En memoria de Néstor Taboada Terán

OJO DE VIDRIO 11/06/2015
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No he conocido hasta hoy una inclinación por las letras como la de Néstor Taboada Terán, ni una abnegación y amor tan grande como el de Alcira Novillo. Néstor conoció el olor a imprenta como linotipista, pues era obrero gráfico, pero, al calor de la política, escribió más de un centenar de libros todos alineados en posiciones de izquierda y de denuncia en las cuales no siempre coincidimos, pero me merecen el máximo respeto.

Recuerdo las noticias clandestinas que llegaban cuando la dictadura banzerista: que a Néstor “lo habían fajado” en Buenos Aires. En realidad, era una mala broma, pues le habían concedido la Faja de Honor por ser el autor del libro más vendido en la Feria de esa hermosa capital, editado por Sudamericana.

Las librerías tenían los escaparates llenos de libros de ajedrez, por mandato de los paramilitares de extrema derecha, que continuamente efectuaban requisas. Un buen día encontré a un costado de la vitrina de Los Amigos del Libro dos títulos de escritores bolivianos: "El último filo", de Renato Prada, y "El signo escalonado", de Néstor Taboada. Compré los dos y quedé deslumbrado por el enorme salto que había dado la literatura boliviana que yo conocía.

Quizás por ese influjo, cuando llegó a Cochabamba luego de haber sido decretada la amnistía, fui a recibirlo al viejo aeropuerto y lo invité a pasar la noche en mi casa, donde esperaba un grupo de amigos. Fue una jornada memorable, porque festejamos al escritor boliviano como se merecía, luego se acostó y al día siguiente se fue a su casa, que quedaba en la calle Ladislao Cabrera. Fue un impulso romanticón y juvenil, pero gracias a Néstor pude llevarlo a buen término.

Me lo encontré en la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, deseoso de que le aprobaran una pensión vitalicia por casi ochenta años de dedicación a las letras comprometidas. Al final, no pudieron hacerlo y, en todo caso, la pensión sería muy estrecha, no obstante que insistí varias veces en que debería darse una pensión vitalicia similar a la de un ex Presidente a todos los Premios Nacionales de Cultura, que son pocos y se nos están muriendo.

Ir y venir cada miércoles minaba su salud, cosa frecuente para quien sube y baja a la altura de La Paz, y por fin dejó la consejería  y se retiró a Cochabamba. Justamente Alcira Novillo me insistió en que no le faltaba nada pero él se empecinaba en viajar a La Paz porque tenía la intención de escribir sus memorias, quizá como obra última o póstuma. No sé si la vida le dio tiempo para eso, pero tenía mucho que contar como protagonista desde los años 40 hasta nuestros días. ¡Tremenda época que le tocó vivir!

Hoy sólo se puede decir, nada más ni nada menos, que murió escribiendo, que es el consuelo más grande para Alcira, porque no dejó de escribir desde que fuera obrero gráfico, y luego pudo cultivar la amistad de connotados escritores latinoamericanos, entre los cuales están Pablo Neruda y Eduardo Galeano, y políticos como Salvador Allende, para decir lo menos.

Néstor se nos fue pero quedó de él una obra copiosa que marca cerca de ochenta años de literatura boliviana.

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