A la ya muy larga lista de sorpresas con las que el papa Francisco viene sacudiendo la consciencia y la fe no sólo de la feligresía de la Iglesia católica sino de toda la sociedad contemporánea sin distinción de fronteras, credos religiosos o políticos ni distancias de edad o género, se ha sumado durante los últimos días el anuncio de que durante la celebración del jubileo de la Misericordia todos los sacerdotes tendrán la facultad de absolver a las mujeres que hayan cometido “el pecado del aborto”.
Al exponer las razones que lo condujeron a declarar esa especie de amnistía, en una carta dirigida al presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, Francisco dice: “Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa”.
Como no podía ser de otra manera, dados los antecedentes que pesan sobre tan espinoso tema tanto desde el punto de vista teológico como político y cultural, el anuncio papal ha causado cierta conmoción entre quienes se atrincheran tras posiciones radicales a favor o en contra de la despenalización del aborto. Y aunque también han abundado las voces que intentan restar importancia al mensaje papal, lo cierto es que ha dado un giro sustancial a un debate que tiende a ocupar un lugar cada vez más destacado en la agenda pública internacional.
Los argumentos que esgrimen quienes proponen soslayar la influencia papal en asuntos terrenales son de lo más variados. Van desde los que ponen en duda su autoridad para guiar, y mucho menos para otorgar o negar perdones a quienes no se reconocen miembros de la Iglesia católica, pasando por los que cuestionan la limitación temporal –del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016– del periodo abierto al perdón, hasta los que retrotraen sus cuestionamientos a los tiempos no muy lejanos cuando el actual Papa, siendo todavía cardenal de Buenos Aires, condenaba con los más duros términos a quienes optaron por interrumpir o participar en la interrupción de un embarazo.
Es probable que desde el punto de vista estrictamente laico muchos de esos cuestionamientos tengan algún asidero. Sin embargo, independientemente del grado de acercamiento o distanciamiento con que cada persona se ubique frente a la Iglesia católica y la autoridad papal, si hay algo innegable es que las palabras provenientes del Vaticano están entre las más influyentes del mundo actual, razón más que suficiente para aquilatarlas en su justa dimensión.
Entre quienes integran la Iglesia católica, y por consiguiente otorgan a las palabras papales autoridad suficiente para guiar por ellas sus actos y sus opiniones, el desafío no es menor. Más aún si se considera que las reflexiones sobre el aborto tienen como antecedentes inmediatos otras de similar índole relacionadas con la actitud hacia las personas homosexuales, divorciadas y marginadas por una u otra razón o sobre la naturaleza del infierno, entre otros temas que obligan a los creyentes a ampliar sus mentes y sus espíritus para afrontar los desafíos de nuestro tiempo.
Independientemente de cómo cada persona se ubique frente a la Iglesia católica y la autoridad papal, nadie puede negar que las palabras provenientes del Vaticano están entre las más influyentes del mundo actual