Penitas

RESOLANA 24/06/2015
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¡Cuánto penar para morirse uno! Así cantaba sus tristezas el poeta y dramaturgo español Miguel Hernández (1910 - 1942). Como Hernández, ¿usted no siente que hay días en que las penas se sobreponen a todo lo que consideramos urgente y necesario, para mostrarnos que, después de todo, nada es importante si la vida corre peligro?

Ingenuamente apresurados vamos de acá para allá, brincando y picoteando sobre los días, hasta que uno, dos o más golpes inesperados, como zarpazos, ponen las cosas en su sitio. Entonces, lo importante cambia de color y lo urgente de lugar… y estamos listos para decir, junto con el poeta: Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno. Sobre la pena duermo solo y uno, pena es mi paz y pena mi batalla, perro que ni me deja ni se calla, siempre a su dueño fiel, pero importuno. Cardos y penas llevo por corona, cardos y penas siembran sus leopardos y no me dejan bueno hueso alguno. No podrá con la pena mi persona rodeada de penas y cardos: ¡cuánto penar para morirse uno!

Con el asedio de la muerte de los seres queridos se tiñe de irónica quietud la impaciencia con la que vivimos el día a día, y son menos agresivos los bocinazos en la calle y las faltas de lo que nos parece un enloquecido tráfico y relegamos a la anécdota nuestro furor ante los discursos de funcionarios, autoridades y todo el montón vociferante. Para darnos cuenta que nada vale la pena si las penas son definitivas.

Como definitivas son las ausencias de aquéllos que partieron, habiendo estado en este mundo, cerca o lejos de nosotros, bien o mal queridos, dejando sólo recuerdos, a veces tenues, a veces poderosos, de tantas y variadas formas, sólo para enseñarnos a repetir ¡cuánto penar para morirse uno!

¿Usted no ha sentido algunas veces que en el rumbo cotidiano de nuestras ciudades nos perdemos en el barullo y nos empantanamos en lo que no podemos resolver, porque no nos toca, porque no está en nuestras manos y, así y todo, vociferamos para que no se diga que no nos importa?

Aunque clamemos, sin embargo, así pasan los días y se multiplican los autos, aumenta la contaminación, caen más árboles en los bosques y en las aceras de las citadinas calles, el comercio invade calzadas y hasta los portales (ellas y ellos montando chiringuitos de mercados precarios que llegan para quedarse); ¿y en el mundo ancho y ajeno? las monedas suben y bajan, el fanatismo siega vidas, las guerras recrudecen. Y en nuestro pequeño mundo, los políticos nos mienten fingiendo decirnos la verdad más verdadera mientras nosotros fingimos que les creemos, quienes llegaron al poder para llevarse la plata se llevan también nuestros sueños de cambio y quienes miran desde la ventana... siguen mirando. ¡Pero a quejarnos nadie nos gana!

Sin embargo, como la vida sigue y el mundo aún gira, con ellos –los que se fueron– o sin ellos, con nosotros –los que quedamos– o sin nosotros, más nos vale sonreír, mirar al frente y seguir pa´lante porque, a fin de cuentas, como los sueños, que pasan y nos dejan el aleteo de su recuerdo fantasmal, las penas de una, penitas nomás son.

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