Un parteaguas del Siglo XXI

14/04/2015
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Se puede afirmar sin temor a error que la VII Cumbre de las Américas, que ha trabajado con el lema “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas”, constituye un parteaguas de nuestra historia común y, más allá de las estrechas visiones ideológicas, abre los caminos del encuentro entre los países que las conforman. El propio hecho de que no haya habido la tradicional “declaración” de los mandatarios presentes puede ser entendido como que ya no hay posiciones infranqueables para impedir acuerdos y que es preferible subordinar la retórica del disenso a los avances registrados.

Como estaba previsto el hecho más impactante de esta Cumbre ha sido el encuentro entre los mandatarios de Cuba y Estados Unidos, la franqueza de sus palabras y su decisión de que caminarán hacia el pleno restablecimiento de sus relaciones sin menoscabo de sus particulares visiones del desarrollo y la democracia. Este encuentro ha dejado a muchos otros temas, importantes en sí, relegados, sin que haya habido, empero, sentimientos de frustración porque el reencuentro Cuba-EEUU no sólo marca un cambio profundo en las relaciones entre las tres Américas, sino que puede ser visto como un necesario aporte a la pacífica convivencia entre pueblos.

En ese mismo orden se sitúa el apoyo generalizado –incluyendo al Vaticano– al proceso de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), proceso que pese a que trata de ser boicoteado desde posiciones extremas, ha sido fortalecido en el transcurso de la Cumbre.

Un tercer tema que tuvo resonancia es el caso venezolano y la impertinente declaratoria estadounidense en sentido de que el país latinoamericano es un peligro para su seguridad. Al parecer, una vez más el espíritu constructivo imperante permitió que se aclaren algunos aspectos entre los dos mandatarios, y que los gobernantes venezolanos tomen nota de que el margen de tolerancia de los gobiernos de las Américas se va reduciendo ostensiblemente en lo que se refiere a la violación de los derechos humanos y al rechazo gubernamental de entablar un diálogo transparente con la oposición para reencauzar a ese país por el sendero democrático.

La fuerza de estos tres temas, alrededor de los cuales también se conformaron grupos de cabildeo de una y otra posición que, felizmente, no lograron opacar la Cumbre, impidió que se conozca con detalle el tratamiento de los otros puntos de la agenda y que respondían a su ampuloso lema, así como los discursos de los gobernantes ahí presentes quienes, a su vez, también dedicaron importante espacio de sus intervenciones a los temas preponderantes.

No hay que olvidar que por primera vez en la historia contemporánea se encuentran los mandatarios, o en muy pocos casos sus representantes, de todos los países de las tres Américas y el Caribe y lo hacen con personalidad propia y, al mismo, tiempo, vocación integradora.

Es de esperar que se recoja esa vocación y se dé impulso a un período de prosperidad integral.

El reencuentro entre Cuba y EEUU no sólo marca un cambio profundo en las relaciones entre las tres Américas, sino que puede ser visto como un necesario aporte a la pacífica convivencia entre pueblos

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