Bolivia pasó de ser despreciada por Chile a ser temida. Si queremos convencer a Chile de que le conviene otorgarnos una salida soberana y útil al Océano Pacífico debemos prestar muchísima atención a sus temores. Para que Chile venza sus temores bastaría con que Bolivia abandone su demanda. No lo vamos a hacer. Pero para que logremos nuestro objetivo es imprescindible que aprendamos a conocer y luego vencer los temores chilenos.
El rechazo a la excepción de incompetencia logró concentrar la atención chilena en un problema que su línea dura dice que no existe. Tal como lo repite el canciller Muñoz, ese batacazo ha aumentado la resistencia chilena a una solución negociada con Bolivia. Pero sin ese golpe Chile no hubiera prestado la más mínima atención al encierro marítimo boliviano. Ahora nos toca a los bolivianos vencer el temor chileno a cruzar el río y atreverse a negociar con Bolivia de manera franca y valiente una salida soberana a un puerto útil sobre el Océano Pacífico.
Cuando recibió la invitación a presentar la causa chilena en La Paz Muñoz dijo agresivamente que ya era hora. Llegado el momento se le chorrearon los calcetines. Prefirió responder desde la seguridad de su propia cancha a las preguntas concertadas de una entrevista en la que no se pudo ver su ceño fruncido ni apreciar sus reacciones faciales. En el curso de la entrevista reforzó uno de los temores más irracionales que hay en Chile a las consecuencias del diferendo con Bolivia.
“En el momento que empezamos a discutir soberanía nos estamos poniendo en una época de enfrentamiento que ha sido superada y nos lleva al terreno de los imposibles” dijo. Por cierto no teme que Bolivia pueda ganar un enfrentamiento militar con Chile. Al decir que esa época ya ha sido superada se refiere a otra cosa. Cuando denuncia que la demanda de Bolivia ante La Haya es “un enfrentamiento” lo hace para reforzar el temor irracional de muchos de sus compatriotas a negociar unos pocos metros áridos de sus más de 7.000 kilómetros de costa. El pedido pacífico de una negociación de enorme conveniencia para Chile, que es en el fondo lo que Bolivia le pide a la corte que disponga, es lo que Muñoz pinta como una agresión contra una pobre víctima.
Al comentar la presentación de Carlos Mesa en la televisión chilena el ex canciller Hernán Felipe Errázuriz se llevó la mano a la frente y exclamó: “los bolivianos son muy fastidiosos, nos tienen hasta aquí.” Se quejó amargamente de que durante su entrevista Mesa “se convirtió en jurista.” Mostró más temor a Mesa como jurista que como historiador o portavoz de la causa marítima boliviana. Eso no es racional. Mesa hizo un gran papel al limitarse a explicar los aspectos jurídicos de la demanda boliviana. De ahí a temerlo como abogado hay una gran distancia. Uno se pregunta cómo lo habrá asustado el exitoso desempeño jurídico de Eduardo Rodríguez en La Haya.
Por su parte, el ex canciller Insulza sorprendió al moderador del mismo programa al sostener que la estrategia de Bolivia no es jurídica. Dijo que lo que Bolivia busca es aislar a Chile con una campaña mediática. Expresó su temor por el probable éxito de una campaña en la que el débil se presenta ante la comunidad internacional como abusado por el fuerte. Con esa fórmula avivó el temor chileno al muy bien ensamblado perfil político de Evo Morales con el indudable brillo mediático de Carlos Mesa y el extraordinariamente serio y cauteloso perfil jurídico de Eduardo Rodríguez.
Chile está ante una tripleta armónica que transmite con mucha fuerza la unión de todos los bolivianos. No tiene personalidades capaces de producir esa combinación de impactos ante una gama tan amplia de públicos. Es tan amenazadora esta tripleta que su diplomacia y sus servicios secretos podrían arriesgar jugadas encubiertas para promover la discordia entre los tres.
Al desviar el tema jurídico hacia lo mediático, Insulza escondió el temor justificado que existe en Chile de que el equipo dirigido por Eduardo Rodríguez sea superior al chileno. Chile no puede descartar a su equipo actual sin admitir una derrota ni confiar en su desempeño en las próximas rondas. Con mucho temor se limitará a reforzarlo bajo la dirección incierta del canciller Muñoz.
Si Chile opta por dialogar con Bolivia en falso con la idea de probar ante la corte que el objeto de la demanda boliviana ya se cumplió y que por tanto la corte debe cerrar el proceso, se expone a que el equipo jurídico boliviano le diga a la corte que esa es una prueba adicional de las promesas incumplidas de Chile. Y si Chile se niega a dialogar con Bolivia deja prueba clara del incumplimiento de una larga serie de promesas pasadas. Cuando el pueblo chileno asuma las consecuencias de este dilema se preguntará cuál es la gran victoria que su línea dura celebra.
A estos temores de coyuntura se añade un temor estructural del estamento militar chileno. Como los de cualquier parte del mundo, los militares chilenos sostienen que deben estar preparados para una guerra contra cualquier y todo vecino. El Perú es un país mucho más rico y más variado que Chile. Su pujante economía ya ha sobrepasado a la chilena. La necesidad de armarse contra el Perú podría dejar de justificarse si Chile terminara de una buena vez con las consecuencias de la Guerra del Pacífico.
Un corredor boliviano que separe a Chile del Perú significaría la renuncia del Perú a recuperar los territorios perdidos. Una razón de ser de la altísima preparación militar chilena dejaría de existir. Es muy probable que cada vez que Chile se compromete con Bolivia a una solución de mutua conveniencia, los altos mandos chilenos sean los que cierran la puerta a una paz definitiva para Chile. La oferta de Pinochet en Charaña podría ser la excepción que prueba la regla.
La línea dura chilena es la que atiza todos los temores posibles a esta solución. Lo hace en la medida en que la causa boliviana deja de ser una mera aspiración simbólica y pasa a tener consecuencias reales. Esa no es una razón para abandonar nuestra estrategia de tres puntas. Hay que seguir aplicando presiones jurídicas y mediáticas combinadas con aperturas al diálogo político. El objetivo final es que Chile acepte entregar a Bolivia unos pocos metros de acceso a un puerto útil y soberano.
Hay que demostrar con serenidad y buen humor a la gente chilena de la calle que no tiene por qué sentir temores irracionales a una solución tan económica y conveniente para su país. El costo para Chile es bajísimo si se toma en cuenta que el resultado final es curar las llagas que Chile produjo el siglo 19.