Almorzando en el restaurante "el germen"
El flaco es uno de los más dignos comensales que pudiera imaginarse toda suegra que gusta del arte de la cocina familiar
ALMORZANDO EN EL RESTAURANTE "EL GERMEN"
El flaco es uno de los más dignos comensales que pudiera imaginarse toda suegra que gusta del arte de la cocina familiar. Es un gran cultor de la comida y de la buena sazón que ha logrado institucionalizar una rutina semanal por los boliches de la ciudad, donde experimenta nuevos sabores o recuerda algunos de los que le impactaron en sus años mozos. Y para que la experiencia semanal no sea aburrida, el flaco galán ha logrado perfeccionar un exquisito modus operandi en el que combina una buena mesa con una buena pareja.
Y aunque en una mayoría de las ocasiones él es quien traza delicadamente sus planes de mesa y cama, existen otras oportunidades en la que sus amigas le invitan a saborear distintos menús de la cocina internacional, de la comida vernacular criolla o alguna que otra delicatessen. Esta fue la manera en la que el chompa roja retornó después de varios años al restaurante café “El Germen”, un lugar singular que acoge confortablemente a jóvenes y no tan jóvenes. La Alejandra, la nena de turno, la jovencilla que anda cuidando su silueta con largas horas de gimnasio y rigurosas dietas, fue la que invitó al flaco a probar un exquisito menú vegetariano en su sitio favorito.
“El Germen” es un coqueto restaurante café ubicado en pleno centro de la ciudad, que acoge a comensales que han hecho del cuidado de su salud y de su alimentación un hábito de vida.
Aunque actualmente no es el único restaurante vegetariano de la Capital, comenzó siéndolo hace ya varios años, por iniciativa de la señora María Watteroth y su esposo Augusto Barrón.
El restaurante ha logrado vencer la barrera del tiempo y actualmente ya es una segunda generación de la familia Barrón la que se ocupa de mimar a los cultores del buen sabor de la comida vegetariana en Sucre.
La Alejandra estaba loca por entrar a esos concursos de belleza a los que en su época de adolescente no había podido clasificar por exceso de placer culinario. Así que como a veces suele dar viruela en la vejez, la flaca había cambiado de estilo de vida: paraba en el gimnasio, se volvió vegetariana –no vegana–, consumía poco alcohol, le había puesto tres cruces a las papas fritas, a la Coca Cola, a los chocolates y los quesos, en fin era una nueva persona saludable y hasta desbordaba energía.
Demás está decir que con tanto trabajo y tantas prohibiciones, la flaca había logrado trabajar un vientre plano, una cinturita de avispa, una curvita por aquí, otra curvota por allá. En resumen estaba soberbia, todo en su cuerpo se había vuelto a acomodar en su lugar, no le sobraba nada –como antes–. El chompa roja no tardó en percatarse de aquello y en medio del singular almuerzo aprovechó para lanzar su anzuelo.
Llegaron a mediodía y eligieron una mesa ubicada al fondo del salón, en una esquina donde podían conversar más íntimamente. El almuerzo del día era una suculenta cazuela de maní y de segundo un nutritivo strudel, una suerte de pastel sin carne y con varios vegetales hábilmente amalgamados. El postre era otra delicia consistente en plátanos y piñas rebosadas.
El flaco, acostumbrado a los jugosos filetes, se sorprendió al verse satisfecho por ese peculiar y sabroso menú. Las expertas manos del chef Francesco sin duda alejaron los fantasmas y prejuicios de este tipo de comida saludable.
Desde aquel almuerzo, flaco y flaca se citan todos los sábados a medio día en “El Germen” y por las tardes aprovechan para ir a caminar o manejar bici. El Charly ha adquirido nuevos hábitos en fin de semana, aunque claro y como no podía ser de otra manera, las noches están reservadas para la bachata y la salsa, una debilidad que tenía la Ale y que el chompa roja se encargó de desempolvar. Desde hace unos meses, la Ale define qué y cuánto come el Charly, pero él decide cuándo es momento de divertirse y bailar pegados.