Faquir “Gramar” enfrenta el más difícil de sus retos
Cada día solicita aportes en lugares públicos para comprar medicamentos

Obligado a vivir en un cuarto de alojamiento, con su hija sin acceso a la educación y su pareja en riesgo constante de sufrir ataques de epilepsia, el que fue conocido en sus mejores tiempos como el “Gran Faquir Gramar” pide a su ex casero le devuelva las cosas que compró con los esfuerzos de toda su vida.
Oriundo de Potosí, Manuel Cruz aprendió el oficio de faquir –desde acostarse sobre una cama de clavos, introducir objetos puntiagudos en su cuerpo e incendiar su cabello– luego de que los miembros del circo Ringling vieran su espectáculo de cómico ambulante en las calles de su ciudad. Después de estar un año de gira, retornó a Bolivia y en Sucre conoció a Amali Uyuni, su pareja desde hace 16 años.
Discapacidad y familia
Amali recuerda los abusos que sufrió en su condición de persona con discapacidad y cómo quisieron ingresarla a la fuerza al Instituto Psiquiátrico. Después de ser víctima de violencia sexual y en estado de gestación, paseaba por la Feria de la Alasita en la zona de La Recoleta, donde el espectáculo del faquir la animó a comenzar una amistad con él.
En poco tiempo se encontraron viviendo juntos. A Manuel le llamaron la atención las pastillas que tomaba Amali diariamente; después de tres meses se enteró que la mujer sufría de epilepsia parcial y llevaba un embarazo de riesgo; pese a ello, permaneció a su lado. “El día más feliz de mi vida fue cuando nació mi hijita”, cuenta con los ojos llorosos al recordar que ahora difícilmente puede proveerle un plato de comida.
Al ver que los médicos tradicionales le otorgaban falsas esperanzas a su pareja respecto a su discapacidad y cobraban grandes sumas de dinero, él se atrevió a practicar la lectura en hojas de coca, animado además por las creencias tradicionales que señalan a los sietemesinos como los indicados para esta labor.
Difícil situación
Con este nuevo trabajo, él y su familia accedieron a una mejor calidad de vida, compraron enseres y costeaban los estudios de la pequeña Adriana, ahora de 13 años. Asegura que la bonanza despertó la envidia de otros yatiris que le prepararon una trampa.
Un día su hija que llegaba a casa se vio acosada por un individuo, el padre salió en su defensa y protagonizó una pelea, tras lo cual fue acusado y desterrado del barrio Mendoza, ubicado en Lajastambo, le impidieron sacar sus cosas y tiempo después de sortear trámites legales se encontró con el cuarto bajo llave.
Habiendo perdido todo, hace un año y nueve meses, él y su familia ocupan un cuarto de alojamiento. Cada día Manuel sale a las calles a pedir ayuda para costear los varios medicamentos de Amali, entre ellos fenobarbital, carbamazepina, fluoxetina y clonazepan.
“Tenemos roperos, catres, mesas, un televisor que se lo he comprado para mi hija”, afirma Manuel al solicitar al dueño de su ex casa devolverle sus pertenencias. Con intermediación del Grupo de Apoyo Civil a la Policía (GACIP) se citó al aludido a una audiencia de conciliación ciudadana. Ahora la familia espera la buena voluntad del propietario y la ayuda económica de la población, porque debido a la difícil situación que atraviesan hace un año, la hija de ambos está imposibilitada de ingresar a un establecimiento educativo y los aportes que recibe el padre ya no alcanzan para comprar medicamentos.
En su último trabajo la madre se quemó la pierna cuando ayudaba en la cocina porque sufrió convulsiones.