Tumusla: Indudablemente batalla
Entre el 30 de marzo y 1 de abril de 1825 ocurrieron acciones de armas en Escara, Vitichi y Tumusla, todas en la región de Chichas del departamento de Potosí, que remataron en una batalla que ocurrió en las últimas fecha y lugar mencionados.
Entre el 30 de marzo y 1 de abril de 1825 ocurrieron acciones de armas en Escara, Vitichi y Tumusla, todas en la región de Chichas del departamento de Potosí, que remataron en una batalla que ocurrió en las últimas fecha y lugar mencionados. Hago esta afirmación al terminar un largo estudio que comenzó en 2016 y termina en este, que es el año del bicentenario de la declaración de independencia de las provincias de Charcas, hoy Bolivia. Debo agregar, en este enunciado inicial, que mi afirmación no es parte de un discurso, ni se basa en apreciaciones ajenas: es la conclusión a la que llego luego de haber identificado más de 250 conjuntos de pruebas documentales.
Estoy anticipando los resultados de la investigación debido a una circunstancia sobreviniente: hace una semana, en las páginas 8 y 9 de esta revista (ECOS No. 702, 16 de marzo de 2025), el investigador Hugo Canedo Gutiérrez publicó un artículo que tituló con una pregunta, “Tumusla: ¿Batalla o motín?” y, citando los testimonios de cuatro militares realistas que participaron en el hecho de armas, respondió él mismo al señalar que “ninguno de los cuatro oficiales españoles protagonistas en la acción de Tumusla menciona que fue una batalla; por consiguiente, podemos afirmar con la documentación presentada que Tumusla tuvo todas las características de un amotinamiento (rebelión, sedición, insurrección y sublevación)”.
Debo señalar que no conozco a don Hugo Canedo, pero se ha ganado mi respeto. Lo considero un investigador competente, tanto que lo uso como fuente en el libro “Tumusla: la batalla innegable” que presentaré al conmemorar el bicentenario de ese episodio histórico. Es más… debo decir que fue Canedo quien encontró las listas de los integrantes del Batallón Cazadores de la Victoria, que era comandado por el entonces coronel Carlos Medinaceli Lizarazu, en el fondo Tribunal Nacional de Cuentas del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB). Reconozco ese mérito y lo incluyo en mi libro.
Pero, así como reconozco los méritos, virtudes y talentos de Canedo, lamento que se haya adscrito a la corriente de negacionistas que, si bien admiten la veracidad de la Batalla de Tumusla, quieren degradarla a un simple motín o, como publicó nuestro investigador, “rebelión, sedición, insurrección y sublevación”. Mi lamentación se justifica por el hecho de que, en esta parte, don Hugo está muy equivocado y a continuación resumiré algunas de las razones que esgrimo en mi libro.
Errores
El primer error de Canedo es limitar su apreciación de los hechos que rodean a la acción de Tumusla al significado que una enciclopedia (ABNB. Espasa Calpe S.A. Madrid. Pág. 1.136) le dio en 1929 al femenino “batalla”: “La general y decisiva entre dos ejércitos completos en un terreno que puede abrazarse el conjunto de las maniobras que se ejecutan. Por consiguiente, las batallas son enfrentamientos organizados y generalmente de gran escala entre fuerzas militares opuestas, que forman parte de una guerra o conflicto más amplio”. En 1929 ya había pasado más de un siglo de los hechos de Tumusla y los significados habían variado, tanto en lo gramatical como en lo militar.
Para entender cómo veían los militares y combatientes de 1825 a una “batalla” o “motín”, yo tomé como referencia dos diccionarios militares: el “Diccionario Militar o recopilación alfabética de todos los términos propios al Arte de la Guerra” que Raymundo Sanz publicó en 1794 y el “Diccionario Militar Portátil o recopilación alfabética de todos los términos propios de las ciencias militares”, de José Fernández Mancheño, publicado en 1822. En ninguno de estos libros aparece la palabra “motín” por una razón: esa acción era considerada tan deshonrosa que podía manchar un glosario de términos militares, aunque Fernández sí lo hace, pero como sinónimo de conmoción y tumulto. En este último caso, lo define como “alboroto, confusión popular o militar que conspira contra su superior”.
Para los militares de 1825, un motín era un acto simplemente repugnante y quienes lo cometían eran considerados indignos. En el caso de Tumusla, si Antonio José de Sucre hubiera creído que eso fue un motín, ni siquiera se habría dirigido a Medinaceli y tal vez habría cargado sus fuerzas contra él, pero, en lugar de eso, le envió dos cartas de felicitación, en fechas 3 y 13 de abril. Aclaro que estas cartas forman parte del Archivo de Sucre, con autenticidad certificada por la Fundación Vicente Lecuna, de Venezuela, y no son parte de las que figuran en el legajo de 14 documentos que han sido calificados como falsificaciones.
El Archivo de Sucre es una gran fuente de información sobre la Batalla de Tumusla porque en este se puede encontrar hasta 96 cartas del gran mariscal de Ayacucho directamente vinculadas con Tumusla. Un motín no tiene esos efectos.
Por todo lo que leí de él, al parecer don Hugo no revisó el Archivo de Sucre, que hay que cruzar con las cartas del Libertador para tener un panorama completo sobre el papel de Medinaceli y el efecto que tuvo la Batalla de Tumusla, nada más y nada menos que la liberación del Alto Perú, hoy Bolivia.
Documentos
En su artículo, Canedo cita a cuatro oficiales españoles —Rufino Vercolme, Pedro Iraseburu, José Rodrigo del Villar y un coronel Santibáñez— que dirigieron cartas a Sucre, pidiéndole que haga cumplir los términos de la Capitulación de Tumusla y ordene que les entreguen la mitad de su paga para que puedan volver a España. Afirma que en ninguna pieza de los documentos de estos se hace referencia a la acción de Tumusla como batalla.
En contrapartida, debe enterarse que el investigador Eduardo Díaz-Romero ha encontrado documentación de otros cuatro oficiales españoles que armaron sus hojas de servicios para solicitar su reincorporación al ejército real, ya en la península: el teniente coronel Miguel Elías de Lebrançon y Martín, el capitán de caballería Miguel de Conde y Martínez, el teniente coronel Ángel Hevia y Padilla y el teniente coronel Gaspar Olañeta que fue nada menos que hermano de Pedro Antonio. Díaz-Romero encontró las hojas de servicio en el Archivo General Militar de Segovia y tuvo la gentileza de facilitármelas para mi libro. En todos esos expedientes, el suceso del 1 de abril de 1825 aparece nombrado como “Batalla de Tumusla”.
Y aquí hay un detalle que Canedo pasa por alto: los ocho oficiales realistas que volvieron a España son capitulados; es decir, se adscribieron a los términos de una capitulación, porque, luego de Tumusla, se labró ese acuerdo de voluntades entre fuerzas combatientes. Y aquí debo poner en mayúsculas una verdad de Perogrullo que muchos investigadores se resisten a aceptar: NO SE LABRA CAPITULACIÓN POR UN MOTÍN, porque el motín es deshonroso para los militares.
Finalizo con apuntes claves sobre los que abundo en mi libro: la acción de Tumusla no pudo ser un motín porque las cartas de Medinaceli a Olañeta escritas el 30 y 31 de marzo, el parte oficial de la batalla, presentado a José María Pérez de Urdininea, y otra carta a este último, señalan que los hechos de armas comenzaron con escarceos en Escara, pero, en fecha 31 de marzo, soldados de Pedro Antonio de Olañeta tomaron preso a un militar de Medinaceli, Leandro Miranda. Eso quiere decir que no fueron los chicheños quienes rompieron las hostilidades, sino los realistas. Ellos abrieron fuego y los soldados de Medinaceli debieron responder y se desató una batalla: Esa es la prueba contundente de que no hubo motín.
* Cronista de ECOS, fundador de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP) y autor del libro “Tumusla: la batalla innegable”.