Por alguna razón que seguramente psicólogos y sociólogos podrán explicar mejor que yo, al común de la gente le conmueve más la violencia contra los animales que contra otras personas. La muerte de un perro a manos de su dueña la semana pasada, filmada y distribuida en las redes sociales, ha ocasionado una ola de protestas. Se realizaron masivas manifestaciones en cinco ciudades del país para reclamar castigo contra la dueña del perro y exigir que la ley sobre crueldad contra animales sea aprobada de una vez.
Es una reacción social que no puedo entender. No me entra en la cabeza que haya personas que tengan más empatía por los animales que por el prójimo. En Bolivia ha habido espantosos linchamientos, muchas veces de inocentes, a quienes el gentío humilló y torturó, usualmente durante horas, antes de matarlos. En una de esas ocasiones, unos presuntos ladrones fueron capturados en Achacachi. Los vecinos los quemaron y luego, en ese estado, arrastraron por el suelo. Finalmente fueron entregados a la Policía. Todo fue filmado y transmitido por TV. ¿Hubo alguna manifestación de protesta? ¿Histéricos mensajes en el Facebook? No.
Drina Ergueta, en este mismo espacio, se preguntó por qué el video de un animalito que muere a manos de su ama causa más conmoción que uno que muestra cómo dos hombres adultos violan a una chica en Pando. Según Ergueta, Óscar Guerrero, hermano del fiscal general, Ramiro Guerrero, y el entonces concejal por Cobija, Gabriel Parada Castro, fueron responsables. ¿Manifestaciones? ¿Movilización de los legisladores para ajustar alguna norma? ¿Campaña en las redes sociales? No.
La Defensoría del Pueblo emitió el año pasado un informe sobre la violencia en el país. Las cifras son escalofriantes. Siete de cada diez mujeres bolivianas sufren durante su vida algún tipo de maltrato (sexual, intelectual, emocional, etc.), la segunda cifra más alta de las Américas. Cada año se registran unas 14.000 denuncias de violencia sexual contra mujeres, niñas y adolescentes. Sólo el 0,04% concluye con una sentencia para el violador. En el mundo el 20% de las niñas sufre agresiones de este tipo mientras en Bolivia el promedio llega al 34%. Además, el 83% de las niñas, niños y adolescentes sufren violencia en sus propios hogares a través de castigos como golpes de puño, quemaduras, cinturonazos, privación de alimentos, etc. ¿Marchas de protesta? ¿Llamados urgentes a actuar? No.
Para un humanista como yo, el ser humano debe ocupar el centro de la preocupación de la sociedad. Obviamente que ese humano tiene que tener una relación de respeto con el medio ambiente, que incluye evitar la crueldad contra los animales. Pero jamás los derechos de éstos deben estar por encima de los de las personas. Un niño, por ejemplo, tiene que poder caminar por una calle libre de peligros y, por tanto, debe garantizarse el derecho de que los perros callejeros que lo amenazan sean apartados o eliminados. ¿O un perro puede tener más derechos que una niña o niño?
En el trasfondo de todo esto, aparte de la distorsión de valores, está una gran hipocresía. Esas mismas personas que, haciendo alarde y drama, defienden la vida de un perrito, luego van a almorzar a su casa una deliciosa sajta para la cual, si no se han enterado, alguien ha tenido que matar a un pollo, que es tan animal como un perro. Y esa muerte es muchas veces cruel.
La violencia contra la mujer, y en general toda la violencia de la sociedad, no se reducirá mientras esos valores no sean recompuestos y se logre que para la gente el dolor del prójimo valga más que el de un animal.