Identidad y nacionalismos en Bolivia
Es cosa cierta que de los datos salen intuiciones, pero nunca una verdad absoluta, menos aún de temas tan intrincados como las identidades étnicas o culturales.
Es cosa cierta que de los datos salen intuiciones, pero nunca una verdad absoluta, menos aún de temas tan intrincados como las identidades étnicas o culturales. Y claro, todo es más complicado aún cuando el dato está sometido al paso del tiempo. Sin duda era bien distinto hablar de blancos, mestizos o indígenas en 1900 y otra, hoy.
Volvamos a 1900. El Censo de Población de ese año muestra lo siguiente: 51% de indígenas, 27% de mestizos y 13% de blancos. En 1950, arroja estas cifras: 63% de indígenas y 37% de mestizos, desapareciendo la categoría “blancos”.
Las cifras, si se las estruja, pueden decir la mar de cosas. Vayamos entonces a los datos de la Encuesta de Seguridad Humana del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) realizada en 1996, indagando precisamente sobre las autopercepciones étnicas de los bolivianos: 16% de indígenas, 67% de mestizos y 17% de blancos.
¿Un desafío a la intuición?
¿Una sonrisa al mirar a alguien que se cree blanco después de siglos de mezcla loca? Ciertamente en el código nacional está siempre presente la oposición entre blanco e indígena: kara y tara, términos que implican una connotación negativa y un fuerte maniqueísmo. Las oposiciones clásicas eliminan los matices de los análisis y la estadística poblacional. El pensamiento dicotómico no admite los cafés, no tolera las mezclas y razona solo en blanco y negro.
Sí, un siglo atrás, en ‘Pueblo Enfermo’ Alcides Arguedas decía que el problema del país eran los indios. Hoy, los indigenistas más radicales dicen que lo son las oligarquías blancas del oriente, incluyendo en estas a la burguesía cunumi de Santa Cruz. Al parecer, la historia liberal olvidó a la multitud de artesanos, emprendedores populares del comercio de la chicha y de la coca que no nacieron de la noche a la mañana con la República, sino que se formaron mucho antes, simplemente porque estas faenas no las realizaban precisamente los liberales en el poder que querían parecer burgueses clásicos.
El simplismo hoy nos dice que los mestizos no son las élites oligárquicas o los profesionales graduados en el exterior, sino son los cholos de todo tipo: los comerciantes minoristas, los informales, las burguesías cholas y cunumis, los trabajadores de cuenta propia, los choferes, los contrabandistas, los empleados públicos, los taxistas, los metalmecánicos, los carpinteros, los heladeros y con asombro también los cocaleros. Luego del proceso de democratización social y económica iniciado por la Revolución Nacional del 52, las nuevas clases medias populares de nuestros tiempos que al parecer no se ajustan a como las denomina la doctrina, pues carecen totalmente de educación, están constituidas por mestizos.
Los campesinos del 52
Sin duda la derrota de Bolivia en la Guerra del Chaco provocó una profunda crisis nacional y la búsqueda colectiva de un nuevo país, residual en la Asamblea Constituyente de 1938 y real con la Revolución Nacional de 1952 que le dio consistencia al ”Estado del 52”: el intento más largo y logrado de la historia para construir una estructura sólida e inclusiva en el conjunto de la población boliviana.
Sin duda también, los términos económicos de este esquema que mantuvo el nuevo Estado fueron importantes al mantener la concentración de empresas o “corporaciones” estatales: la Comibol fruto de la nacionalización de las minas y Yacimientos Fiscales Bolivianos (YPFB) y siguiendo con otras varias empresas a la sombra de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF).
América latina en esa mitad de siglo respiraba transida de emoción las experiencias revolucionarias del PRI de México y del peronismo de la Argentina, por ello el pensamiento del MNR era claro: consolidar un partido omnipotente y omnipresente que debía responder a los pedidos de las diversas organizaciones del país. Pero, ¿como hacerlo? Las gentes oscilaban entre la frustración de la derrota con el Paraguay, la sombra densa de las dos Guerras Mundiales y la ausencia total de no saber quienes eran, ¿ciudadanos, campesinos, indios, pongos o quizá terratenientes?
El MNR, que subió al poder con ayuda de la Policía contra el Ejército, complementó su presencia de Estado con su temido y represivo ”control político” y sustituyó al ejército nacional con sus “milicias populares” formadas por mineros y campesinos y equipadas por los viejos fusiles Mauser de la Guerra del Chaco, ambos fieles a su Revolución.
Es cierto que con la Revolución del 52 sobresalen logros como el voto universal para las y los indígenas analfabetos, que eran todavía la gran mayoría; la masificación de las escuelas rurales y, esencialmente, las nuevas organizaciones sindicales campesinas fomentadas por el gobierno y por vez primera la visibilización de una nutrida y leal “brigada parlamentaria campesina” en el Congreso. Se torna claro entonces que el ideal del Estado del 52 era en verdad la construcción de una sociedad inclusiva, pero uniformada por una cultura mestiza —porque sencillamente ya no era indígena sino cada vez más cercana a la de la sociedad blanco-criolla-civilizatoria dominante. Todo esto apoyado por un sistema escolar estatal que quería extenderse por todo lo rural. Los sindicatos campesinos, apoyados por los “comandos” del mismo partido y el servicio militar al que acudían sobre todo los jóvenes de origen rural y popular, constituían los grandes instrumentos ideológicos para este propósito.
¿Ideología / identidad?
El ahora llamado campesinado, pese a estos logros, se sentía igual: de segunda, aunque alerta y emocionado por programas que de muchas maneras terciaron en su estructura sociocultural: La Red de Radios educativas vinculadas con la Iglesia católica fortaleció sus acciones, lo mismo que los escritores, investigadores e intelectuales, como Fausto Reynaga, que generaron una visión étnica promisoria. Tanto que como un producto de esta se dio la primera emergencia articulada de la “memoria larga”: el Katarismo, iniciada en los años 60 por los jóvenes estudiantes aymaras que vivían la estrechez del campo y de la ciudad, y que no habían vivido la experiencia de la Guerra del Chaco y de la Reforma Agraria.
Su núcleo era la región donde había nacido Tupac Katari, el gran héroe anticolonial de 1780, y de él tomaron su nombre, Aguerridos; casi temerarios se decían: “ya no somos los campesinos del 52” mientras repetían: “Tupac Katari ha vuelto y seremos millones”. Y fue una realidad que más allá de su ascenso meteórico antes y después de la dictadura de Banzer (1971-1978) se consolidó en los primeros años de democracia (1982-1985) y en lo inmediato supuso la ruptura definitiva del Pacto Militar Campesino a cambio de la reaparición de la “memoria larga” que se remontaba precisamente al Estado (neo)colonial y a la necesidad de acabar con él. Reafirmemos entonces que el eje geográfico que hasta aquí se había concentrado en las exhaciendas de los valles y de Achacachi, también región de hacendados, con el Katarismo, vuelve a las comunidades y ayllus.
Es revelador sin duda que este proceso de recuperación de la conciencia étnica fue un fenómeno totalmente endógeno. Es triste la posición de la Central Obrera Boliviana (COB) regida por un paradigma internacional exclusivamente clasista, renuente a incorporar en su seno a dirigentes kataristas. La democracia sin duda generó importantes hitos respecto de las identidades: en 1982 se creó la Confederación Indígena de Oriente Boliviano (Cidob), que con el tiempo ha ido agrupando de manera sustantiva a todos los pueblos minoritarios de tierras bajas, logrando además que en 1983 el II Congreso de la Csutcb elaborara y difundiera la tesis que decía: ”Queremos la construcción de una sociedad plurinacional y pluricultural que, manteniendo la unidad de un Estado, combine y desarrolle la diversidad de naciones en Bolivia”.
Se denota entonces con claridad que la caída del muro de Berlín (1989) y el derrumbe de la Unión Soviética (1991) son los principales hitos internacionales que marcan la crisis del paradigma clasista característico en la mayoría de los movimientos populares y la adopción de un paradigma étnico/ identitario que marcará los últimos años del siglo XX.
“Indio alzado” o “indio permitido”
Del “indio alzado” o katarista, Víctor Hugo Cárdenas es un ejemplo por su habilidad como presidente del Congreso para lograr la aprobación de varias medidas favorables a los pueblos indígenas en un Parlamento hostil a ellos. Dio los primeros abordajes a la creación del Conamaq; de llamarse “malditas”, las leyes de la Participación Popular se tornaron en “benditas”, por la contribución de la transferencia a las áreas rurales de un porcentaje de recursos por demás significativo que nunca habían tenido, y aún con desaciertos de corrupción y clientelismo pasó a ser un importante instrumento para construir el poder local.
Todo esto sumó al capital simbólico acumulado desde entonces por Evo Morales y el MAS. Su convocatoria dejó perpleja a la tradición política por no solo ser el primer presidente militantemente indígena de Bolivia y el continente; ligado además a otros movimientos populares como el cocalero, el sindicalismo campesino, obrero, urbano y de juntas vecinales y por tanto enamorar a la izquierda tradicional y a ciertos sectores urbanos cansados de la rutina política. Pero, volvamos atrás. El redescubrimiento de la riqueza cultural de los “pobres indígenas” se dio en Bolivia también a través de las letras y las ideas de novelistas como Jesús Lara —quien fue candidato presidencial del Partido Comunista en 1951— o de Gaby Vallejo —ganadora del Premio Guttentag con su obra “Hijo de opa”— y de cineastas como Jorge Sanjinés —con sus largometrajes mensajeros de nuestra fatalidad.
Desde luego, los propios pueblos originarios, probablemente presionados por el contexto político durante el deterioro del Estado del 52 debido al militarismo, empezaron a reclamar con fuerza sus roles de ciudadanía y de identidad cultural. Y solo al final se añade la eclosión internacional de lo étnico, por la caída de los socialismos históricos de Europa y Asia y arriesgando a que se cayera en el reduccionismo de la etnicidad.
Así pareció ocurrir en Bolivia y otros países del área cuando los gobiernos y agencias internacionales de origen neoliberal empezaron a incorporar lo “multiétnico y pluricultural” en sus respectivas Constituciones, a la par que imponían una globalización económica de estilo neoliberal que tiende a achicar el Estado y a borrar del horizonte la problemática de clases. Ahí nació la distinción que muchos empezaron a usar entre “el indio permitido” (normado y tutelado por el Estado) y “el indio alzado” (rebelde y revolucionario, al que la sociedad dominante ya no toleraría).
Tiempos, se diría, cruciales
Tiempos nuevos, difíciles si lo popular o lo nacional - popular impulsado por lo que fue la Revolución Nacional está presente en la construcción de las identidades de muchos sectores mestizos que en su momento no se adhirieron al MNR, que se sienten sin embargo nacionales o nacional – populares y no niegan o rechazan su pasado campesino o indígena. Y claro, nada más paradigmático que la participación de estos sectores en la política.
Su más fiel exponente, Max Fernández, fundó Unidad Cívica Solidaridad (UCS) y formó parte de varios gobiernos nacionales como prueba de la apertura del sistema político a otros actores sociales que indudablemente marcaron no solo las tendencias y la manera de ser, sino la de elegir y ser elegido. Desde una vertiente no muy lejana llega la voz, el mensaje y la exclusiva manera de hacer comunicación y política del compadre Carlos Palenque, el cholo cantor y representante de los migrantes que se asentaron en la sede del gobierno.
Si en 1994 se reformó la Constitución para reconocer al Estado como pluriétnico y multicultural, ahora los signos de los tiempos imponen el reto de la construcción de la interculturidad. Pero ese porvenir “pluri” no se puede recorrer por caminos monoculturales, de negación de la diversidad, sino por el camino de la asimilación del mosaico de mezclas que existen en Bolivia. La interculturalidad no se puede construir sobre la base de una cultura en particular, sino sobre el respeto de la otredad y el reconocimiento del otro. Si en el pasado se discriminó al indígena, en el presente no se debe borrar ni discriminar al mestizo. El desafío del presente es que haya espacio y respeto para todos. Si la Revolución Nacional quiso imponer un modelo cultural homogéneamente mestizo, el presente y el futuro deben reivindicar la mezcla; el mestizaje que no implica borrar el pasado, sino reconocer los cambios, las mutaciones y la construcción de identidades plurales para beneficio de todos •
* Diana González O. es miembro de la Sociedad Geográfica y de Historia Sucre (SGHS).