El Día Internacional de la Mujer nos agarró en el sur de Chile, lejos de los entreveros políticos que en nuestra patria quitan el sueño y me causan risa y sorna. Una amiga, activista ella de lides a favor de la mujer, nos acarreó a un fundo pequeño a 30 Km de ese Osorno de espléndido volcán. Allí la Corporación Siglo XXI tiene la casa interactiva Los Hualles, una especie de refugio de mujeres que en mayor o menor gravedad han sufrido la violencia de género.
El evento empezó con un reconocimiento a Estela Malone, poetisa chilena en tierra de Mapuches Güiliches, cuyas hijas habían donado el predio al Centro de Indagación e Investigación para la Prevención de la Violencia de Género de la Corporación Siglo XXI, fundada por nuestra amiga Olga Barrios Belanger.
“¡Ah!”, me saltó el sabihondo, “el género humano es uno”, dije. Retrucaron que ‘género’ es concepto cultural y el sexo es cosa biológica. Sabía yo que los privilegiados con unicornio y fosa de placeres son tal vez cinco por ciento de la población humana, mientras que la cuenta de homosexuales que salen del closet recién ha comenzado. De poco sirvió mi perorata de que hay de tres a cinco sexos. “Tal vez tres”, dijeron, “hombre, mujer y hermafrodita, porque lesbianas y gais tienen que ver más con la preferencia sexual”. Me rendí con armas y bagajes.
Impresionó la fusión de ceremonial mapuche con el activismo del evento. Nos trasladaron a una loma a un escu que pidió permiso a la Madre Tierra, con todos reunidos en círculo, en momentos agarrados de las manos, en ceremonia que incluyó invocaciones en idioma ancestral y fuego, humo y preces de sahumerio ante un altar de gran guirnalda vegetal y tres banderas (ninguna la de la estrella solitaria).
Sentados en un auditorio, escuchamos la tonadilla de una cantautora rasgando su guitarra, para luego desembocar en una ponencia sobre la mujer y la salud pública en Chile, expuesta por un viceministro de salud. Luego confluimos a un almuerzo, donde saboreé la versión mapuche de un charquicán.
De lejos presencié la búsqueda mujeril de un sentido a la vida, en una mándala laberíntica de piedras, sin poder sustraerme luego al abrazo de un árbol y robarle algo de su energía. Fue antes de que ingresaran a una ruca, recinto circular mapuche con humeante fuego en el centro, donde todas y cada una contaron sus cuitas. Preferí la observación no participante y escuché de afuera sus relatos, en especial cuando tocó el turno a mi esposa, no fuera que interfiriese su catarsis.
Discreto, me retiré a recorrer el laberinto pétreo, que me recordó que a veces hay que reencaminar lo andado para salir airoso de los atolladeros de la vida. De algo estoy seguro: todos, mujeres y hombres, terminamos el día en Los Hualles siendo mejores y más conscientes ciudadanos de este azaroso mundo. Cito el poema “Austeridad” de su benefactora: “ahora lloro un llanto pertinaz, sin que fluyan/ las lágrimas, porque son solo espinas de puntas agrias. / Río, no obstante, por reír, / risas que restañan muy poco mi dolor, / son solo espinas amargas que acusan a mi corazón”.
Pensé en amigas de lejos en mi país, personajes de activismos en favor de banderas de género, hoy que la tecnología ha liberado a su sexo de oprobiosa servidumbre biológica, y que el cambio cultural ve con buenos ojos que cambien pañales los otrora cazadores de mamuts. Me regodeé de ser un padre culto, bendecido de ser abuelo querendón, de aquellos enamorados para siempre con el primer agarrón por un bebé del dedo índice paternal, que se desvelan por las vicisitudes de sus hijos así fueran ellos cuarentones. ¡Feliz Día del Padre!