¿Woke o no-woke? El “botón” del odio en las redes
Segunda parte del artículo “Trump y Milei, amados y odiados por igual” (revista ECOS, de CORREO DEL SUR y El Potosí, 02/03/2025)
“No nos une el amor sino el espanto; / será por eso que la quiero tanto”, cierra Jorge Luis Borges un poema sobre Buenos Aires. En el mundo del “todos contra todos” de hoy, parafraseando al escritor argentino, no nos une el amor, sino el odio. Esto es la guerra misma. Así estamos.
Pero no se trata de una guerra de armas convencionales, ni químicas, ni nucleares; tampoco de una guerra comercial, de esas que disfrutan ejecutar ahora los presidentes del Primer Mundo. No, esta es una guerra cultural, de unos seres humanos contra otros seres humanos divididos en tribus, a veces, sin nombre. Basta con su pensamiento sectario para existir. Y con odiar, requisito imprescindible: abominar de las ideas diferentes.
Es, en todo caso, una guerra que crece de forma exponencial en las redes sociales, donde cada milésima de segundo se producen millones de discusiones encolarizadas. Esto contribuye a la nueva división de la humanidad. Las banderas y las fronteras físicas han pasado a la historia. Ahora, las diferencias se saldan o se profundizan en el etéreo terreno de lo digital. Así estamos.
El entusiasmo político
Después de años de lecciones morales que amenazaban con una “cancelación” social, en el mundo occidental se ha desatado una guerra de baja intensidad contra el ‘wokismo’, ideología que tiene al mundo aún más polarizado bajo un fuego cruzado de discursos de odio.
Los presidentes de Estados Unidos y de Argentina, de tendencia ideológica nacionalista el primero y libertario el segundo, entre otras coincidencias políticas, aluden permanemente a este tema como parte de una agenda compartida ‘anti-woke’.
Donald Trump, 28 de febrero, apertura de sesiones del Congreso: “Lo woke es problemático. Lo woke es malo”. Defiende su prohibición de que deportistas trans participen en competencias femeninas en EEUU; pide que se penalicen los cambios de sexo en niños “y acabe para siempre con la mentira de que cualquier niño está atrapado en el cuerpo equivocado”; cuestiona una millonaria promoción para el colectivo LGBTQI+ “en la nación africana de Lesoto, de la que nadie ha oído hablar”; y sentencia que su país “ya no será progresista”, ya no será woke.
Javier Milei, 1 de febrero, Foro de Davos: “Nuestra batalla no está ganada, que si bien la esperanza ha renacido, es nuestro deber moral y nuestra responsabilidad histórica desmantelar el edificio ideológico del wokismo enfermizo”. Otra: “El wokismo es el resultado de la inversión de los valores occidentales, cada uno de los pilares de nuestra civilización fue cambiado por una versión distorsionada de sí mismo mediante la introducción de diversos mecanismos de su versión cultural”. Al definir al wokismo como un “régimen de pensamiento único”, sentencia: “feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros, son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles”.
En nombre del conservadurismo
A la ideología woke se contraponen los valores conservadores que defienden Trump, Milei y otros líderes mundiales como Giorgia Meloni (Italia), Víktor Orbán (Hungría), Marine Le Pen (Francia), Alice Weidel (Alemania), Benjamin Netanyahu (Israel), Jair Bolsonaro (Brasil) o Nayib Bukele (El Salvador). Todos de una tendencia que avanza con fuerza; se potencian unos con otros mediante discursos estimulantes desde el punto de vista moral.
Para el análisis comunicacional y político, lo interesante de esta clase de líderes es que tienen en común no solo su mensaje contra el wokismo, sino el tono que utilizan a la hora de abordar este asunto. Al enfatizar en que su pensamiento se contrapone diametralmente al de quienes defienden lo woke —de modo que rayan la cancha para colocar de un lado a los “buenos” y del otro a los “malos”—, descalifican con vehemencia a los “malos” wokistas.
Más allá de toda apreciación sobre el fondo de lo que defienden los sectores progresistas, la persecución es clara. Y la estrategia, también: antagonizar, polarizar instalando en la sociedad la lógica primaria ‘amigo-enemigo’. Puede sonar paradójico, pero exactamente lo mismo hicieron, durante años, populistas de izquierda como Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y los Kirchner (Argentina), por citar algunos de los miembros del Socialismo del Siglo XXI.
Manipulación informativa
El problema de la manipulación informativa y la difusión de noticias falsas (‘fake news’) es otra realidad palpable en el mundo hipertecnologizado de hoy. A partir de la apertura de canales privados en internet (cuentas en YouTube y en TikTok, principalmente), en el marco de la denominada “democratización de la comunicación”, al no ser esta ya una actividad exclusiva de los medios de información tradicionales (radio, prensa y televisión), se han multiplicado las chances de que personas o nuevos medios, públicos o privados, con intereses impredecibles, distorsionen los hechos, y que su hazaña tenga un alcance masivo gracias a la red de redes.
El dilema woke no está al margen de este fenómeno. En la “batalla cultural” planteada por ideólogos, teóricos y divulgadores del libertarismo de Milei, básicamente por Agustín Laje y Nicolás Márquez (autores del best-seller ‘El libro negro de la nueva izquierda’), se demoniza constantemente el movimiento woke, como cuando denuncian un supuesto “adoctrinamiento de niños” o su “sexualización” en clases escolares de educación sexual integral.
Para el efecto, a menudo, apelan a fórmulas ya clásicas de las mejores teorías de la conspiración. Marcelo Longobardi fue uno de los que observó que Laje, en su ‘Globalismo’, denuncia “mecanismos de dominación global para controlar a los seres humanos”. Según el agudo periodista argentino, este escritor cercano a Milei adjudica en su libro esa maquiavélica maniobra a unos “ingenieros sociales camuflados en organismos internacionales, en las ONG y, por supuesto, en algunas empresas”. El propósito no es otro que el de “promover la inmoralidad”, de acuerdo con la tesis de Laje resumida por su compatriota Longobardi, “pervirtiendo los valores occidentales y cristianos”.
Las redes sociales son un buen ejemplo de cuánto se ha polarizado el mundo entre quienes aplauden la ventaja política conseguida en el último tiempo por los liderazgos con rasgos autoritarios y quienes abominan de ellos; curiosamente, unos y otros alternando en el lado izquierdo o derecho del espectro ideológico clásico. Es difícil que lo acepten, pero unos y otros también se parecen en el despotismo de sus liderazgos —de características mesiánicas— y en su obstinación por alejarse de los principios del republicanismo democrático.
El botón del odio, un arma
Longobardi, aludiendo a uno de los temas del más reciente superventas de Yuval Noah Harari, ‘Nexus’, dice en uno de sus programas de YouTube que “las redes sociales —y los algoritmos— usan el odio para atraer la atención de la gente, sustituyendo a las noticias (…)”.
En realidad, refiere a un interesante artículo publicado por el escritor israelí el pasado 16 de septiembre en Infobae y que lleva por título esta sentencia (de Harari): “Los algoritmos de las grandes plataformas difunden de forma deliberada ‘fake news’ y teorías de la conspiración”.
Esa es una batalla inherente a otra: la política, que impulsan líderes carismáticos —de izquierda y de derecha— con la (mala) intención de retorcer temas sensibles para llevar agua a su molino. Estos paladines de la nueva democracia también se valen de los algoritmos —en tanto mecanismos de inteligencia artificial— y, enfocando sus equipos de comunicación cada vez más a las redes, publican información falsa. No solo eso: utilizan el odio para captar adeptos.
Como dice Harari cuando alude a la cuestión de la IA, citado en la nota de Infobae: “‘…la manera más fácil de captar la atención humana es pulsar el botón del odio o del miedo o de la rabia en la mente de la gente’. Ante esto, ‘de forma deliberada difunden fake news y teorías de la conspiración’, lo que hace que la gente no solo se implique, sino que además ‘envíen el link a sus amigos’”. Es decir, extrapolando la idea que tiene el autor de Nexus sobre los algoritmos a la cuestión de que trata este artículo, cuando un usuario adopta como suyo o adhiere a un planteamiento (ya sea engañoso, conspiranoico o simplemente cargado de odio) del líder populista, al punto de que lo comparte en sus redes sociales, donde tiene miles o millones de seguidores, el siniestro objetivo político se habrá cumplido a cabalidad.
El final
Ni la izquierda ni la derecha podrían presumir de tener la propiedad intelectual, el ‘copyright’ del odio político. No se necesita mucha ciencia para notar en el lenguaje de los liderazgos al uso —y en el de los usuarios de las redes que reproducen su mensaje virulento— una “retórica del temor” (*), lo que se conoce como “discurso de odio”.
A base de exageraciones, tergiversaciones o, directamente, mentiras, con facundia levantan, byte a byte en internet, una torre de Babel. Pasó antes con los voceros del socialismo veintiunero, hoy venido a menos; pasa ahora con los adalides del neopopulismo de derecha.
La polarización tiene alcances globales y antecedentes suficientes como para pensar en que se ha constituido ya en una estrategia política con probados éxitos en materia electoral. No debería sorprender, pero sí ser objeto de análisis y preocupación.
* “(…) Por otra parte, algunos de los principales referentes del análisis del discurso contemporáneo, tanto de la línea francesa como del análisis crítico del discurso, han realizado estudios relevantes sobre el discurso populista. En estos se ha identificado una construcción discursiva específica y una puesta en escena performativa que remarca la catástrofe y victimiza al pueblo, busca culpables del mal y chivos expiatorios, exalta ciertos valores (la tradición o la soberanía del pueblo, por ejemplo) y los encarna en algún líder carismático y providencial (Charaudeau 2009). Asimismo, en el caso del populismo de derecha, se han descrito estrategias discursivas típicas: cierta construcción retórica del temor mediante amenazas imaginarias; la búsqueda de chivos expiatorios (las élites o los foráneos) responsabilizados de todos los males y la apelación a la seguridad; la invocación de estereotipos identitarios y excluyentes; la provocación constante y la producción mediática de escándalos; la escenificación mediática del carisma y la cercanía; además, el antiintelectualismo y la apelación arrogante al sentido común (Wodak 2015)” (“Discurso populista y ‘nueva derecha’: el Partido Republicano chileno”, de Juan Antonio González de Requena Farré y Claudio Riveros Ferrada. Tomado de: https://journals.openedition.org/colombiaint/27245) •
Wokismo
Woke: Tiempo pasado del verbo ‘wake’ (despertar), estar alerta para identificar las injusticias sociales. Surgió en los años 60 en la comunidad afroamericana y décadas más tarde se amplió como reivindicación de derechos de otros colectivos: feministas, Lgtbiq+, ecologismo.
2017: El Diccionario Oxford de inglés señala que, a mediados del siglo XX, el término woke se extrapola a “ser consciente o bien informado política o culturalmente”; y que se usa también peyorativamente para calificar un “estado de alerta doctrinario fanático o pernicioso”.
Dos sentidos: Entonces, puede tener un sentido positivo (lucha contra el racismo, por ejemplo, usado por el progresismo o la izquierda) o negativo (como insulto, empleado por el conservadurismo o ultraconservadurismo, de derecha, que ve que ser woke es creerse moralmente superior y querer imponer ideas ‘progres’ a los demás).
“Cultura de la cancelación” y wokismo como “desprecio de la verdad”
“El wokismo, la ‘cultura de la cancelación’ muchos piensan que es revolucionaria, de izquierda, pero no. Es lo más reaccionario que hay...”, dice José Luis Trueba Lara, escritor, periodista, editor, profesor e investigador universitario mexicano, en el programa ‘Qué tal Fernanda’ de Imagen Radio (se lo puede ver en YouTube), entrevistado por Emilio Vallesvidrio.
Hablan de la cultura o ideología ‘woke’, un tema peliagudo: “Hoy nadie se atreve a usar la palabra ‘negro’ para referirse, perdón que lo diga, a un negro”; pero, “nadie puede negar que la realidad existe: el negro no puedo negar que tiene la piel negra”, denuncia Trueba.
De inicio, explica su posición recordando que entre el siglo XVII y finales del siglo XX, el concepto de ‘humanidad’ era fundamental. Pero, “de pronto esta humanidad, que a todos nos incluía, se rasgó, se rompió y nacieron tribus, tribus profundamente virulentas, profundamente violentas. Entonces, había tribus que defendían ciertas causas: Estar en contra del racismo, en contra de las agresiones a las mujeres, a favor de la ecología... escoge tu causa, incluye perros, gatos, canarios, caimanes; todo lo que quieras puede ser una causa. El único problema era que mientras más fuerte y más virulenta se hacía la tribu que defendía esa causa, menos le importaba la humanidad”.
“Cuando nosotros negamos la humanidad, y negamos todo el conocimiento creado por la humanidad para crear medicina y todo esto; y cuando de pilón queremos arreglar el pasado... Mi abuela lo decía muy feo, pero muy claro: ‘Te estás haciendo fuera de la bacinica’. Y te estás haciendo fuera de la bacinica porque no puedes arreglar el pasado aunque derribes una estatua (en referencia a las protestas contra el colonialismo registradas en algunos países)”.
“Porque —resume Trueba— no puedes renegar de la historia; es decir, yo estoy vivo gracias a la ciencia colonialista (...)”.
“No quiere la verdad”
“El feminismo radical dice que Dios es patriarcal porque es varón; entonces, hay todo un movimiento para reivindicar a todas las deidades femeninas y de la Luna (...); tú te puedes inventar lo que quieras, porque, ojo, a ti, como woke, la verdad no te importa. Te importa lo mismo que una hoja de papel de baño y le das el mismo uso que a una hoja de papel de baño”, dice Trueba, que ha recibido numeroso apoyo en el video en cuestión.
Después, justifica su convencimiento de que “el wokista no quiere la verdad” porque “no se da cuenta de que protesta en inglés contra los ingleses, que es gringo y proteste contra los gringos, que trae (zapatillas) Nike y proteste contra la globalización, etc.”.
Dice que “no solo no se da cuenta de esto, sino que —y eso es lo más terrible— es capaz de hacer el mal, y justifica el mal pensando que lo hace bien. Es decir, para muchos grupos wokistas, tú, yo y muchas de las personas que nos están oyendo, mereceríamos la muerte porque somos menos que humanos, porque somos lo que ellos no son”.
En su criterio, los wokistas “están en contra de la humanidad, de esta idea que nos incluía a todos; ojo, no estoy diciendo —y eso quiero que quede muy claro— que la idea de la humanidad evitaba horrores. No, no, no: las mujeres golpeadas, los campos de concentración, también pertenecen a la modernidad. Pero estábamos seguros de que eso era un error, no porque afectara a alguien, no porque afectara a una secta, sino porque afectara a la humanidad. Decir: ‘los campos de concentración era un crimen de lesa humanidad’”.
Finalmente, sentencia: “Si te pones en este mundo desgarrado, en este mundo brutal del wokismo, la humanidad ya no importa. Importa mi causa, importa lo que creo, y desprecio de la verdad”.