Matrimonios inválidos

OPINIONES DE UN ESCRIBIDOR 05/09/2015
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El papa Francisco afirmó este año que la mitad de los matrimonios católicos son inválidos, sea porque no se celebran con todas las precauciones aconsejables, sea porque la voluntad de los contrayentes no es la adecuada para contraer votos matrimoniales indisolubles. Es decir, porque no hay una voluntad debidamente formada para contraer un matrimonio sólido como se presupone que debe serlo uno cristiano. Y digo cristiano porque en el judaísmo y en el islamismo se acepta el divorcio como algo normal.

De modo que ahora los teólogos católicos debaten en qué medida un católico no rompe con su iglesia si se divorcia y se vuelve a casar. Empero el debate no valora adecuadamente dos premisas. En primer lugar, que Jesús no prohibió el divorcio para sus seguidores, sino solamente prohibió la repudiación por parte del marido si no fuese por adulterio de la mujer, lo que por extensión puede entenderse por otras causas muy graves. Pero porque el señor marido se peleó con su mujer o se antojó otra, no señor, por eso no puede divorciarse, aunque el repudio sin justificativo esté respaldado por la supuesta palabra de Dios en el Viejo Testamento y en el Corán. Dios como ser no existe; es un concepto genérico. Así nomás. Es como la gallinita de Les Luthiers: no habla, ni dicta cartas, ni libros, ni leyes. Partiendo de esta primera premisa, tenemos una segunda: que el matrimonio es una cuestión familiar y civil, por lo que la ortodoxia cristiana admitió un divorcio y, naturalmente, el concubinato, lo que nos lleva a la poligamia.

Los teólogos católicos contemporáneos plantean que el verdadero matrimonio sacramental es fruto de un voto, de un compromiso de índole no sólo familiar y social, sino también espiritual. Siguiendo al papa Francisco acotan que la mayor parte de los cristianos no están dotados de las cualidades necesarias para hacer suyos votos tan solemnes. Pero como sea, queda en pie que votos tan solemnes como serían los matrimonios como sacramentos, igual serían solubles; de lo contrario serían como el caso de las monjas antaño. Resulta que la mayoría de las monjas eran puestas en conventos por sus parientes, siendo muy jóvenes. Luego de los votos si huían debían ser encerradas vivas, tapiadas por una pared. Eso está en decisiones teológicas del siglo XIX, con grandes lamentos porque las autoridades no les dejasen a los curas matar gente, emparedándola o quemándola.

El gran mal radica en pensar en el matrimonio como algo tan místico que está por encima de lo prosaico, que es la reproducción. Así, en las mentes de los teólogos católicos está enfermo todo el concepto de qué es la reproducción. El divorcio suele ser tristísimo para los hijos. Pero esos teólogos no ven inconveniente en la reproducción bestial, donde el sexo sólo sirve para tener hijos. Luego se los puede abandonar en un orfanato. Ese es el verdadero mal paganismo, porque se trata de costumbres grecorromanas en las que, como se dice, no había gracia divina. Aparte dejemos al buen paganismo, si lo hay.

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