La penicilina que revolucionó la medicina
Marcó un antes y un después en la historia de la medicina cuando, en 1928, el bacteriólogo Alexander Fleming descubrió por casualidad el poder antibacteriano del moho Penicillium notatum, dando inicio a la era de los antibióticos para combatir infecciones bacterianas que antes eran mortales

En 1928, un hallazgo casual en un laboratorio londinense cambió el curso de la medicina moderna. El bacteriólogo escocés Alexander Fleming, mientras investigaba la bacteria Staphylococcus aureus, observó que un moho accidental, identificado más tarde como Penicillium notatum, inhibía el crecimiento bacteriano a su alrededor. Este descubrimiento marcó el inicio de la era de los antibióticos y sentó las bases para salvar millones de vidas en todo el mundo.
UN DESCUBRIMIENTO CASUAL
Fleming dejó unas placas de cultivo bacteriano en su laboratorio antes de salir de vacaciones. Al regresar, notó un fenómeno inusual: un área clara alrededor del moho, lo que indicaba que algo producido por este microorganismo estaba matando a las bacterias. Publicó sus hallazgos en 1929 en el British Journal of Experimental Pathology, pero su descubrimiento no recibió mucha atención inicialmente debido a las dificultades para aislar y producir el compuesto en cantidades útiles.
El paso hacia la medicina práctica
Fue más de una década después, en 1940, cuando los químicos británicos Howard Florey y Ernst Boris Chain retomaron el trabajo de Fleming. Con el apoyo de un equipo en la Universidad de Oxford, lograron purificar la penicilina y demostraron su eficacia en el tratamiento de infecciones en animales y humanos. Estos avances fueron especialmente críticos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las heridas infectadas y las enfermedades bacterianas representaban un gran desafío para los médicos militares.
En 1941, el primer paciente humano fue tratado exitosamente con penicilina, aunque las limitaciones en la producción impidieron un tratamiento completo. Sin embargo, la colaboración entre científicos británicos y estadounidenses condujo al desarrollo de métodos de producción masiva, utilizando fermentación en grandes tanques. Este avance permitió que la penicilina estuviera disponible en cantidades suficientes para tratar a miles de soldados aliados en los años finales de la guerra.
IMPACTO Y REVOLUCIÓN
El éxito de la penicilina marcó el comienzo de la era de los antibióticos, revolucionando la forma en que se trataban las infecciones bacterianas. Enfermedades que antes eran letales, como la neumonía, la sífilis y las infecciones posquirúrgicas, se volvieron tratables, transformando radicalmente la medicina. En 1945, Fleming, Florey y Chain recibieron el Premio Nobel de Medicina por este descubrimiento y su desarrollo práctico.
Sin embargo, la introducción de la penicilina también trajo desafíos. La resistencia bacteriana comenzó a surgir rápidamente, una advertencia que Fleming ya había anticipado en sus discursos. Este fenómeno impulsó la investigación para desarrollar nuevos antibióticos y estrategias para combatir las infecciones resistentes.
UN LEGADO QUE DURA
Hoy, la penicilina sigue siendo una de las herramientas más valiosas en la medicina, aunque ha sido complementada por generaciones de antibióticos más avanzados. Su descubrimiento no solo transformó la atención médica, sino que también mostró la importancia de la colaboración internacional en ciencia y medicina.
La penicilina nos recuerda que incluso los hallazgos más fortuitos pueden tener un impacto profundo, siempre y cuando se persigan con determinación y visión.
El científico escocés Alexander Fleming descubrió la penicilina por casualidad 1928 cuando olvidó una placa de cultivo bacteriano de Staphylococcus y cuando volvió de sus vacaciones la placa de moho verdeazulado que contaminó el cultivo, impidió que las bacterias crezcan concluyendo que ese moho producía una sustancia antibacteriana. Fleming aisló el hongo y lo identificó como Penicillium notatum. El hongo era inofensivo para las células animales pero efectivo en la lucha contra las bacterias. Comunicó su descubrimiento en el British Journal of Experimental Pathology en 1929.