La primera lectura de este domingo, Números 11, 25-29 y la primera parte del evangelio de Marcos 9,38-48, nos ofrecen un serio tema de reflexión a los cristianos, que no debemos esquivar. Nos es necesaria una nueva actitud como cristianos, la que el Concilio Vaticano nos ha señalado. El Concilio nos llama una actitud de respeto a los cristianos de otras denominaciones y a los no creyentes, aunque muchas veces estemos perseguidos por los pensamientos, duros juicios y persecuciones de tantos, como ha sucedido a lo largo de la historia y sigue sucediendo también ahora. Se nos pide una actitud de apertura y tolerancia, lo cual no es fácil. Esto no significa entrar en el campo del relativismo. Es necesario formarse a la luz del Vaticano ii y del catecismo de Juan Pablo II.
La primera lectura nos presenta al gran líder del pueblo de Israel Moisés, con una actitud sumamente aleccionadora, válida para nuestros días y, el evangelio nos recuerda la manera de pensar de Jesús ante la forma de actuar tan cerrada de los apóstoles. Tanto Josué como el apóstol Juan tenían una tremenda estreches de espíritu. Moisés llamó un día a setenta y dos hombres para compartir con ellos el espíritu que el Señor le había dado a él. Faltaron dos a la hora de la celebración. Pero el Señor dio también el espíritu a los dos ausentes y empezaron a profetizar. Algunos vieron que los que no estuvieron en la ceremonia también profetizaban y Josué lo comunicó a Moisés, diciéndole:" Señor mío, Moisés, prohíbeselo". Moisés, por el contrario, se alegra y dice: "Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor".
En el evangelio encontramos algo parecido a lo que le sucedió a Moisés. Marcos nos dice que los apóstoles se encuentran con un "exorcista por ubre", actúa con el Espíritu de Jesús pero no camina con Jesús. Es capaz de sacar los espíritus malignos de las personas, algo que los apóstoles no estaban pudiendo, y cuando Jesús baja del monte de la Transfiguración, el Espíritu les ha dado una sorpresa a los discípulos, pero ellos no entienden todavía. Los apóstoles se lo comunican a Jesús quien reacciona diciendo: "no se lo impidan; uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro"
Esto mismo ha venido pasando en la Iglesia católica y en tantos grupos religiosos no católicos. Muchos han creído tener el monopolio de la verdad, de los carismas y del Espíritu Santo. Hoy día, esto se ha superado mucho, excepto en grupos fanáticos. El Concilio Vaticano II en su declaración:"NOSTRA AETATE", nos da una serie de orientaciones que es necesario conocerlas y llevarlas a la práctica. A Dios gracias, se están haciendo grandes esfuerzo a nivel de toda la iglesia. Hay también otro documento conciliar: "UNITATIS REDINTEGRATIO", donde se habla del diálogo y la mutua comprensión entre las diferentes denominaciones religiosas. La Iglesia católica y otros cristianos -no todos- distinguimos claramente: culto católico, culto ecuménico y encuentro interreligioso. Siempre hemos dicho que el acto ecuménico o interreligioso lo debernos preparar entre los que van a participar en esa celebración. A la autoridad civil, como es obvio, no le corresponde esta preparación, especialmente en un estado laico. Es necesario seguir buscando tanto los encuentros ecuménicos y los interreligiosos. El papa san Juan Pablo II no solamente nos enseñó con su ejemplo, sino que orientó con sus enseñanzas a toda la Iglesia.
Los católicos y otros grupos religiosos o iglesias creemos firmemente en Jesús como el único Salvador, Redentor del mundo que murió para salvarnos a todos los hombres y mujeres. Pero sabemos también que el Espíritu del Señor Jesús está actuando no solo en la Iglesia católica. Creemos, así mismo, que en el mundo entero hay muchas personas de buena voluntad que buscan la justicia, la verdad y el bien. No somos los cristianos los dueños del Espíritu del Señor. Como dice la Sagrada Biblia, "el Espíritu del Señor actúa como y cuando quiere". Es necesario seguir trabajando para reconocer los valores que tiene cada creyente como no creyente. Esto no significa caer en la dictadura del relativismo, en la cual han caído no pocos cristianos que no están formados y ni quieren formarse. Tenemos que esforzamos, como nos ha pedido el Concilio Vaticano II, para trabajar junto a todas las persona de "buena voluntad".