Más de 35 años después de que en enero de 1979 se produjera la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y el régimen impuesto por el Ayatola Jomeini; después de 15 meses de intensas y tensas negociaciones y tras una semana de casi desesperados intentos para evitar que todo el proceso de reconciliación se frustre a última hora, las seis principales potencias del mundo actual (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania) e Irán se han puesto en el umbral de un acuerdo que, de coronarse exitosamente, podría marcar un hito histórico en el escenario político y económico internacional.
Por ahora, el acuerdo alcanzado es solamente preliminar. Todavía no es el que las partes involucradas esperan ni el que se necesita para desactivar una de las mayores fuentes de violencia e inestabilidad política y económica del planeta, pero tampoco es el fracaso que esperaban quienes más tenazmente se oponen al restablecimiento de las buenas relaciones entre Irán y la comunidad internacional. Sin embargo, y aunque todavía hay muchos asuntos cruciales en los que las partes no logran ponerse de acuerdo, se han sentado las bases del entendimiento y ese hecho es suficiente para mantener abiertas muchas esperanzas.
El nuevo plazo acordado ha sido fijado a fines de junio próximo. Serán tres meses durante los que la audaz política externa con que Barack Obama se ha propuesto dejar honda huella en la historia contemporánea será sometida a la más difícil de todas sus pruebas, pues contra ella se concentrarán los esfuerzos de una poderosa triple alianza integrada por el gobierno de Israel encabezado por Benjamin Netanyahu, el ala más conservadora del Partido Republicano estadounidense y las monarquías árabes encabezas por la de Arabia Saudí.
Para hacer frente a tan grandes adversarios y concluir su mandato con una memorable transformación del escenario político internacional, Barack Obama tendrá sin duda que emplear todas sus habilidades y contrarrestar los embates de sus opositores no sólo con sólidos argumentos sino también con resultados objetivos.
Necesita en lo inmediato señales claras de que el gobierno iraní encabezado por Hassan Rouhani es digno de confianza y que el giro que dio con relación a su predecesor, Mahmud Ahmadineyad, no es sólo cosmético sino tan profundo como para que Irán vuelva a ser, como en décadas pasadas, un pilar de la estabilidad en el Medio Oriente.
Para que tal proeza sea posible, los esfuerzos que haga Obama no son suficientes pues tan difícil como lo será para él vencer la resistencia de los sectores más intransigentes de su país, Israel y Arabia, lo será para el régimen iraní hacer lo mismo con sus respectivos opositores.
Paradójicamente, si algo juega a favor de esa posibilidad, inconcebible hace apenas algo más de un año, es que Irán es el único país capaz de detener el avance del Estado Islámico. Y EE.UU. el único aliado capaz de acompañarlo en esa tarea.
En tales circunstancias, puede afirmarse que de lo que ocurra durante los tres próximos meses depende en gran medida la forma que adquiera el escenario político y económico internacional.
Es tanto lo que está en juego en la mesa de negociaciones, que de lo que ocurra durante los tres próximos meses depende la forma que adquiera el escenario político y económico internacional