Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de "Todos los Santos". Una fiesta que podemos calificar, "fiesta de familia". El Dios Padre, el Dios Hijo y el Dios Espíritu es el gran misterio que llamamos la Santísima Trinidad. Dios es familia. La fiesta de Todos los Santos nos invita en este día a alabar y bendecir a Dios por la multitud incontable que ha llegado a los cielos, por la redención y liberación realizada por Cristo al morir y resucitar. Nos justificó para que seamos salvos y podamos llegar a la presencia de Dios. Claramente esto se ve en las palabras de Jesús: "He venido al mundo para que tengan vida y en abundancia" (Jn 10, 10). Mañana recordaremos a todos los Fieles Difuntos.
Dios salva a toda persona que con fe se adhiere a Cristo, acepta sus enseñanzas y recibe el bautismo. Antes de la celebración del sacramento del bautismo se pregunta: ¿Quieres ser bautizado? Esto significa, al mismo tiempo, hacer otra pregunta ¿quieres ser santo? Por el sacramento del bautismo fuimos hechos santos. El pecado rompe la hermosura de la santidad recibida en el bautismo. Esta santidad bautismal perdida por el pecado vuelve a recuperarse por el sacramento del perdón o de la misericordia. Nos conviene en esta fiesta recordar el documento del Vaticano II "Luz de las gentes" y volver a leer el capítulo V, donde se nos habla sobre la vocación universal a la santidad.
No sólo podemos ser santos sino que debemos ser santos. Cada cristiano, dice el Vaticano II, según los propios dones y funciones, puede progresar en la santidad, siguiendo a Cristo pobre, humilde y cargando con la cruz a la luz de la fe, de la esperanza y la caridad. Los cristianos, los bautizados, hacemos a la Iglesia santa y pecadora. Es Jesucristo, cabeza de la Iglesia, quien nos santifica y nos da la capacidad de ser santos. Cada cristiano puede hermosear o afear a la Iglesia con las acciones que realizamos. Los sacramentos nos dan la gracia divina que nos va haciendo santos.
Las tres lecturas de esta fiesta de hoy se refieren al misterio de esa multitud incontable de personas que ya gozan de Dios en el paraíso y siguen en comunión con nosotros. En el credo, llenos de fe afirmamos: "Creo en la Comunión de los Santos".
¿Quiénes son los santos? Son todos aquellos hermanos y hermanas que ya disfrutan de la visión de Dios en el cielo. Es una multitud de hermanas y hermanos nuestros que lucharon en la vida por seguir a Jesús nuestro salvador. Algunos de ellos han sido reconocidos santos por la Iglesia, pero la inmensa mayoría no han sido declarados santos, pero lo son, al haber llegado al cielo. Pertenecemos a esa gran familia de los salvados. Celebramos, por consiguiente, a todos los que ya ven el rostro de Dios. Tuvieron dificultades, problemas, pecados en su vida terrenal, como nosotros estamos teniendo cada día, pero han tenido la voluntad para seguir a Jesús, se han arrepentido de sus pecados y han seguido a Jesús a pesar de los pecados cometidos y perdonados por la infinita misericordia de Dios.
En la primera lectura de esta fiesta tomada del libro del Apocalipsis aparece el panorama de la asamblea del cielo, "una muchedumbre inmensa de toda raza, nación y lengua"; son los que llegaron al cielo, firmes en la fe y en el amor. En el Apocalipsis 7,2-4.9-44, se nos invita a mirar hacia el cielo como el lugar a donde llegaremos, ahí están tantos de nuestros seres queridos, delante del trono de nuestro Padre Dios. ¡Qué hermoso es el cielo que nos espera a todos! Allí cantan y alaban a Dios. Esto haremos en el cielo, alabar y bendecir al Señor y podremos amarnos como hermanos. El número 144.000 es evidentemente simbólico, es el resultado de la multiplicación 12 por 12, por 1000, la plenitud de las 12 tribus de Israel. Además de este número, se habla de una multitud incontable.
El camino para llegar al cielo un día es el que Cristo nos señala en el evangelio. Hemos escuchado hoy las bienaventuranzas, Mateo 5,1-12. El evangelio de las bienaventuranzas nos lleva con seguridad al cielo, a la plenitud de la vida eterna que hemos comenzado el gran día del bautismo. Cristo es quien vivió como nadie las bienaventuranzas. Jesús mismo se autorretrata en este evangelio. Cristo es el camino que nos conduce al Padre. Ahí seremos semejantes a Dios, viviremos la misma resurrección de Jesús.