Entrevista con Jonathan Novoa: Pasión y disciplina en el mundo del boxeo
Jonathan Novoa Muñoz, chileno radicado en Sucre, es un apasionado del deporte que encontró en el boxeo no solo una vocación, sino una herramienta de transformación social.
Jonathan Novoa Muñoz, chileno radicado en Sucre, es un apasionado del deporte que encontró en el boxeo no solo una vocación, sino una herramienta de transformación social. Desde sus inicios, en el karate, hasta convertirse en formador de jóvenes, su historia es un testimonio de disciplina, superación y compromiso con el desarrollo físico y humano de sus alumnos.
¿Cómo nació tu relación con el deporte, y en qué momento el boxeo se convirtió en tu verdadera pasión?
Mi relación con el deporte comenzó cuando tenía entre nueve y diez años. Todo partió viendo los entrenamientos de karate del profesor David Ochar. En ese entonces, no me animaba a participar porque tenía sobrepeso, lo que afectaba mucho mi autoestima. Sin embargo, un día el profesor se me acercó y me dijo que si mejoraba mis notas en el colegio, me dejaría entrenar. Eso fue un punto de inflexión: empecé a esforzarme más en los estudios y a entrenar con disciplina, incluso por mi cuenta, subiendo a los cerros. Con el tiempo, fui ascendiendo de cinturón, ganando seguridad en mí mismo y destacando en los campeonatos. Por mi timidez, muchos no esperaban nada de mí, y cuando salía campeón, siempre era una sorpresa para todos.
Tengo entendido que estudiaste otra carrera en Chile. ¿Qué te hizo dejar ese camino más “tradicional” para dedicarte al mundo del deporte y la enseñanza?
En ese momento aún no dominaba la técnica del karate, pero tenía buen golpe. Empecé a participar en campeonatos de full contact, y fue ahí cuando profesores como los hermanos Picini y Héctor Ferreira me dijeron que tenía potencial en el boxeo. Así llegué al boxeo, donde realmente encontré mi pasión. En ese entorno conocí a personas entrañables, algunos que llegaban para olvidar problemas, otros que venían de contextos difíciles, incluso marcados por las drogas. Aunque al principio a mi familia no le agradaba la idea de que hiciera boxeo, con el tiempo entendieron que este deporte no solo me formaba a mí, sino que tenía el poder de transformar vidas. El boxeo me llenó mucho más; me gustó porque es una disciplina que viene desde abajo. Cuando el alcalde de mi comuna, Patricio Marchant, me propuso abrir un taller, acepté encantado. Comencé enseñando bajo las gradas del teatro de Lota, Chile, y ahí llegaban muchos jóvenes con problemas de alcohol o drogas. El deporte empezó a marcar sus vidas. Dejaban los vicios para entrenar conmigo. Se formaron vínculos, se construyeron personas íntegras, y eso es lo que más me llena de orgullo. Me dolió dejarlos cuando me fui a Cuba.
¿Cómo surgió la oportunidad de ir a Cuba con una beca? ¿Qué significó esa experiencia en tu formación?
La beca surgió cuando terminé una carrera, estaba estudiando Mecánica Industrial. No conocía la convocatoria, pero un amigo, Adner Hernández, cinturón negro, me habló de la oportunidad. Con el apoyo del concejal Vasili Carrillo me animé a postular. Mis padres no estaban convencidos, tenían prejuicios sobre cómo era vivir en Cuba. Sin embargo, persistí. Cumplía con los requisitos por mi rendimiento y disciplina, y tras rendir un examen, me seleccionaron, aunque el proceso fue difícil porque había otros postulantes con menos recursos económicos. Finalmente, logré entrar a la Escuela Internacional de Educación Física y Deportes de La Habana, donde estudié durante cinco años. Apenas llegué, ya quería entrenar. Me gané el respeto de los profesores, quienes entrenaban todos los días a las 5:00. Yo me levantaba a esa hora para estar con ellos, y luego iba a clases desde las 8:00. Mi rutina era entrenar y estudiar todos los días, algo que me encantaba. En Cuba aprendí muchísimo sobre el boxeo, no solo en técnica sino también en su complejidad, su exigencia mental y su capacidad para formar carácter. Participé en eventos internacionales y conocí a maestros increíbles que dejaron una gran huella en mí.
Tu vida personal también está muy ligada al deporte. ¿Cómo ha sido compartir este camino con tu pareja y ahora también con tus hijos?
En Cuba conocí a Patricia Durán Iglesias, boliviana, hoy mi esposa: fue como un knockout en mi vida. Yo estaba recién llegando y ella estaba en su último año. Mantuve el contacto con ella y, con el tiempo, la relación se consolidó. Nos casamos en Chile por lo civil, pero decidimos establecer nuestra vida en Bolivia, específicamente en Sucre, porque sentí que era un lugar más tranquilo y seguro para formar una familia. Actualmente, ejerzo mi profesión como profesor de Educación Física en el colegio Montessori. También soy entrenador de boxeo en el Estadio Patria y en el gimnasio Vista. Además, apoyo a mi esposa en sus clases de gimnasia y colaboro con mi suegro en el área de fútbol. Nuestros hijos también están muy conectados al deporte. Ellos son Leonardo Samuel, que se dedica al fútbol y al futsal; Alexis Ariel es arquero y Estela Beatriz, que practica gimnasia. Gracias a Dios, los tres se destacan en lo que hacen. En especial Leonardo, que está en la selección chuquisaqueña de futsal desde los 11 años.
¿Cuál ha sido el momento más desafiante en tu carrera?
Una de las experiencias más duras ocurrió cuando me invitaron a un campeonato en una academia distinta a la mía. Era el evento de despedida de un deportista que se iba a Argentina y yo participaría en la pelea principal. Al anunciar la pelea, presentaron a mi rival como el claro ganador. A mí me abuchearon. Pero al comenzar el combate, logré ganarle. La reacción del público fue violenta: algunas personas, molestas por el resultado —y probablemente por apuestas—, se subieron al ring a golpearme. Fue un momento duro, pero también me mostró la otra cara del deporte y me reafirmó que la verdadera lucha es la interna.
¿Qué le dirías a un joven que tal vez siente pasión por el deporte, pero no se anima a seguir ese camino?
Les diría que el deporte es algo hermoso. No solo te mantiene saludable, también te aleja de los malos caminos y te da un espacio para desahogarte. Algunos tienen talento, pero el talento se puede perder. La disciplina, en cambio, permanece. Por eso, si sienten pasión por el deporte, que se animen, que se entreguen por completo, y que sepan que siempre habrá personas dispuestas a apoyarlos. Yo mismo estoy dispuesto a contribuir