La puerta al infierno

A solo cinco kilómetros de Potosí, en el camino hacia Oruro, está una quebrada misteriosa, una parte del camino que se angosta y, a partir de la colonia, se convirtió en un lugar de miedo, tanto que, para los nativos sometidos a la mita, era el equivalente a la puerta hacia la muerte…

Tomás Katari es tomado preso en Chuquisaca.

Tomás Katari es tomado preso en Chuquisaca. Foto: Juan José Toro Montoya

Comienzan los grandes levantamientos indígenas.

Comienzan los grandes levantamientos indígenas.


    Juan José Toro Montoya
    Ecos / 02/09/2025 03:05

    A solo cinco kilómetros de Potosí, en el camino hacia Oruro, está una quebrada misteriosa, una parte del camino que se angosta y, a partir de la colonia, se convirtió en un lugar de miedo, tanto que, para los nativos sometidos a la mita, era el equivalente a la puerta hacia la muerte… o un destino peor. 

    Pero no siempre fue así.

    En el periodo prehispánico e, incluso, antes de la invasión incaica, cuando floreció la cultura qaraqara, ese era un lugar de culto, la puerta de ingreso hacia un espacio mayor, no solo en tamaño sino en significado: un gigantesco adoratorio al aire libre en el que, en una homologación a un altar mayor, estaba la deidad principal, la waka p’utuxi: el Cerro de Potosí.

    Ya en tiempos de los incas, la quebrada se llamaba Mullu Punqu, o puerta del mullu, puesto que, al pasar por allí, se dejaba spondylus o conchas marinas que en quechua recién el nombre de mullus. En una búsqueda más o menos minuciosa todavía se puede encontrar restos de esas piezas por el lugar.

    Pero los españoles descalificaron el culto de los naturales y los extirpadores de cultos sentenciaron que el adorado era el diablo. Eso dio lugar a la colocación, en el lugar, de la imagen de San Bartolomé, al que se le atribuía la capacidad de derrotar a los demonios. Entonces comenzó a cambiar el nombre del sitio pues los españoles le decían “La Angostura”, “quebrada de San Bartolomé” y, finalmente, “cueva del diablo”      

    Ya en el siglo XXI, investigadores como Pascale Absi, Pablo José Cruz y Sergio Fidel realizaron sendos trabajos de campo en el lugar, recogieron testimonios y extendieron su investigación a los archivos. El resultado de su labor fueron dos artículos que se publicaron en revistas académicas de Francia y Bolivia. En el caso de nuestro país, los trabajos fueron “¿Y entonces dónde estaban los indios? La ocupación de Potosí antes de la llegada de los españoles” (Cruz y Fidel) y “La puerta de la Wak’a de Potosí se abrió al infierno, la quebrada de San Bartolomé” (Absi y Cruz), publicados en los números 11 (2005) y 12 (2006), respectivamente, del Anuario de Estudios Bolivianos, Archivísticos y Bibliográficos del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB). 

    En el primer trabajo, los autores demuestran que el lugar donde hoy está el municipio de Potosí estuvo ocupado por qaraqaras e incluso se levanta una relación de los poblados, incluyendo su ubicación: Chullpaloma Bajo, Chullpaloma Alto, Cerro Chullpaloma, Juku Huachana, Huayraq’asa y Khari Khari.

    Pero en lo que interesa para este trabajo, Cruz y Fidel apuntan que “por su importancia y su perennidad, la Quebrada de San Bartolomé es el lugar de culto más importante registrado, se inscribe no obstante en una red de sitios de culto que dibujan una verdadera geografía sagrada prehispánica en torno al Cerro Rico”.  

    El segundo trabajo es más específico no solo respecto al carácter ceremonial de la quebrada, sino el miedo que llegó a inspirar, primero por los relatos de los jesuitas que inventaron que allí moraba el diablo, pero este fue derrotado por San Bartolomé luego de que estos religiosos entronizaron su imagen en el lugar.

    Absi y Cruz todavía encontraron versiones sobrenaturales que les refirieron sus entrevistados para su investigación sobre Mullu Punqu. Por todo lo que pudieron colectar, los habitantes de La Puerta y sus alrededores, e incluso los de Potosí, ven a aquel lugar como algo misterioso, incluso maligno, donde ocurren desgracias o hechos fuera de toda explicación. Es más… todavía persiste la creencia de que la cueva es el acceso hacia otros lugares: “un pasadizo hacia otros espacios: las minas del Cerro Rico, el santuario de Manquiri, el mismo infierno, o la cumbre del cerro Condoriri situado a una decena de kilómetros”.

    Existen decenas de versiones sobre supuestos sucesos extraños, incluyendo la desaparición de todo un regimiento en las cuevas del lugar. Y es que los reportes apuntan que en la quebrada y sus alrededores existieron una red de cuevas que actualmente están ocultas a los ojos de la gente, como si hubieran sido tapadas a propósito, quizás por evitar que sigan usándose como adoratorio y, posteriormente, un lugar para prácticas de otro tipo. Solo quedan en el lugar un par de oquedades, una al nivel del río al que la Corporación Minera de Bolivia le ha puesto una reja y otra más alta que ha sido tapada con ladrillo y rematada con otra reja. En ambos lugares se habrían puesto imágenes de santos católicos a manera de conjuro contra los supuestos diablos.

    Puerta a la muerte

    En su “Mineros de la montaña roja”, Peter Bakewell confirmó que el virrey Francisco de Toledo echó a andar el sistema de reclutamiento forzoso de mano de obra indígena denominado “mita” desde fines de 1572. Debido a la gran demanda de las minas del Cerro Rico, los porcentajes de indios reclutados siempre eran mayores a lo establecido y llegaron el extremo de despoblar varios lugares, tanto por la cantidad de hombres que se llevaba a la mita como por la de personas en edad de servir que escapaban para no ser obligados a ir a las minas. “Aora los pueblos se an quedado asolados que aunque ay algunos donde noay un solo indio que pueda yr a las minas”, dice un manuscrito de fines del siglo XVII que encontré en la Biblioteca Nacional de España y suya signatura es BNE: MS 3042. Según ese documento, cuando un hombre llegaba a la edad de servir en la mita, en su familia lo despedían con llanto, como si le hubiera llegado la hora de la muerte.

    Entre los ayllus obligados a la mita estaban los del norte de Potosí. Allí, los indios debían concentrarse en fechas previamente señaladas en lugares clave como Macha y Pocoata, de especial importancia para los qaraqara, y de allí se los llevaba hasta el Cerro Rico de Potosí. Debían pasar por Mullu Punqu, ya convertida en “la cueva del diablo”, así que, por una parte, se sometían a un rito que, según Thérèse Bouysse-Cassagne, era concebida con códigos prehispánicos: “los mineros al salir de sus respectivas comarcas, se postraban delante de los montes y apachetas, y dirigían sus suplicas a los montes que cruzaban en el camino durante el trayecto que los conducía hasta la mina que iban a labrar”. Pero no solo estaban yendo a trabajar la mina sino, por las condiciones insalubres y de extrema inseguridad en el Cerro Rico, muchos, la mayoría, estaban yendo a morir. Eso debía pesar en su ánimo al llegar hasta “la cueva del diablo” e impresionarse por su angostura y la fuerte carga espiritual del lugar: estaban pasando por la puerta a la muerte… o al infierno del que les hablaban los sacerdotes españoles.      

    Absi y Cruz agregan que “en el período colonial, la concentración de salida de los indios del Norte Potosí en su viaje hacia la mita minera estaba fijada precisamente el día de San Bartolomé. Todavía en los años 1980, los ayllus de Pocoata conmemoraban, cada 24 de agosto, la partida de sus ancestros hacia el Cerro Rico. (Tristan) Platt relata cómo en esta ocasión, el segundo mayor del ayllu Aransaya, montado en mula, encarnaba el mitayo. El nombre de ch’utillo dado a su poncho ceremonial confirma la relación con sus homónimos, los famosos ch’utillos que, hasta hace algunos años, eran los personajes emblemáticos de la fiesta de San Bartolomé; algunos de ellos se vestían de mitayo”.

    Entonces, tenemos que un poncho ceremonial se llamaba “Ch’utillo” y que los “Ch’utillos” se vestían de mitayo: existe relación directa. 

    La gran rebelión

    Para hay más conexiones entre Mullu Punqu, San Bartolomé y el reclutamiento forzoso de indios para las minas del Cerro Rico: los españoles habían fijado al 24 de agosto no solo para el envío de indios a la mita desde las poblaciones del norte potosino sino, también, para la recaudación de tributos. El dato coincide no solo con los de Platt sino también con los de otros historiadores como Silvia Arze, Magdalena Cajías, Ximena Medinacelli, Ricardo Asebey, Claudio Mamani y María Luisa Soux.

    Enviar a los suyos a una muerte segura y pagar impuestos. Los españoles entendieron que era mejor fijar todas las obligaciones para una fecha y aplacar sus obvios efectos negativos entre los indios con una conmemoración, de preferencia católica, porque, así, se cumplía otro de los propósitos de los invasores, la evangelización. Esa pudo ser una de las razones para elegir al 24 de agosto, día de San Bartolomé. Todavía hoy, la fiesta es una de las más importantes del norte potosino y se celebra particularmente en Colquechaca.

    Cajías apunta que el pago de tributos fue una de las razones que precipitó los alzamientos del siglo XVIII. “Después de la minería, el segundo ingreso en importancia cuantitativa fue el tributo indígena, establecido, como ya se vio, en el siglo XVI, como parte de las obligaciones de los indios”.

    Los conflictos comenzaron en 1777. Asebey et al afirman que “oara esa fecha, los indígenas de Macha se hallaban agobiados por la mita, el tributo, la escasez de tierras, las deudas por el reparto forzoso de mercancías y, para finalizar, la intromisión de un cacique impuesto por el corregidor”.

    El cacique era Blas Bernal, un mestizo que declaró menos indios de los que en realidad había en Macha así que se quedó con el excedente no declarado. “Esto fue conocido por los indios quienes, tomando una acción en contra de este personaje, entregaron el padrón de indios que ellos habían confeccionado directamente a las Cajas Reales, demostrando un 40% más de lo reportado y, de esta forma, más tributos para el Rey”.

    Con el fin de evitar más abusos, los tributarios de Macha lograron que la Audiencia de Charcas nombre recaudador de tributos a uno de los suyos, Tomás Katari, a quien poco después se reconoció como cacique.

    Pero el corregidor Alós no estaba dispuesto a acatar las determinaciones de la Audiencia. “Estas diligencias fueron presentadas al Corregidor Joaquín Alós quien, cumpliendo su amenaza, decomisó estas diligencias y castigó a sus gestores de forma por demás cruel, torturándolos en la plaza del pueblo y luego encarcelándolos”.

    El resto es historia conocida: “Tomás Katari e Isidro Acho, a finales de 1778, tomaron la decisión de trasladarse a pie desde Macha hasta la capital del Virreinato, Buenos Aires, llegando a esta urbe a principios de 1779”. Las autoridades los escucharon y reconocieron el nombramiento de Katari, pero cuando este retornó a Macha, la Audiencia dio marcha atrás y optó por reconocer a Alós.

    Tomás Katari comenzó a ejercer los cargos que le había confirmado el virreinato, pero Alós y Bernal lo encarcelaron incluso dos veces. En la segunda fue trasladado a La Plata. Así llegó agosto de 1780 y, ante la proximidad de la feria de San Bartolomé, en la que se enviaría mitayos a Potosí y se cobraría tributos, Alós se reforzó con 300 hombres armados y así se presentó en Pocoata.

    “Ante tal situación y después de una conversación entre el Corregidor y algunos líderes indígenas, las hostilidades estallaron con el ingreso de los indígenas al pueblo lanzando piedras con sus hondas. Las milicias de Alós no tardaron en responder con un disparo cerrado que mató a decenas de indígenas. Sin embargo, la superioridad numérica de estos prevaleció ante las armas de fuego, tomándose prisionero al mismo Corregidor y matándose a sus acompañantes”.

    A partir de entonces, las sublevaciones surgieron como hongos después de la lluvia. “Las injusticias que los indios soportaban día tras día hizo que en todas las comunidades indígenas del sur de Charcas se levantasen armas a nombre de Tomás Katari”. Hubo levantamientos en San Pedro de Buena Vista y Moscari donde las autoridades fueron ejecutadas. Aunque Katari fue nuevamente detenido y cobardemente asesinado, la sublevación prosiguió encabezada “por sus primos hermanos Dámaso y Nicolás, quienes optarían por acometer contra las fuerzas del Rey e incluso cercar la ciudad de La Plata”.

    En noviembre de 1780, en Tungasuca, provincia de Tinta, cerca del Cuzco, se sublevó José Gabriel Condorcanqui quien, reivindicando su origen inca, adoptó el nombre de Tupaj Amaru II.

    En febrero de 1781, Julián Apaza se levantó en los valles de La Paz y, en alusión a sus inmediatos antecesores, tomó el nombre de Tupaj Katari.

    Todo comenzó el 24 de agosto de 1780 en Pocoata, cuando el sentido oprobioso de la feria de San Bartolomé fue reemplazado con el inicio de los grandes levantamientos indígenas.

     

    * Juan José Toro es cronista de ECOS y fundador de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

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