus más de siete décadas encima, podemos ver al adolescente que todavía juega irresponsablemente a crear ilusiones sin demasiado sentido. Y el mensaje esperanzador del tipo mayor que no necesita demostrar ya nada, pero está de vuelta infundiendo sangre en sus venas como aquel muchacho que estuvo cerca de la revolución y rasguñaba las piedras. No hay demasiado misterio. En “La lógica del escorpión” asistimos a un Charly que se revisita a sí mismo con un paseo distendido por sus diferentes etapas.

    Si los años le hubieran enseñado algo, eso, puede que sea su tendencia al minimalismo, que —como suele pasar con los minimalismos— lo potencia. Esto es apreciable en la precisión del disco: 13 temas compuestos en pandemia, muy bien cuidados, con exquisitos arreglos de cuerdas, bronces, samplers y sintetizadores (cuánto le debe a su Roland TR-808…).

    Al mismo tiempo, se advierte un Charly al límite. Antes del fin. Hay olor a despedida y, no está mal.

    Leo en las redes sociales un esfuerzo sobrehumano por descifrar cuán bueno (o cuán malo) es este disco. También una velada gerontofobia (Charly va a cumplir 73 años), casi una ansiedad por cuestionar el deterioro físico, sobre todo la voz, del rockero argentino. Les convendría recordar que hace mucho —no ahora— dejó de cantar como en sus mejores tiempos; recordar, por ejemplo, su presentación en el estadio Patria, aquella memorable noche de un 12 de septiembre, hace 22 años, para el Festival Internacional de la Cultura (FIC) en Sucre con yapa, íntima, en un boliche de la calle Bolívar, acompañado de la entrañable Gabriela Epúmer.

    El mismo Charly se encarga de aludir, más de una vez en este disco, como presa de una especie de asombro, a esta era de internet, de lo —dice él— “digital”, donde pareciera obligatorio “matar” al que se atreve a no doblar la cerviz, lo cual significa no simplemente erguir la cabeza sino crear, decir, hablar, gritar, reclamar, denunciar, señalar, vivir… aún después de los setenta.

    No hay un “mejor” o un “peor” Charly García. Hay uno solo y es lo que es, lo mejor de lo peor y lo peor de lo mejor de él mismo, de todos nosotros.

    A veces, por pura necedad, lo olvidamos, pero estamos hablando de alguien que compuso “Canción para mi muerte”, “Confesiones de invierno”, “Seminare”, “Los dinosaurios”, entre otras genialidades. De un autor de obras de arte mayor que vive para la perfección, aunque finalmente lo que le surgiese no sea perfecto sino, simplemente, un perfecto Charly García.

    Al final del día, la obra de Carlos Alberto García Moreno será siempre una acuarela sublime que se escriba con tinta literaria y suene como ninguna.

    La leyenda continúa.

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