El último benemérito tiene 105 años de vida
Es boticario de profesión y tiene cuatro hijos vivos, ocho nietos y ocho bisnietos
En una casa ubicada a metros de la Plaza 25 de Mayo, José Pradel Loayza, el último excombatiente vivo de la Guerra del Chaco en Chuquisaca, según el Senasir, celebró ayer su cumpleaños, disfrutando el fruto de su trabajo y la compañía de su familia y personas allegadas que compartieron facetas inéditas su vida.
Los 105 años encontraron a José Pradel, boticario de profesión, músico, deportista y tallador, con sordera y una ceguera parcial producto de la edad, pero sin ninguna enfermedad relevante. “Ha trabajado tanto y ahora está bien atendido, con su trabajo de él mismo”, indica la enfermera Shirley Hinojosa que afirma que una leve hipertensión no le impide seguir disfrutando de la vida.
“Él come bien, excelente, no come licuado: arroz con leche, avena, quinua; a media mañana come fruta; a mediodía, un buen plato de sopa, su segundo y su refresco; a las 4 de la tarde otra vez sopa; luego en la noche, maicena con piña y así vamos combinando”, comenta Hinojosa.
Recuerdos de la guerra
Cuando tenía 17 años, el conflicto bélico le ensordeció un oído a José e imprimió en su memoria recuerdos de la valentía de los soldados y los campesinos del Chaco.
“Era tan jovencito que lo pusieron de mensajero (…), se libró muchas veces de la muerte, una vez él contó que como era monte no se veía nada y estuvo queriendo pararse y su amigo le tironeó del saco y en eso pasó la bala quemándole los cabellos”, cuenta su hija Mery Pradel, al revivir las historias de su padre, que por la edad habla muy poco.
Otra de las anécdotas que contó a sus descendientes fue que debido al hambre y al frío de las noches los soldados perdían constantemente la noción del tiempo. “No se daban cuenta si era amanecer o atardecer”, dice Mery.
“A uno de sus amigos que él tenía en la trinchera lo mataron a su lado, él logró salir pero le dieron un balazo en el pie”, recuerda su hijo Ramón José Pradel al destacar la fortaleza de su padre. “Nunca se ha operado”, incluso una vez que recibió un disparo accidental en la mano cuando practicaba caza de vizcachas, pasada la guerra, escapó del hospital donde debían amputarle la extremidad y logró recuperar la movilidad de la mano dañada practicando pelota de mano o kajcha, afirma.
Hasta antes 2018, cuando dejó de caminar por sí mismo, cuidaba un huerto. “Tenía la costumbre siempre de hacer ejercicios, hasta los 80 años practicaba pelota de mano, subía la soga; a los 100 años todavía hacia flexiones y mancuernitas”, dice su hija Tesoro Pradel, mostrando las fotos del cuerpo trabajado de su padre.
“Tocaba piano al oído, todos los instrumentos autóctonos: quena, zampoña, charango, violín, aprendió solo y elaboró sus propios instrumentos”, afirma Mery mientras Ramón muestra adornos, jarras y utensilios finamente elaborados en madera por el benemérito.
El excombatiente vivió una vida sosegada como boticario y propietario de la farmacia Mayo, y abrió el primer gimnasio en 1947 con ingreso libre. “Él decía ‘el deporte no es negocio, es salud’”, recuerda Mery. Hasta los 90 años “todas las mañanas a las 7:00 se levantaba y daba dos vueltas a la piscina, hacia un poco de ejercicio y se iba a trabajar a la farmacia”, cuenta Ramón.
Sus hijos recuerdan que gente del área rural acudía a la farmacia a preguntar por medicamentos que resultaban muy caros. “Él les decía ‘lleve y cuando puedas me pagas’ y nunca anotaba en un cuaderno a los deudores, jamás”, recuerdan.
“Toda la vida trabajando en el deporte y la música”, “Nunca lo veíamos sin hacer nada, él siempre estaba haciendo algo, al lado de la farmacia se hizo un tallercito, en el momento que no entraba la gente, se iba ahí”, afirman.
Hace unos 20 años falleció su perro Panchito, lo enterraron en el jardín con una lápida que lleva su nombre y apellido: Panchito Pradel.
Ayer, en su cumpleaños 105, el benemérito se puso nostálgico y antes del almuerzo sollozó un par de veces y luego pidió que le llevaran vino. “Se ha amargado, es que él recuerda momentos de su niñez, del Chaco, de la guerra y ya no nos reconoce”, indica Ramón.
Lo acompaña su esposa, Mery Peñaranda, de 91 años, que puede ver pese a que la edad también le ha restado otras facultades.
El benemérito que, según destacan sus familiares, se apegó siempre a la honestidad, tiene cuatro hijos, ocho nietos y ocho bisnietos.