Tutapuris, médicos que “operan” libros de noche y de madrugada

Jóvenes galenos, pijchando coca, no abandonan la costumbre de estudiar en grupo

Los médicos que “operan” libros de noche y de madrugada.

Los médicos que “operan” libros de noche y de madrugada. Foto: Franz Torres

Arriba, de izquierda a derecha, los médicos Benjamin Rivera, Rubén Flores y Willy River. Abajo, Osman Lima y Helmut Sarabia.

Arriba, de izquierda a derecha, los médicos Benjamin Rivera, Rubén Flores y Willy River. Abajo, Osman Lima y Helmut Sarabia. Foto: Franz Torres

El infaltable pijcheo de coca para acompañar la velada.

El infaltable pijcheo de coca para acompañar la velada. Foto: Franz Torres

Una bolsa de coca y un anillado, los acompañantes de los tutapuris.

Una bolsa de coca y un anillado, los acompañantes de los tutapuris. Foto: Franz Torres


    Franz Torres Brozovic/CORREO DEL SUR
    Local / 06/12/2020 19:23

    Hoy son cinco y a veces llegan a diez. En temporada de exámenes se multiplican y pueblan la plaza Libertad. Siempre están en el mismo lugar, haciendo exactamente lo mismo: estudiando, caminando. Se hacen llamar tutapuris y son médicos titulados y estudiantes de Medicina que solo esperan la noche para seguir leyendo. Han hecho de este sector su santuario, el quirófano en el que “operan”  libros y textos anillados.

    Los médicos cirujanos Helmut Sarabia (Potosí), Willy Rivera (Villa Montes), Rubén Flores (Santa Cruz), Benjamín Rivera (Villazón) y Osman Lima (Sucre), ejercen su profesión en distintos centros de salud de la ciudad, pero no han dejado sus raíces de estudiantes y le rinden culto al apodo que sus compañeros de carrera les legaron hace más de una década: tutapuris. La traducción gramatical del quechua al español sería “noctámbulos” o “caminantes nocturnos”.

    Y eso es, precisamente, lo que ellos hoy hacen cada vez que el sol se oculta. Equipados con textos y libros de su área, cogen sus mochilas, algo de abrigo, compran unas onzas de coca –los que fuman también cigarrillos–, agua y cargan un termo para cebarse mates.

    LOS ORÍGENES

    Los inicios de este grupo nocturno de lectura se remontan a hace décadas. No por nada una de las tantas leyendas sobre fantasmas que giran en torno al teatro Gran Mariscal Sucre habla de un estudiante de Medicina que leía en la plaza Libertad y que cayó ante el conjuro de una muchacha, a la que acompañó a una función y luego a su casa. En realidad, dicen que tuvo una cita con una mujer cuyos restos yacían en el cementerio general...

    Esta “última camada” de tutapuris –esta generación vigente, sería lo más adecuado– hace honor a sus excompañeros de facultad, a los que les transmitieron sus costumbres y hoy ejercen la profesión fuera de las fronteras, exitosamente.

    En el diálogo que mantuvieron con CORREO DEL SUR, estos médicos jóvenes anotaron una extensa lista de los que estuvieron en el mismo lugar en el pasado. Lo cierto es que fiel a su estilo, al estilo del médico cuando escribe recetas para sus pacientes, la letra es ilegible…    

    LA RUTINA DIARIA

    La faena de los tutapuris comienza a las 19:00 y se extiende entrada la madrugada, aunque muchas veces feneció con los primeros rayos del sol, cuando había que leer mucho o volver a repasar. El doctor Lima dice que se sienten cómodos en el lugar y que se acostumbraron a su luz artificial, al silencio que se apodera de la noche y al “doble turno” que les toca: leen mucho y duermen poco de madrugada, y en el día cumplen con sus horarios de trabajo.

    Hasta las 20:00 arman sus bolos de coca (quitar los palitos a las hojas milenarias y meterlas a la boca) y se distribuyen en las puertas de algunas casas, pero sobre todo en la extensa portada del teatro Mariscal.

    Entre las 20:00 y las 22:30 protagonizan su primera tanda de lecturas; tras esto, se calientan la garganta con mates y “cambian bolo”, renuevan su acullico e intercambian criterios sobre lo que acaban de leer.

    Media hora después, al promediar las 23:00, vuelven al encuentro con sus textos oficiales y se citan en el frontis del teatro a la 1:00. Repiten el ritual de la primera etapa y enfilan al último tramo hasta las 3:00.

    Todos hablan el mismo idioma, el de la medicina, por lo que la charla es amena. Intercambian conocimientos, cuentan  sus experiencias profesionales. Pero sobre todo han forjado un vínculo de amistad tan estrecho que se cuidan, porque el peligro siempre acecha, más aún en horario nocturno.      

    ACOSTUMBRADOS Y UNIDOS

    El médico Rivera, natural de Villazón, confiesa que “vengo desde hace casi ocho años, estoy casi todas las noches, a veces”. En el ritmo nocturno de lecturas “hemos tenido experiencias interesantes, con lluvia, con truenos. Una vez recuerdo que cayó un trueno en el Obelisco y todos éramos asustados, se apagó la luz”, rememora.   

    Lima sostiene que el grupo siempre se está cuidando. “Nos ha pasado algunas noches que se acercaba el ‘dueño de lo ajeno’ y le quitaba la mochila a los compañeros”, lamenta, con un prominente bolo de coca en la boca.

    Pero toma un envión y asegura que allí están bien: “Nos sentimos como centinelas de esta plaza”.

    Más preciso todavía es el doctor Saravia, el menor del grupo que está haciendo su residencia en el hospital de Lajastambo.

    “Gracias a esta plazuela he aprendido bastante, aquí nos han inculcado el espíritu de seguir con la lectura, preparándonos para ser mejores profesionales y así servir mejor a nuestra población, porque médicos vamos a necesitar toda la vida, más con la pandemia”, dice el joven galeno.

    Y cuando este diario le pregunta si no se siente más cómodo leyendo en su cuarto, responde que no, porque “se extraña los debates, las conversaciones que hacemos y (en mi cuarto) agarra el sueño mucho más fácil. Es un poco más complicado”.

    ¿Qué es lo que nunca debe faltarle al grupo para la jornada nocturna diaria? Una buena ración de coca y cigarro, para los que fuman. “Estamos aquí hasta donde puedan nuestras fuerzas también”, refuerza el potosino.

    Esperan que su costumbre no se pierda con el paso del tiempo y animan a los que vienen por detrás a extender los ritos de los estudiantes de Medicina. En general, aconsejan a los universitarios que no dejen de leer, para llegar lejos en la rama profesional que vayan a escoger.

    Mientras unos buscan algo de calor para la  noche casi siempre fresca de la ciudad, todo hacer ver que los libros de Anatomía, Histología, Hematología, Obstetricia y Cirugía II seguirán “verdeando de coca” con estos u otros protagonistas, pero bajo el mismo denominativo: los tutapuris del parque…


    Sucre, un cambio difícil para un cruceño y un chaqueño

    Rubén Flores es natural de Santa Cruz de la Sierra y Willy Rivera llegó a Sucre desde Villa Montes. Ambos son médicos y cuentan que les costó adaptarse a los cambios de ciudad y de hábitos.

    El cruceño está a punto de migrar a Brasil, para probar suerte en una especialidad, por eso continuó leyendo con los tutapuris en los últimos meses, además de trabajar.

    Dice que el cambio que más sintió fue el del salto del colegio a la universidad, porque “en la etapa de colegio no se ve el ritmo de la universidad, aquí son temas un poquito más amplios”.

    Se da ánimos no obstante, porque terminó su carrera y quiere seguir aprendiendo con “esas ganas y la fuerza de voluntad para saber seguir adelante, porque si vinimos a la universidad prácticamente es para estudiar, para eso nos mandan nuestros papás”.

    Rivera es de poco hablar; forma parte de este grupo de lectura desde hace seis años. Siempre está con ellos y se siente motivado por la voluntad que le transmiten sus hoy colegas. Le costó mucho adaptarse de los 38 grados centígrados de su candente tierra a los 22 que en promedio tiene Sucre en primavera.

    “La medicina no termina aquí, la preparación es continua y día a día, porque lo que realmente buscamos es ser mejores profesionales” reflexiona y cuenta que para ellos no hay fines de semana ni feriados que valgan más que la lectura bajo el manto de las estrellas o inclusive la lluvia.

    Cuando CORREO DEL SUR pregunta si tienen otros intereses de relacionamiento social, Rivera contesta: “Se hace un poco difícil, porque nosotros tenemos una meta, un propósito, el cual nos incentiva a seguir aquí”.

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