En Bolivia estamos tan ahogados bajo un mar de leyes que su solo número parece confirmar la hipótesis de que preferimos irnos por las normas en lugar de actuar, lo cual quiere decir, exactamente, irnos por las ramas, con el propósito explícito de eludir el bulto o, dicho más gráficamente, quitarle el poto a la jeringa, cuando se trata de enfrentar los problemas con hechos y no solo con palabras.
De ese modo, nos entrampamos infatigablemente con una serie diversa y dispersa de leyes que, pasado el momento de la foto durante su promulgación, a veces, con suerte hay hasta discusión, van a acumular polvo en los archivos. Y nos enredamos con discursos grandilocuentes sobre pluralidad y diversidad.
Otra trampa es el falso debate que contrapone automáticamente la perspectiva de lo individual con la de lo colectivo. Políticamente se ha cargado tanto las tintas de lo comunitario para dibujar un comunitarismo exacerbado, que termina por aparecer como única forma válida de organización, expresión y representación de lo social, excluyente de lo individual.
Así es que se castiga abiertamente a quienes difieren de las decisiones que tomó el colectivo, muchas veces forzadas e impuestas autoritariamente por algunos líderes, y se defiende el pensamiento único como vía eficaz para la paz social. La paz de los cementerios, donde nadie disiente porque está más tieso que un pescado.
Esta lógica, que a corto plazo parece tan eficiente para mantenerse en el poder, es, sin embargo, un arma de doble filo porque, en los hechos, pretende borrar la riqueza de las diferencias, de la que tanto nos enorgullecemos en este dizque Estado Plurinacional.
Las leyes son necesarias, por supuesto, y en muchos aspectos nuestras costumbres urbanas y rurales mantienen una impronta comunitaria importante, proveniente de algunos pueblos indígenas reconocidos por la Constitución, principalmente para la construcción de acuerdos y de la toma de decisiones. Pero igualmente importante es el reconocimiento de lo individual como acción y representación de la persona humana. Un ente que compone y suma la composición de lo colectivo, sin perder la obligatoriedad de sus derechos y responsabilidades.
Un ejemplo perfecto para evidenciar la complementación entre individuo y colectividad es la tolerancia, idea y práctica que debe ser resultante tanto de esfuerzos individuales como de colectivos. Como lo pone un escritor español: “La única certeza que tengo es que sin cultura estamos perdidos. Sin pueblos educados que sean capaces de debatir y de escuchar al otro no vamos a ninguna parte. (…) Al demagogo no le interesa educar. A los analfabetos, cuanto más fútbol televisado les des, más atrapados los vas a tener. La cultura es el único antídoto contra la barbarie. La palabra tolerancia es equívoca. (…) La tolerancia no significa decir que todos son buenos. Significa escuchar lo que todos tienen para decir y discutirlo. Un pueblo inteligente escucha y luego juzga. Pero no hay que confundir tolerancia con cobardía. Si un imán está en una mezquita diciendo que a las mujeres hay que pegarles si salen a la calle sin velo, no es "tolerante" quien lo oye sin intervenir. Es cobarde”. Arturo Pérez Reverte, entrevista en La Nación, 16 de marzo de 2015.