Se denomina así uno de los capítulos del libro “El fútbol a sol y sombras” de Galeano, al que suelo acudir para compartirlo con quienes sienten pasión por este deporte, calificado como “música del cuerpo y fiesta de los ojos; más cuando surge algún cara sucia que solo por el puro goce del cuerpo se lanza a la prohibida aventura de libertad, con una gambeta”. Dada la oportunidad que brinda la Copa América, es oportuno recordar algunos hechos que coinciden con la política. Decía el autor: “El fútbol y la patria están atados y con frecuencia el político especula con esos vínculos de identidad”.
En 1916, primera guerra mundial, un capitán inglés se lanzó al asalto pateando una pelota. Nevill saltó del parapeto que lo protegía y corriendo tras la pelota encabezó el asalto contra los alemanes. Su regimiento vacilante, lo siguió. El capitán murió y su país conquistó aquella tierra de nadie y celebró la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra.
A fines de ese siglo, el dueño del club Milán ganó las elecciones italianas bajo el grito ¡Forza Italia!, que provenía de las tribunas. Berlusconi juró que salvaría a Italia como había salvado al Milán y lo logró. También, la selección de Italia ganó los mundiales del 34 y del 38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludaban con la palma de la mano extendida.
Para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento en Ucrania recuerda a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en su campo, pese a la advertencia: Si ganan mueren. Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con sus camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.
En 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban en la guerra del Chaco, la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol, que jugó en varias ciudades de Argentina y Uruguay y juntó dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla.
En 1937, durante la guerra de España, dos equipos peregrinos fueron símbolos de la resistencia democrática. Mientras el general Franco, del brazo de Hitler y Mussolini, bombardeaba a la república española, una selección vasca recorría Europa y el club Barcelona disputaba partidos en EEUU y en México; ambos con la misión de hacer propaganda, reunir fondos para la defensa y encarnar en los campos de fútbol y fuera de ellos, a la democracia acosada. Sólo cuatro jugadores catalanes regresaron a España durante la guerra. De los vascos, apenas uno. Cuando la República fue vencida, la FIFA declaró en rebeldía a los jugadores exiliados y los inhabilitó; unos cuantos consiguieron incorporarse al fútbol latinoamericano.
En 1958, Argelia en su guerra por la independencia formó un equipo de fútbol que por primera vez vistió los colores patrios, tenía en sus líneas a jugadores franceses. Sólo jugó con Marruecos, que por igual pecado fue desafiliado y el fútbol francés castigó a esos jugadores decretando su muerte civil. Presos, nunca más volvieron al futbol profesional.
La guerra del fútbol, de las 100 horas o de los cuatro días, fue un conflicto ocurrido del 14 al 18 de julio de 1969 entre El Salvador y Honduras. Esta guerra fue llamada así por la tensión política entre ambos países luego de un partido de fútbol que el 26 de junio de 1969 enfrentó a sus selecciones con motivo de las eliminatorias para la Copa Mundial de 1970; conflicto armado, aunque breve, pero penoso.
Hechos como estos reflejan que el fútbol, convertido en el deporte más popular, es preciado como un fenómeno asombroso por cuanto su poder de convocatoria lo convierte en un elemento de identificación de los pueblos a quienes atrae, los moviliza y paraliza a sus países.