A la esclava en su día

DE-LIRIOS 20/05/2015
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Hace un tiempo, se desató gran polémica por unas láminas “educativas” que pretendían distinguir a las madres bolivianas por “las zonas que habitan”, con el fin de rendir “homenaje” a las aludidas, en su “día”. Por razones obvias, causó indignación una mención a las “madres de la región de los llanos” que, por encontrarse “preocupadas por su belleza”, figuraban como de “poco trabajo” y “no muy querendonas de sus hijos”.

Son justificables las reacciones ante tamaña muestra de estrechez racista, sexista y regionalista, lo que ha destapado que contra ese tipo de prejuicios y estereotipos, se requiere mucho más que leyes, al estar las taras sociales enquistadas profundamente en las mentalidades y repercutiendo, cotidianamente, en el mismo sistema educativo.

No obstante, sorprende que pocos/as observaron el otro relato sobre las madres “del altiplano” y la “región valluna”: “Las madres del altiplano son las más sacrificadas porque se dedican al cuidado de sus hijos, la casa, el esposo y los ganados. Las madres de la región valluna son similares a las de la región altiplánica, son sacrificadas porque se dedican a la agricultura, al trabajo de las tierras junto a su esposo y sus hijos, ocupándose de todo lo que respecta a su hogar”.

Esa descripción bosqueja de la manera más burda el perfil, no de una madre, sino de una esclava, remitiéndose a lo más espeluznante de los estigmas y roles sexistas socialmente aceptados y divulgados: la relación de la maternidad con el “sacrificio”.

Basta sondear la TV, caminar por las calles céntricas u hojear los periódicos solamente en el cacareado mes que “celebra” a las madres, para percatarse que desde un bombardeo ideológico permanente, se comprende y acepta colectivamente que una especie de esclavitud privada es sinónimo de maternidad ideal.

En este sentido, sigue casi inmutable la vinculación de lo femenino con lo “familiar” como un destino ineludible, y bajo el supuesto de que para ser mujer y madre “ejemplar” hay que servir ardua e incondicionalmente a marido y prole, irguiéndose el flaco consuelo de que las mujeres podemos “reinar en el hogar” y alcanzar la “realización” y la “plenitud”, a partir del sacrificio personal como “seres dadores de vida”.

En otras palabras, las flojas y “no muy querendonas” de los hijos seríamos aquellas mujeres que, más allá de ser o no ser madres o de conformar o no conformar pareja, somos individuos libres, completos, plenos, independientes y autónomos.

Por añadidura, lo terrible (y claramente ilustrado en las láminas) es que en el marco de esos afianzados patrones, paradójicamente, el cumplimiento de ciertas metas de la “liberación femenina” ha significado que innumerables mujeres dupliquen su esfuerzo. Porque si bien logramos trascender del universo de lo privado, reivindicando el derecho al conocimiento, generando ingresos propios, incidiendo en el poder y la toma de decisiones, ejerciendo nuestra sexualidad, etc., continúa centrado en una mayoría de nosotras, cual una obligación insoslayable, todo lo referido a la atención de hijos y hogar, como si los vástagos fueran hechura en la que únicamente participara la hembra.

En consecuencia, no faltan las “mujeres modernas” e, incluso, “aguerridas feministas”, que después de sacarse la mugre en el trabajo, al llegar a casa se topan con el “deber” de “cuidar” de consorte e hijos, ¡los que ni siquiera son capaces de cocinar un frijol, lavar un plato o tender una cama!

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