El vigilante centenario de Sucre y su secreto de la longevidad
Un serio candidato en la Capital para el libro Guinness de los récords
Según consta en su carnet de identidad, Zenon Villca Flores nació el 21 de agosto de 1900. Fue agricultor, minero, sereno y participó en una de las más cruentas guerras de Bolivia, en la que perdió un ojo pero sobrevivió.
Tanto así que hoy tiene 118 años de edad y reside en el apacible barrio Belén, en la zona de Lajastambo, desde donde vigila todos los días a la ciudad de Sucre.
La Guerra del Chaco
En su juventud, según el relato de familiares de este hombre más que centenario, la vida de agricultor en Pampa Churu, una comunidad de la provincia Chayanta, en el departamento de Potosí, fue interrumpida cuando llegaron los soldados a reclutar gente para la Guerra del Chaco.
“Todito lo limpiaron, se los llevaron a toditos”, les contó Zenon. El campo donde cultivaba trigo, arveja y oca quedó entonces desatendido.
En las arenas del Chaco, “no había agua, no teníamos condiciones, hemos padecido una pena”, recuerda el propio Zenon para CORREO DEL SUR. Él no aparenta los años que acusa su carnet de identidad, sino muchos menos. “No había ni una cuchara, un plato, una olla no conocimos allá en el Chaco; comíamos como animales”, asegura, hablando más en quechua que en castellano.
De la guerra en la que murieron más de 60.000 bolivianos y otros miles quedaron heridos, mutilados y desaparecidos, logró retornar, aunque no sin secuelas.
“Llegué herido, me auxiliaron por una herida en el estómago y perdí el ojo (…) me hice ver con los jampiris del campo (médicos tradicionales que usan las plantas para curar), una y otra vez, pero no había mejora”. Lo dice mostrando la faja que lleva debajo de su chompa y el ojo dañado, que se le humedece cuando recuerda esa parte de su historia. Una historia dolorosa para todos los bolivianos.
Excelente estado de salud
Al contrario de lo que pasa en Medio Oriente, en la Palestina, Betania y Jerusalén –tres barrios ubicados en el Distrito 3 de Sucre– se respira un viento fresco y una envidiable calma. Una gran cantidad de adultos mayores están sentados en la puerta de sus casas, algunos atienden sus comercios y otros pasean por las calles.
En el barrio Belén, cerca de una cancha de tierra, encontramos a Zenon. Sentado dentro de una especie de fuerte de piedra que él construyó con sus propias manos, tiene una vista privilegiada de la ciudad; en este lugar pasa la mayor parte del día.
—Ya no trabajo porque no veo bien, mis ojos están mal. Por eso aquí nomás ando, no tengo a dónde ir.
“No es habitual encontrar una persona adulta mayor de 118 años”, asegura Javier Jesús, médico del programa “Mi Salud” que conoció a Zenon hace tres meses, cuando el anciano fue a recoger el suplemento alimenticio y le llamó la atención la edad que indicaba su documento.
Jesús afirma que, pese a los problemas propios de su edad, como articulaciones y sordera moderada, Zenon se encuentra bastante bien de salud y camina con toda normalidad.
“Cuando fui a su casa estaba dándole de comer a sus chanchos”, comenta a manera de anécdota este galeno que a diario atiende a más de un centenar de adultos mayores; pero muy pocos tienen más de 90 años.
Zenon, el centinela de la ciudad
Se levanta al promediar las 8:00. “Le damos su matecito, se acuerda de sus chanchitos, va a botar (la) basura”, dice su nieta Delia Suarez.
Los días que pasa el carro basurero son diferentes. Zenon salta de la cama dos horas antes y camina hasta la esquina con las bolsas de desechos. “Necesitamos un contenedor porque a veces espera diciendo ‘temprano hay que botar’, y le hace frío”.
Hace poco terminó de construir una especie de ch’ujlla (choza de piedras) y un corral para Imilla y Choco, dos chanchos que están a su cargo. Después de alimentarlos, él se sienta dentro de la construcción, como si estuviera en una especie de fuerte o guarida, y desde allí observa la ciudad.
“Él había hecho pues, ¿cómo habrá hecho?; bonita su casa, ¿no?”, comenta su hija Teodocia, con la que vive hace 25 años. Ella dice que lo reprendió al ver la construcción, porque pensó que bien pudo haberse lastimado.
“A veces la gente habla pues: ‘tal vez le ha botado a su papá, le hace sufrir’, me pueden decir”, agrega Teodocia mientras recuerda que para cuidar mejor de su padre incluso dejó su puesto de venta de papas en el mercado y abrió una tienda de barrio.
“Todo el día está aquí (en el corral), a dormir nomás va a ir ahora”.
Zenon tiene 18 nietos y tres hijos vivos: Francisco, Esteban y Teodocia; un cuarto habría fallecido en el vientre de su madre, según su nieta; él dice que no se acuerda. “Vienen, llaman… sus hijos ya no pueden venir porque son mayores”, complementa Delia.
Su alimentación, ¿la clave?
Debido a las costumbres de su juventud y porque antes de Sucre vivió en el campo, prefiere comer avena, lentejas, haba, arveja, oca y janka-kipa (lagua de maíz). Es decir, “lo que él mismo producía”, explica su nieta.
Sus familiares revelan que el anciano tiene cierta predilección por el p'ithu de trigo (trigo pulverizado).
En Sucre, las comidas con fideos y el arroz le cayeron mal y problemas de gastritis lo mandaron al hospital. En ese entonces tenía bigotes, barba y pelo largo y blanco. “Hasta le hacíamos trencitas (en la barba)”, recuerda Delia.
Cuentan que en el hospital le dijeron que sus pulmones se habían secado, que los riñones ya no respondían y que prepararan un ataúd. Pero se recuperó. Entonces le cortaron el pelo y, según sus familiares, de repente se volvió negro (el hombre hoy muestra orgulloso su cabello gris oscuro, con canas). Su hija lo atribuye a un milagro, ya que por entonces la familia había decidido ingresar a la Iglesia Cristiana del barrio, a donde acuden hasta ahora cada fin de semana.
Dentro de su fuerte, Zenon da vueltas, acomoda algunas piedras, allana la tierra con los pies, se quita la chamarra y se sienta a mirar la ciudad. A la capital del país llegó cuando los techos del Mercado Central eran de calamina; allí ayudaba a las señoras a cargar sus compras; también dice que fue sereno.
Pero antes, trabajó en los centros mineros de Potosí, Uncía, Catavi y Siglo XX. Los enumera de memoria.