Mirando al mundo de hoy

19/07/2015
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El domingo pasado, leíamos el pasaje del evangelio de Marcos que nos narraba el envío de los 12 apóstoles a anunciar la Buena Noticia. Enviados a una tarea pastoral, la más hermosa de las tareas, preparar a la gente para que reciba a Jesús que habría de visitar esos pueblos y barrios. Los 12 no tenían mayor formación que la mayoría de los cristianos de hoy, pero sí tenían la vivencia, la experiencia de haber vivido con Cristo. Esa experiencia es más importante que los contenidos doctrinales. ¿Cómo hablar de Jesús sin reconocerlo como Señor y pastor de nuestras almas? También, ¿cómo no hablar de Jesús si nos hemos encontrado con Cristo?

Hoy, el evangelio de Marcos se inicia narrando el regreso de los 12 apóstoles después de aquella primera experiencia pastoral. Vuelven satisfechos y cuentan a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñando”. Viendo Jesús que los apóstoles están cansados, los invita a compartir un tiempo de descanso y de revisión de la tarea realizada. El evangelio dice que los apóstoles “no encontraban tiempo ni para comer”.

Los planes de retiro y reposo fracasaron por la llegada de una gran multitud a los lugares donde se habían ido, una multitud ávida de ver a Jesús, escuchar sus palabras y recibir los beneficios del maravilloso poder que salía de Él. Al ver a toda esa gente, Jesús se conmueve y el evangelista nos dice “porque eran como ovejas sin pastor y comenzó a enseñarles”.

Con frecuencia vivimos en la Iglesia con motivo de nuestras fiestas religiosas, aglomeraciones masivas, como también sucedió en la visita del Papa… Este fenómeno religioso de masas, sin duda, es un acontecimiento que acerca a muchas personas a Dios y a la Palabra de Dios. Es un hecho que nos alegra, el ver tanta gente en nuestras fiestas religiosas, que se despierte la fe viva y un mayor seguimiento de Jesús. Pero hemos de tener mucho cuidado para no quedarnos en un triunfalismo religioso de masas. La fe exige mucho más que una simple participación coyuntural en una fiesta religiosa.

Mirando al mundo de hoy, Jesús sigue teniendo motivos para compadecerse, pues son muchos los cristianos que andan como ovejas sin pastor. ¡Cuántos cristianos desorientados! Cristianos que viven dispersos sin saber para qué viven, cada uno por su lado sin formar comunidad, cristianos desprotegidos ante los problemas que nos asechan por todas partes. Cuántas familias disgregadas, que viven bajo un mismo techo, pero sin metas comunes. Hay todo un mundo donde las mismas palabras llegan a tener sentidos diametralmente opuestos. La dictadura del relativismo ha invadido el mundo.

Por el bautismo hemos sido constituidos miembros del pueblo santo de Dios. Tenemos el don de la fe. Compartimos una sola fe. ¡Qué maravillosa la explicación que nos hace el apóstol Pablo con el símil del cuerpo humano! El Vaticano II nos dice cuál es la naturaleza de la iglesia, al llamarle “pueblo de Dios”. Y para definir a la Iglesia no parte de la jerarquía, sino de la base, de la congregación de los creyentes en Cristo. El pueblo tiene por cabeza a Cristo.

Cristo es el Buen Pastor pero también él es el Maestro. Todos aquellos que fueron corriendo desde lejos, sin duda que estaban hambrientos, era necesario darles de comer, pero Jesús quiso primeramente darse un tiempo para instruirlos en las enseñanzas del Reino. Porque si era importante dar de comer, no menos importante era formarlos en la fe. Los cristianos, no pocos, se han olvidado su formación, o sea, de alimentar sus vidas con la Palabra de Dios.

Jesús ha venido a salvarnos, pero la salvación que Dios quiere no debe concretarse aisladamente. La salvación y redención realizadas por Cristo muriendo en la Cruz y saliendo triunfante del sepulcro se efectiviza con la participación en los sacramentos. Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, de la vida divina.

Pero junto a los sacramentos está la Palabra de Dios. Así como actuó Cristo, debemos actuar nosotros. No podemos contentarnos con una masa anónima, una comunidad acéfala y sin jerarquía, pues entonces seríamos un rebaño sin pastor. Por eso Jesús instituyó pastores dedicados al servicio de la Palabra y de la administración de los sacramentos. Jesús no sólo escogió a los 12 apóstoles, sino que llamó a 72 discípulos para que fueran colaboradores en el anuncio del Reino. Dios nos sigue llamando hoy día a colaborar en el crecimiento del Reino de Dios.

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