¿Ha perdido el Carnaval de Sucre su viejo espíritu de pertenencia?
Un historiador asegura que hay una suerte de "represión" institucional

Las celebraciones de Carnaval sufrieron en el país, entre 1933 y 1935, un paréntesis obligado a causa de la confrontación bélica con Paraguay. El conflicto, que se extendió por más de dos años, provocó en la sociedad boliviana y chuquisaqueña una gran conmoción social y congoja generalizada, lo que hizo que muchas festividades quedaran también en suspenso.
El primer juego carnavalero de posguerra tendría lugar en 1936 y se presentó con características singulares. Muchos jóvenes desmovilizados volvían a sus hogares con la nostalgia de los días felices y con el deseo de olvidar rápidamente los horrores de los campos de batalla. Sucre, cuyo Carnaval siempre tuvo características muy peculiares respecto a otras ciudades, no fue la excepción. Después de dos años de silencio obligado, llegaba el tiempo de volver a celebrar, de volver a vivir. Sin embargo, muchas cosas probablemente nunca volverían a ser iguales.
Las celebraciones carnavaleras de posguerra trajeron esos años un cambio de conducta entre los jóvenes, muchos de ellos excombatientes que, orgullosos, mostraban su credencial de valentía tras haber servido a la Patria en momentos tan dramáticos. Según recordaban quienes vivieron en aquella época, la tradicional cortesía y amabilidad del viejo Carnaval sucrense comenzó a transformarse. Comparsas de jóvenes impulsivos inundaron las calles de la Capital, que trajeron una forma agresiva y hasta violenta de divertirse.
Por muchos años se recordaría al grupo los “Páte de Foie” (“Pasta de Hígado” en idioma francés), una comparsa que reunía a jóvenes de clase alta, la cual se hizo particularmente temible. Estaba compuesto en su mayoría por conscriptos desmovilizados que trajeron al Carnaval una hasta entonces poco usual forma de arrojar cascarones. Lo hacían manipulando la “Huarack’a” (las hondas utilizadas por los habitantes del campo para lanzar piedras u otros objetos a gran distancia), provocando con ello daños físicos entre el público y, lo que es peor, dejando una semilla de innecesaria agresividad y violencia en una celebración cuyo fin había sido siempre la alegría compartida entre distintos estamentos de la sociedad. Lamentablemente, ese hábito malicioso se mantendría por muchos años, prácticamente hasta la desaparición del juego con cascarón.
El historiador Felipe Medina, apunta que la agresividad en el juego, pero sobre todo la violencia entre comparsas, fue un comportamiento constante a lo largo de las décadas de 1960, 70 e incluso 80. “Recuerdo que las calles Camargo, Junín y Bustillos eran calles de mucha concentración de comparsas. Había mucha borrachera y mucha piña (golpes)”, asegura.
No obstante, Medina reconoce también que la violencia entre comparsas ha ido disminuyendo en los últimos años, lo que atribuye a cambios en modalidad del juevo en las calles. “Hoy vemos una participación mucho mayor de mujeres; ahora bailan comparsas con parejas e incluso hay comparsas solo de mujeres”, sostiene, al recordar que hace unas tres décadas atrás, la salida a las calles era predominantemente masculina, lo que en gran medida pudo incrementar la tendencia a las grescas entre grupos, aunque esto no se haya perdido del todo.
COSTUMBRES QUE SE PIERDEN
Una de las costumbres más tradicionales que se ha ido perdiendo con el tiempo es el nombramiento de “madrinas”. Cada comparsa nombraba antes del Carnaval a una dama, generalmente dueña de una casa amplia, la cual acogía al grupo durante los días de celebración. Las casas de comparsas eran conocidas y muchas de ellas recibían con cordialidad a bailarines de otras confraternidades. “Eso hoy se ha perdido, muy pocas comparsas o quizá ninguna tiene su base a donde retornar, generalmente se los ve todo el tiempo por las calles”, recuerda. En las casas de comparsa, donde aguardaban las damas para la salida al caer la tarde, se servían platos tradicionales, además de bebidas como leche de tigre y los tradicionales cocteles.
Pero Medina aborda también otros aspectos más intrínsecos que hacen que el tradicional Carnaval sucrense vaya perdiendo gran parte de su esencia. Desde hace algunas décadas, y con el objetivo de frenar los excesos que cada año se producen a propósito de esta fecha, se fueron aprobando normas restrictivas que terminaron por desterrar paulatinamente una serie antiguas tradiciones, como el hecho de prohibir el ingreso de comparsas a la plaza principal. “Hace unos quince años que se estigmatizó el Carnaval y se lo asoció con la violencia, eso dio lugar a una castración de iniciativas”, lamenta. Inclusive, en algún momento se llegó a prohibir el juego con agua, que es tradicionalmente la esencia de esta festividad. “Es como la noche de San Juan, que se prohíben las fogatas, pero luego se contamina durante todo el año de distintas maneras”, subraya.
“Desde hace muchos años, muy pocos o ninguno de los policías y comandantes del orden son de Sucre, entonces para ellos es un sacrilegio ver a gente joven jugando en las calles. Es por ello que contribuyen a su represión. Lo mismo con las autoridades del Concejo, que provienen de otros departamentos o provincias del interior, entonces, ya no hay un espíritu de pertenencia de lo que era nuestro Carnaval”, asegura.
LA MÚSICA
Otro aspecto que viene influyendo negativamente para esa pérdida de identidad local es la proliferación de bandas de música provenientes del norte y altiplano del país. En la década de 1970 o antes, los músicos interpretaban tonadas típicas de la región, haciendo que la fiesta carnavalera fuera perdiendo una gran parte de su herencia cultural que se reflejaba en su música.
Con el objeto de recuperar esa tradición popular, Medina impulsó hace algunos años la recuperación del acervo propio, promoviendo una publicación de partituras musicales que fueron distribuidas entre las bandas de músicos que llegaban a la ciudad para amenizar la salida de las comparsas. “Es importante que se dejen de difundir ritmos ajenos”, agrega.
FIESTA DE PAZ
Pero, a pesar de todo, el Carnaval sucrense sigue siendo, según Medina, una “fiesta de paz y de encuentro”, aunque no de espectáculo, “es de participación”. En el Carnaval –sostiene- “te encuentras con amigos, o también con rivales y te abrazas, te rompes un cascarón en la cabeza en señal de paz, de amistad, eso es innegable”, concluye.
LA MATINÉE
Una de las fiestas más tradicionales en el comienzo del Carnaval fue por muchos años la Matinée del Club de la Unión. Esta fiesta, abierta al público, congregaba a una gran cantidad de personas y tenía lugar el día Domingo de Carnaval.